lunes, 30 de julio de 2012

(¯`'·.¸(♥)¸.·'´¯) Un momento entre los dos (¯`'·.¸(♥)¸.·'´¯)


Ya lo había comentado antes, pero la cuestión volvía y volvía, así que esta edulcorada mini historia fue mi forma de reafirmarme en el concepto suke... Me había surgido varias (demasiadas) veces la discusión acerca de quién es el seme y quién es el uke... Sinceramente, creo que no importa. Desde mi punto de vista los dos son aptos para ambos roles y, personalmente, me gusta verlos cambiar. El sexo es posesión y entrega; me parece muy recomendable disfrutar ambas sensaciones.
Es por eso que no he especificado quien dice qué. Tan sólo he diferenciado los párrafos; los que van en negrita pertenecen a uno y  los que van en cursiva al otro... Dejaré que quien lea decida cual pertenece a quien, ya que, para mí, son perfectamente intercambiables.


Un momento entre los dos

                Acabamos de hacer el amor. Mi piel late aún recordando la suavidad de tus caricias y el calor de tus besos, pero ya te echo de menos. Giro y me incorporo para quedar sobre ti. Mi gesto te ha sorprendido pero me sonríes. Te contemplo por unos instantes. Adorable. Irresistible. Me parece un momento perfecto. No necesito nada más para ser feliz. No sé cuánto tiempo me habré perdido en tu mirar pero imagino, viendo la interrogante expresión de tu cara, que ha debido ser demasiado. Te respondo con una sonrisa. Me aproximo hasta que casi puedo rozar tu nariz con la mía. Siento tu aliento y el aroma que se desprende de tu cuerpo; una mezcla de tu olor y el mío. Enredas tus dedos en mi pelo mientras me acerco a tu boca, pero no te beso; tan sólo me permito una ligera presión. Mis labios entreabiertos se pasean por tu rostro. Rozo tu barbilla y subo por tu mejilla, hasta la frente, donde aspiro el perfume de tu cabello, y desciendo, de nuevo, por tu rostro. Me abro camino entre tu espesa melena y jugueteo con el lóbulo de tu oreja. Disfruto de la calidez de tu piel mientras vuelvo hasta tu boca. Ahora ya no puedo resistirme a probar tus labios, que me buscan desesperados, y los atrapo entre los míos en un beso feroz, ansioso…
                En mi cuerpo perdura todavía tu presencia y en mis oídos resuena aún la sinfonía de jadeos y gemidos que ambos componemos cada vez que nuestros cuerpos enloquecen de placer. Sin que me lo espere estás de nuevo encima de mí. Te recibo con una sonrisa, porque nada me gusta más que sentirte tan cerca. Tus ojos están clavados en los míos. Me escrutas minuciosamente con una insondable mirada que me llena de curiosidad. ¿Qué estarás pensando? Creo que has adivinado mis pensamientos porque tus labios se curvan formando una encantadora sonrisa y, en este instante, robado a la felicidad, me siento invadido por una casi insoportable ternura. Te acercas. Tu respiración, cálida y agitada, se entremezcla con la mía y compartimos el aire que se cuela entre los dos. Estás tan cerca que casi puedo sentirte, pero cuando voy a besarte ya no te encuentro. Te  paseas por mi rostro mimándome con dulzura y acrecentando mi deseo. Mis dedos caracolean entre los mechones de tu pelo mientras tus labios trazan un sendero de fuego sobre mi piel. Lentamente, vuelves a mi boca, que tanto te desea y, ahora sí, me besas. Mi lengua busca la tuya y las dos se unen en una serie de besos encadenados.
                Es increíble la excitación que siento, cómo cada beso y caricia me provocan sensaciones nuevas. ¿Sentirás lo mismo que yo? Me separo de tus labios y me recuesto sobre tu pecho. Me abrazas y me abandono a los caprichos de tus manos, que recorren mi cuerpo. Siento como me acaricias, suave, sin prisas… Cuando subes por mis costados apreso una de tus manos y la llevo hasta mi mejilla, para acariciarme con ella y besarla, del derecho, del revés… La temperatura de mi cuerpo sube poco a poco, atizada por el cosquilleo de tus mimos en mi piel. Siento como mi virilidad empieza a endurecerse. Tú te mueves y suspiras, sabedor de lo que me sucede. Me excitas…
                Mi cuerpo vibra cada vez que te siento en mi piel, como la primera vez que nos entregamos el uno al otro, deseosos. Se me encabrita el corazón y siento el tuyo golpeando contra mi pecho, latiendo a la par, confirmándome que sientes lo mismo que yo. Te recorro con mesura, deleitándome con el tacto suave de tu piel y, cuando tomas  mi mano entre las tuyas, para jugar con ella a tu antojo, me estremezco sintiendo tu cálido tacto. Acerco mi cara a tu cuello y lo voy besando, poco a poco. Siento la dureza de tu entrepierna. Sé que te excito. Me acomodo y siento como mi sexo crece al contacto con tu piel. Nos rozamos… Alzas la cabeza y me miras a los ojos. Ya no hay marcha atrás.
                Mis manos bajan por tu pecho, acariciándote sutilmente, al tiempo que mi lengua recorre tu cuello desatando leves espasmos en tu cuerpo. Ya te siento arder bajo mi piel. Mientras te contemplo, siento como el deseo se apodera de mí. Enlazo mis dedos con los tuyos y busco acomodarme entre tus piernas. Deseo besarte y poseerte, por completo; sentir que pierdo la vida dentro de ti, para luego recuperarla con más fuerza entre tus brazos.
                Te siento sobre mi cuerpo. Nuestras respiraciones son cada vez más profundas. Tus piernas me invitan a separar las mías para recibirte en mi interior. Mi cuerpo me pide a gritos sentirse tuyo. Estamos ardiendo. Aprieto tus manos cuando siento como penetras dentro de mí. Quiero que me beses, que no pares, que me vuelvas loco de placer, una vez más.
                De nuevo estamos juntos, disfrutando de nuestra unión. Gemidos ahogados escapan de nuestros labios mientras penetro en ti una y otra vez. Te retuerces debajo de mí mientras mis manos recorren tu cuerpo, empapado de tu sudor y el mío. No sé cuánto tiempo podremos permanecer así, pero nunca es suficiente.
                Tú sigues tu andadura en mi interior, acariciando con suavidad y desenfreno. Me remuevo entre las sábanas y me quedo sin respiración por un segundo. El placer fluye por cada célula de mi ser y me entrego por completo a él. Sólo quiero sentirte y que nunca te alejes de mí, porque cada vez que te tengo mi necesidad aumenta, porque el deseo nunca se acaba.


