Guerreros de antaño
Un fuerte, muy fuerte haz de luz
lo apartó del sueño. Abrió los ojos con pereza. Un resplandor dorado posado
suavemente sobre la melena revuelta de Milo arrancaba a sus cabellos destellos
tornasolados. Se incorporó para poder mirar por encima del cuerpo del griego
que dormía plácidamente, ajeno al improvisado amanecer que despuntaba en la
Octava Morada.
Sus
Armaduras, que descansaban en posición de tótem en una esquina del cuarto,
resplandecían con intensidad.
Apartó
las sábanas y buscó entre las prendas esparcidas por el suelo algo con lo que
cubrirse. Rodeó la cama y cuando pasó al lado del durmiente Guardián de
Escorpio este aferró su mano.
-¿A
dónde vas? –preguntó con voz somnolienta.
Debajo
de un desaliñado flequillo Camus pudo adivinar la expresión perezosa de un aún
medio dormido Milo y no pudo reprimir una leve sonrisa.
-Ven
–tiró de él-. Son las Armaduras.
-¿Las
Armaduras? ¿Qué les pasa a las Armaduras?
-Están
brillando.
-¿Brillando?
–preguntó confuso-. Camus… Son de oro. Claro que brillan…
Se
sentó en el borde de la cama, apoyó los pies en el suelo y restregó sus ojos un
par de veces antes de seguir al acuariano arrastrando la sábana.
Camus
se había parado frente a las Armaduras de sus signos. Ambas brillaban con
intensidad y parecían vibrar con distinta modulación y volumen… Casi… Casi como
si conversaran. Milo terminó de enrollarse la sábana alrededor del cuerpo y
miró al francés. Le divirtió su gesto concentrado y, dado que no parecía que
sus ojos azules fueran a dedicarle su mirar, optó por seguir el hilo invisible
de su mirada y enfocar la suya en lo que tanto parecía interesarle.
-¿Qué
crees que pasa? –durante unos segundos estuvo observando el curioso espectáculo
que ofrecían sus doradas corazas.
-No
lo sé, Milo –Camus lo miraba con la incertidumbre pintada en la cara-. No tengo
ni la más mínima idea de a qué pueda deberse este fenómeno.
-Mmm…
Esta es una noche mágica. Quizás quieran salir a divertirse –bromeó.
-En
serio… -medio sonrió-. ¿No tienes curiosidad?
-Sí,
claro. Pero…, ¿qué quieres que hagamos? ¿Vamos a preguntarles a los demás si
sus Armaduras también han decidido ponerse de charla?
Camus
abrió los ojos y sus peculiares cejas se arquearon enmarcándolos.
-¿A
ti también te ha dado esa impresión? –Milo lo miró extrañado-. Que parece que
estuvieran hablando –se explicó.
-Sí
pero… Eso no puede ser…
-Bueno,
tú lo has dicho –en su cabeza parecía haberse formado una explicación-. Esta es
una noche especial y muchos antes que nosotros han vestido estas Armaduras…
Quizás la parte de sus almas que aún reside en ellas…
-¿Quieres
decir que estas dos están rememorando viejos tiempos? –lo interrumpió burlón.
-Tal
vez quieran decirnos algo –aventuró.
En
ese momento los mantos dorados de Acuario y Escorpio brillaron con mayor fuerza
y vibraron con más intensidad.
Los
jóvenes Caballeros se miraron.
-Tendrán
que explicarse mejor –Milo miraba a Camus aceptando que quizás tuviera razón
pero seguía sin saber qué era lo que deberían hacer-. Tal vez si… -algo se le
había ocurrido de pronto.
-¿Qué
haces?
El
escorpiano estiraba su brazo en dirección a su Armadura y cuando sus dedos
tocaron el metal este volvió a brillar con fuerza una vez más y se apagó por
completo después. Giró el rostro y miró a Camus, invitándolo con una sonrisa a
imitar su acción.
El
de Acuario apoyó la mano sobre su protección dorada que resplandeció de nuevo
con renovado vigor para luego apagarse también.
-¡Funcionó!
–los labios de Milo se curvaron en una amplia sonrisa de satisfacción.
El
acuariano asintió. Alargó el brazo y le acarició la mejilla. Luego permitió a
su mano deslizarse entre una marea de cabello hasta la nuca y a sus labios
acortar, despacio, la distancia que los separaba de los del griego.
La
inmediatez del propio deseo y la contención con la que procedía su compañero lo
invadieron y lo anonadaron a la par. El escorpiano abrió la boca y su lengua
avanzó ávida, saliendo al encuentro de la del francés; empujándose contra su
cuerpo. Le mordisqueó los labios en un beso largo y ansioso y mientras se
entretenía lamiéndole el cuello lo oyó susurrar.
-¿Crees
que esto está bien?
-¡¿Bromeas?!
