domingo, 14 de abril de 2013

Drabbleando...

Con motivo de un evento organizado por el Club de Camus y Milo en Saint Seiya Yaoi, he estado escribiendo una serie de historias cortas (de momento, ninguna llega a las 1000 palabras) de las que publico a continuación las cuatro primeras.
Espero poder ir aumentándolas, ya que se trata de un reto, cada semana se propone una imagen y hay que escribir sobre ella.

La piedra mágica


                «Estabas aquí…».
                Es Milo y su contrariado gesto me hace suponer que llevo demasiado tiempo contemplando estas rocas lameteadas por el mar.
                A estas horas, el sol ya mortecino,  arranca fulgurantes destellos áureos a la aletargada masa de agua, privándola de sus tonos azules, para convertirla en un inmenso manto de lamé dorado. «Lo siento». Me excuso. Hace tiempo que debí desandar el camino hasta mi templo y esperarlo, tal como habíamos acordado.
                «Tendrás que esforzarte más». Su disconformidad deviene en sonrisa y la picardía hace que su mirada brille más que los dominios de Poseidón.
                Leí una vez, ya no sé dónde, que en una de las islas del Egeo hay una piedra de alabastro, blanca como la nieve, del tamaño de una piel de toro y lisa como la superficie de una laguna en calma. Pronunciando los conjuros apropiados y si las deidades de la isla se muestran propicias, la piedra se cubre de líneas y colores que se ponen en movimiento y van cobrando forma. Entonces se ven escenas del pasado y la historia humana transcurre ante nuestros ojos. Dicen que los sabios hasta presencian el futuro. Y todo con una claridad asombrosa y un realismo inusitado, como si la vida misma desfilase, sin cesar, sobre la piedra.
                 De igual modo veo yo mi vida, cuando me miro en sus ojos, sin necesidad de piedra mágica alguna.


FIN


Cálida trinchera

               Milo apartó con un movimiento enérgico las cortinas que oscurecían la habitación. La poca luz que descendía del cielo era gris, de otoño, y se enredaba entre las nubes oscuras.
                ¡Plop!
                Una enorme gota se estrelló contra el cristal.
                ¡Plop! ¡Plop!
                Empezaba a llover despacio.
                –Mier… da… –protestó. Y su queja se perdió en medio de un incontenible bostezo–. Está lloviendo –informó, volviéndose hacia la cama.
                Camus abrió un ojo y lo volvió a cerrar con un gruñido perezoso, haciendo más patente su desgana al cubrirse el rostro con la sábana.
                –¿Tan maltrecho te he dejado? –se burló Milo.
                Reaparecieron los ojos del francés y luego la nariz, fruncida.
                –¿No piensas levantarte?
                Media vuelta y un tirón de la sábana, cubriéndose con ella hasta la coronilla. Sólo unos pocos de los cabellos oscuros del acuariano quedaron a la vista.
                –¿Pero qué te pasa con la lluvia?
                Los días lluviosos tenían sobre el francés un efecto aletargante; lo sumían en una tentadora languidez. Soltó una risilla y se lazó sobre el cuerpo acurrucado de Camus.
                –¿Eh? ¿Eh? –insistió sobre su cubierto oído.
                Con la misma facilidad con la que se colaba entre las hojas de los árboles, las gotas de agua traspasaban el frágil velo de sus recuerdos. La lluvia lo transportaba a los lejanos y casi olvidados días de su infancia en Rouen, al calor de un hogar, al abrazo amoroso de unos padres cuyos rostros habían terminado de desdibujarse años atrás, a desordenados juegos de niños sobre un mojado empedrado… Allí, entre la calidez de las sábanas y los restos del sueño, sus recuerdos eran más vivos.
                –¿Eh?
                La insistencia de Milo hizo que se destapara y lo mirase por encima del hombro.
                –¿Eh? –el griego repitió una vez más, juguetón.
                –Pesado…
                –¡Hey!
                Se debatieron juntos, entre risas, con la misma despreocupación y ligereza de sus juegos de antaño.
                –¡Basta! Basta… –sujetó las manos del griego y, mientras su sonrisa pasaba de la diversión al candor, contempló su rostro lozano. Nada más lejos de la melancólica lluvia que la siempre vivaz faz de Milo. El pasado podría recordarlo cada vez que lloviese, pero, justo frente a él, estaba su presente, esperando ser vivido–. Y…, ¿a dónde quieres ir? Llueve…
                –Mmm… –Entrecerró los ojos para pensarlo durante unos segundos e inmediatamente abrirlos completamente en un gesto por demás elocuente–. Mejor hagamos tiempo mientras escampa…