FIN
                

lunes, 23 de julio de 2012

Una lagrimita...

Aprovechando que últimamente ando de un humor estupendo; supongo que debido a que por fin el verano se ha dignado a llegar (a ver cuánto nos dura) voy a publicar este drabblecito lloroso. Me cuestan las historias tristes; por el momento esta es la más lacrimosa que he logrado escribir...


Entre mis brazos

              Me levanté de un salto. No sabía que fueses a venir. Faltaban meses para tu próxima visita pero estaba seguro de que lo que sentía era tu Cosmos, acercándose. Lo percibía débilmente, sin fuerza, pero no lo pensé más y corrí hacia la entrada del Templo, tan sólo deseando verte cruzar el umbral de mi puerta y tenerte entre mis brazos.
                Estaba a punto de dar gracias a los dioses pero entonces te vi…. Tus ojos llorosos, tu aspecto abatido, tu lánguida figura envuelta de luz de luna…
                Camus… susurré. Tú avanzaste hacia mí y hundiste la cara en mi pecho.             
                Cuando pude tragar el nudo que se me había formado en la garganta te pregunté qué había pasado. Me miraste. Tus preciosos ojos parecían los de un niño dolido.
                 Isaak ha muerto, dijiste.
                Yo sólo pude mirarte, sin saber qué decir. Entre palabras entrecortadas me contaste lo sucedido. Se me rompía el alma viendo tu mirada perdida y las lágrimas que se escapaban, furtivas, de tus ojos para, rodando por tus mejillas, ir a acumularse en las comisuras de tus labios y en la punta de tu perfilada nariz. Mis manos se empeñaban en limpiarlas, una tras otra, pero era una batalla perdida. Luego, lo inevitable. El dolor te venció y la voz se te ahogó en la garganta. Agachaste la cabeza y pude notar todo tu cuerpo estremecerse por el llanto. Aquello fue demasiado para mí. Era la primera vez que te veía así y no podía soportarlo. Tampoco sabía qué hacer. Me dolía verte tan abatido. Te abracé más fuerte y esperé a que el llanto aliviara tu sufrimiento. Apoyaste la cabeza sobre mi hombro mientras tratabas de sofocar los sollozos que te sacudían entero.
                Esos críos…  Sé bien el cariño que les tienes…
                Cuando al fin te calmaste, sujeté con mi dedo índice tu barbilla para hacer que me miraras a los ojos. Acaricié tu rostro con dulzura y en tus mejillas probé el sabor salado de tus lágrimas. Me dejé llevar por el corazón. Besé tiernamente tu frente y te atraje hacia mí, queriendo reconfortar tu alma.
                Aquí te tengo aún, dormido sobre mi pecho. Continúo velando tu sueño mientras acaricio tu cabello y pienso qué pasara mañana, cuando despiertes; aunque, en realidad, lo único que me importa es saber que te tengo conmigo, al abrigo de mis brazos, donde nada malo podría pasarte si, por fin, decidieras quedarte.