–se apartó de golpe y clavó en el rostro del galo su mirada crispada. Los ojos
del acuariano estaban tan cerca que sus pupilas eran dos enormes espejos en los
que mirarse y en ellas pudo ver su rostro contrariado.
-¿Tenemos
derecho? –el Guardián de la Onceava Casa giró sobre sus talones y caminó hasta
la cama. Tomó asiento en la orilla y
miró al griego que lo observaba con gesto airado. Acarició con las yemas de los
dedos la cubierta de un libro que descansaba sobre la mesilla de noche;
recorriendo el relieve de cada una de las letras que componían el título-. Estos
cuerpos…
-Estos
cuerpos no tienen secretos el uno para el otro. ¡Siéntelo! –pidió, acercándose
al francés-. Comparten el mismo deseo –tomó entre las suyas una de esas otras
blancas manos y acarició con ella su pecho desnudo-. Se reclaman…
El
de Acuario meneó la cabeza y le acarició el rostro con su mano libre. Ese podía
no ser su cuerpo pero tocar esa piel le hacía recordar todo lo que siempre
había sentido por él; todo lo que conseguía provocarle. Siempre perdía ante su
flameante sensualidad.
-Nuestro
tiempo aquí es efímero –le recordó. Para él era imposible recorrer el laberinto
de los pensamientos que parecían atenazar a su compañero-. ¿Cuánto más vas a
pensarlo?
-¿Serás
respetuoso con ellos? –preguntó antes de ceder a los caprichos del escorpión.
-Claro…
-concedió con una pícara sonrisa-. Y quizás hasta podamos enseñarles algo… -bromeó.
Ronroneó
respondiendo al llamado del deseo y abrazado a ese otro cuerpo rodó sobre la
cama concentrado en los sublimes balanceos del placer. En esas otras pieles
comenzaron a reconocerse. Boca sobre boca. Sexo contra sexo; restregando,
penetrando, acariciando. Deleite sin par de cuerpos enlazados bajo las sábanas.
Jadeos incontenibles. Vaivén de caderas dibujando arcos imposibles… Cópula
incesante de amantes seculares…
El
cuarto, iluminado por los primeros rayos de la aurora y visto por sus ojos aún
no libres de sueño, parecía envuelto en brumas. Se frotó la frente en un
intento de aclarar su mente aletargada. Milo dormía a su lado, ovillado entre
las sábanas revueltas. Tenía un vago
recuerdo en la cabeza. Echó un vistazo al rincón donde reposaban sus Armaduras.
Los rayos del sol les arrancaban reflejos dorados pero se veían tan normales
como cualquier otro día. Se sentó y apoyó la espalda en el cabecero. Recordaba
haberse levantado anoche pero no podía acordarse de cómo ni cuándo había vuelto
a la cama. Un ligero escozor en su labio inferior comenzaba a molestarle. Lo
recorrió con la lengua y pudo notar el sabor entre metálico y salado de una
herida a medio cicatrizar. Apoyó su mano en el hombro de Milo y lo movió con
fuerza un par de veces.
-Mmm…
Ya… Ya voy… -con la pereza aún colgada de sus párpados se dio media vuelta y
trepó por el cuerpo del francés para juntar sus bocas en un beso breve-. ¿Qué
te ha pasado? –le preguntó al notar el pequeño corte que tenía en el labio.
-Esperaba
que tú me lo dijeras.
-¿Yo?
–ahora sus ojos estaban completamente abiertos-. No recuerdo haber… -súbitamente
se dio cuenta de algo-. De hecho, no recuerdo nada. No recuerdo haberme dormido.
Estábamos de pie, mirando las Armaduras y no puedo acordarme de nada más hasta
que tú me has despertado hace un momento. ¿Tú recuerdas algo de eso? –le
preguntó.
-Exactamente
lo mismo que tú.
-¿Qué
piensas que ha podido pasar?
-No
lo sé –admitió-. Pero me siento como si todos esos guerreros de antaño se
hubiesen presentado para darme una paliza –explicó mientras estiraba los
músculos, intentando asegurarse de que cada cosa seguía en su sitio.
Milo
sonrió.
-
Quizás. Ya sabes lo que dicen. En la noche de Halloween la línea que divide los
dos mundos desaparece… -alzó las cejas un par de veces y soltó una divertida
risilla que el francés imitó-. Fuese lo que fuese…; tuvo que ser interesante
–mantuvo la sonrisa en los labios mientras acariciaba despacio el labio
inferior de Camus. Estaba sentado sobre sus piernas y agarrándolo por el cuello
lo arrastró con él de vuelta sobre el colchón.
-¿Tú
no estás cansado?
-Lo
cierto es que sí –confesó-. Como si hubiese pasado toda la noche entrenando.
Pero ya tendremos toda la eternidad para descansar. No podremos hacer esto
cuando hayamos muerto… ¿O sí? –bromeó.
FIN
La imagen no se corresponde con la historia, pero están los cuatro juntos y bien lindos *-*
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