FIN


Una vieja postal

                En el primero, no.
                En el segundo, no.
                «Está en el cajón».
                Si, en el cajón. Pero, ¿en cuál? ¿Para qué demonios lo escondía tanto? No es que alguien fuese a entrar allí a fisgar entre sus cosas.
                Cerró un cuarto cajón sin haber encontrado lo que buscaba y… No había más.
                –¿En qué cajón? –preguntó impaciente–. ¿Dónde lo has metido?
                Recomenzó su infructuosa búsqueda.
                No.
                Tampoco.
                –Pfff… –resopló–. En serio, Camus, ¿estás seguro de que está aquí? –Molesto, metió la mano en el cajón y revolvió las pocas cosas que allí había. El tubo no estaba, pero sí que dio con algo que le llamó poderosamente la atención. Una vieja postal que, a pesar de los años, conservaba sus vistosos colores tan vivos como el primer día. La tomó con cuidado y se la mostró al francés–. ¿De dónde la has sacado? –preguntó, devolviendo la mirada a su descubrimiento.
                –De Saga –Habiendo llegado a la altura del escorpiano, se asomó para mirar la imagen por encima de su hombro–. Me la dio a la vuelta de aquel viaje a Japón. Fue su primera misión como Caballero de Géminis, ¿recuerdas?
                –Sí… Todos estábamos emocionados con esa misión; creo que más que él –Volvió la cabeza para mirar al francés–.  Yo incluso le pedí que me llevara; le juré que no lo molestaría –sonrió con nostalgia–. Cuando regresó y me la dio, recuerdo que me sentí muy especial. Siempre creí que me la había traído en compensación por no haberme llevado…  Ahora ya no me siento tan especial…
                –Uh… Lo siento… –Pegó sus labios a la piel desnuda del hombro griego y la cosquilleó con un vibrante y sonoro beso.
                –Idiota –Golpeó con la postal la cara del acuariano. Por más que su tono hubiese sonado casi neutro sabía que Camus se burlaba de él.
                El de Acuario rió suavemente y apoyo la barbilla en el lugar donde habían estado sus labios.
                –¿Sabes? Creo que justo esa fue su intención. Que todos nos sintiésemos especiales –aclaró–. Sé que Aldebarán tiene una también y estoy por asegurar que todos recibimos una igual después de aquel viaje.
                –Supongo que tienes razón –Depositó la tarjeta sobre el mueble y miró fijamente los intensos colores. Era un llamativo jardín que parecía pertenecer a otro mundo; a un lugar aparte, sereno y calmo, creado para ser contemplado–. Entonces, ¿crees que compró una para cada uno de nosotros?
                –No –Alargó el brazo y señaló la cartulina–. Mira el borde inferior. Parece como si hubiese formado parte de algo más grande y hubieran rasgado el papel para separarla –Le había dedicado mucho tiempo  a esa postal–. Creo que, en algún momento, esto fue la portada de uno de esos calendarios que suelen regalar en los restaurantes japoneses.
                Milo se dio la vuelta y lo miró con los ojos muy abiertos.
                –¿Crees que Saga los robó?
                –Tal vez… –Ladeó la cabeza–. O tal vez comió muchas veces en el mismo sitio –Se encogió de hombros–. O tal vez simplemente los pidió –sonrió–. En cualquier caso, dudo que hubiese podido comprarlos; no es que por aquí sean muy espléndidos con el dinero para gastos.
                A eso último, Milo no tenía nada que añadir.
                –¿Piensas alguna vez en él?
                Camus sólo asintió.
                –¿Crees que existe esta lugar? –Milo volvió a preguntar tras un breve silencio.
                Un nuevo asentimiento.
                –Sí. Parece ser una fotografía.
                El escorpiano permaneció callado  unos segundos y luego decidió:
                –Quiero que vayamos allí.
                –De acuerdo –Camus accedió al tiempo que abría el primer cajón de la cómoda, el mismo que Milo había abierto dos veces antes sin dar con lo que guardaba, y tomó un tubo a medio arrugar que puso ante los ojos del griego–. Pero, ¿quieres ir ahora?
                –No hay prisa…