FIN


martes, 17 de julio de 2012

•♥•♥•♥•♥ ☜ Camus & Milo ☞ ♥•♥•♥•♥•♥•

Para abrir boca hoy, quiero empezar con este slide show... Me encanta el estilo de dibujo de esta fanartista; los hace tan encantadoramente dulces que es imposible no adorarlos ♥ ♥ 

•♥•♥•♥•♥ ☜ Milo x Camus ☞ ♥•♥•♥•♥•♥•

Y para seguir, voy a dejar uno de mis garabatos. Hace tiempo ya que no agarro los lápices, pero durante una temporadita me dio por intentar dibujarlos...

Camus


Milo


martes, 10 de julio de 2012

Clase de francés...

Un fic instructivo XD
Una idea de sábado por la mañana; un párrafo de otro fic de la pareja me inspiró el amanecer, lo demás llegó solo no sé ni cómo :P.

Leçon 1. Les nombres



               Las primeras luces del día se colaban en la estancia, jugando a iluminar cada rincón. Un tenue rayo de sol luchaba por abrirse paso entre sus pestañas y sus ojos se abrieron, repentinamente, como si el sueño lo hubiese abandonado de golpe.
                Fuera amanecía.
                Sus desveladas pupilas se despegaron del techo y danzaron por la habitación hasta topar con el dueño de ese brazo que lo rodeaba con ternura. Estiró sus aún adormecidos músculos y un atrevido airecillo le acarició la piel. Se incorporó sobre la cama y reparó en el revoltijo que eran las sábanas y en lo poco que  hacían para cubrir sus cuerpos desnudos.
                Contempló al que yacía a su lado. Parecía plácidamente dormido y, despacio, con sigilo, se inclinó sobre su cuerpo. Pudo percibir su respiración, su cálido aliento y el olor de sus cabellos que, desparramados sobre la almohada se empeñaban en ocultarle su hermoso semblante. Acercó los labios y besó su cuello, sin tregua, hasta que sintió cómo se encogía y se le entrecortaba la respiración.
                -Bonjour, paresseux * –susurró junto a su oído.
                Una leve protesta salió de sus sonrientes labios. A Milo siempre le llevaba un buen tiempo sacudirse la pereza y no entendía cómo Camus era capaz de abrir los ojos y estar ya listo para enfrentarse a lo que fuese. Había adquirido esa costumbre desde sus primeros tiempos en Siberia. Si por ganas fuera jamás hubiese salido de la cama. Como ahora. Cuánto le gustaría dejarse vencer por la lujuria y permitir a sus manos recorrer esa deliciosa figura hasta oír sus gemidos inundando la estancia. Pero tenía un deber que cumplir.
                Al menos se permitiría una despedida en condiciones.
                -Milo –llamó.
                -Mmm –rezongó el aludido, haciendo sonreír a su acompañante.
                -Tengo que irme –le informó, acercándose nuevamente a su oído.
                Ninguna respuesta.
                -De acuerdo. Contaré hasta cinco y me iré. Después no me protestes por haberme ido sin despedirme –amenazó, sin mucha autoridad.
                Milo sonrió contra la almohada. Precisamente eso era lo que había estado esperando.
                Camus dejó un beso en su cintura, consiguiendo que se le erizase la piel, y contó.
-Un
                Otro sobre su espalda.
                - Deux
                Un tercero en su hombro.
                -Trois
                Uno más sobre su cuello.
                -Quatre
                Había empezado con ese jueguecito días atrás. Al llegar a cinco  le daba un casto beso en la mejilla y se despedía con un “te veo luego. Te quiero”. Milo pensó que hoy era un buen día para cambiar las reglas. En un rápido y súbito movimiento se giro y atrapó los labios del francés para besarlo larga y amorosamente.
                -Cinq –susurró Milo sobre el rostro de Camus cuando dio por terminado ese inesperado beso.
                -Entonces…, ¿me escuchabas? –preguntó, mientras se veía reflejado en los perezosos ojos de su compañero.