FIN


Contagio

               –¡Vaya! Esto sí que es para ver. –Había estado parado bajo el dintel de la puerta desde hacía unos minutos. No había mucha luz en el cuarto, salvo el tenue resplandor del ocaso que, poco a poco, iba cediendo terreno a la noche. Camus estaba en la cama, pero sólo ahora comenzaba a poder vislumbrar su figura con cierta claridad; había vuelto de Siberia días atrás para entregar su reporte periódico al Patriarca mientras él estaba cumpliendo con su deber en una irrelevante misión. Por boca de Aioria había sabido que el francés estaba enfermo–. El maestro de los hielos se ha resfriado. –Con una gran sonrisa burlona curvando sus labios se acercó a lecho del doliente.
                Camus sacó un brazo de debajo de las mantas y lo dejó caer pesadamente sobre ellas a un costado. No era dueño de su cuerpo; dolía como si hubiera estado entrenando días enteros. Es más, estaba seguro de que si lo hubieran utilizado como balón en un partido de fútbol no estaría tan molido. Le dolían partes del cuerpo que ni sabía que tenía y la voz de Milo… ¡Aaah! Le taladraba la cabeza.
                –No estoy resfriado –murmuró cansinamente–. Tengo la gripe –especificó con un par de tosidos sin fuerza.
                –Ooooh… Pobrecito… –dijo, con un marcado retintín–. ¿Unos virus pequeñitos han podido contigo? –preguntó, golpeando con el índice la nariz del francés.
                –Milo… –pronunció a modo de queja lastimera.
                –Bueno, bueno… –Rodeó la cama y se acomodó junto al acuariano–. Yo me ocuparé de ti –susurró a escasos centímetros de su boca.
                –Te contagiaré.
                Milo tomó entre sus dedos el mentón de Camus y devolvió el rostro del francés a su anterior posición, ya que este había girado la cabeza para evitar el contacto de sus labios.
                –¿Acaso se te ocurre mejor excusa para pasar unos días metidos en la cama? –Alzó las cejas repetidas veces.
                Camus hubiera reído, pero dolía.
                –No será divertido si estamos enfermos.
                –¡Oh! Sí que lo será –aseguró Milo–. Y lo mejor será que como tú te curarás antes, luego te tocará cuidarme a mí…


FIN




viernes, 5 de abril de 2013

Dibus, dibus...

Sigo con muchos pendientes y aún me quedan algunas viejas historias que subir, pero hoy vengo a dejar unos dibujos que he estado haciendo.

Dibujar, al menos al nivel que yo lo hago, porque es puro entretenimiento y devoción a los chicos con escaso talento, me relaja. No me exige el mismo nivel de concentración que ponerme a escribir una historia y últimamente le he estado dedicando bastante tiempo. Ayuda, también, que las normas para oficilizar los Clubs de Fans en el nuevo foro son algo más estrictas y necesitamos juntar un número mínimo de arts para lograrlo.

Aquí quedan, los chicos con Armadura (aunque poco sea vean, me dan muuucha pereza :P):




Y los chicos sin nada...:



A disfrutar XD