                -Siempre –aclaró-. ¿Acaso lo dudabas?
                Camus simplemente sonrió.
                -Hombre de poca fe… -murmuró, al tiempo que meneaba la cabeza. Sin esperar más respuesta, sus labios buscaron el cuello del francés para retomar la diversión donde la habían dejado. Ahora era su turno de juego. Deslizó, dulcemente, la punta de la lengua por esa cálida piel  hasta que lo sintió estremecerse.
                -¿Cómo sigue? –preguntó en un susurro.
                -Six… –suspiró.
                Entre caricias y besos, de esos que mojan la piel, Milo inició el descenso hasta su pecho.
                -¿Qué más? –insistió.
                -Sept… -continuó con su particular conteo.
                Un beso más sobre el esternón.
                -Huit
                Otro en el ombligo.
                -Neuf
                ¡Milo!
                -¿Pero quién…? –el escorpión levantó la cabeza y miró a un descolocado Camus que sólo atinó a encogerse de hombros.
                ¡Milo!
                Otra vez. Desde la entrada de su Templo alguien lo estaba llamando a gritos.
                -¡¿Qué demonios?! –bufó molesto.
                -Será mejor qué vayas a ver –apremió un azorado francés-. Antes de que medio Santuario acuda a ver qué pasa.
                Un frustrado y airado Milo abandonó la cama llevándose consigo las sábanas, que enrolló sobre su cuerpo a modo de improvisada túnica.
                Camus lo siguió con la mirada hasta que su figura se perdió entre las sombras. Soltó aire y suspiró.
                -Dix
                Al rato Milo volvió, murmurando improperios, y lo encontró terminando de vestirse.
                -¿Te vas? –preguntó desilusionado.
                Camus asintió.
                -Ya debería estar en mi puesto. Y tú también…, Julio César –agregó con una sonrisa-. ¿Quién era?
                -Death Mask –contestó-. Al no encontrarte en la Casa de Acuario supuso que estarías aquí y le apeteció pasarse a fastidiar.
                -Muy en su estilo –corroboró Camus. El de Cáncer disfrutaba importunando a los demás. Llevaba haciéndolo toda la vida y  no era de esperar que cambiase ahora.
                 Milo se acercó y comenzó a acariciarle el estómago por encima del polo que vestía.
                -¿En serio te vas? –insistió, sonriéndole y mirándole a los ojos. Antes de que el otro pudiera contestar le agarró la nuca con las manos y apresó sus labios en un beso demandante.
                Fue un beso lento, apasionado, cargado de lujuria. Clara muestra del latente deseo de sus cuerpos. Se separaron por un momento, para mirarse con ternura y volver a besarse, una y otra vez, con ansia. Besos que fueron anticipo de lo que sería la noche que vendría.
                Camus se separó de los ardientes labios del escorpión antes de que el deseo lo derrotase.
                -La próxima vez empezaremos directamente en el diez –le propuso en un susurro.
                Milo aceptó con una sonrisa y tras sentir como el pulgar del galo acariciaba sus húmedos labios se quedó quieto, en medio del cuarto, mirando cómo se alejaba. Viéndolo caminar como si lo moviera el aire. Preguntándose hasta que número serían capaces de llegar la próxima vez.

FIN


lunes, 2 de julio de 2012

Un poquito más...

Pues eso, mientras en mi cabeza se van juntando ideas para nuevos capítulos y el tiempo vuelve a ser bueno conmigo, dejo hoy un poquito más de las vidas de mis jóvenes Caballeros, más de Efemérides.

Capítulo 6. De vuelta

         Ninguna palabra salió de sus labios. Tan sólo se quedaron parados de pie, uno frente al otro, acostumbrándose a la nueva imagen de quién por tanto tiempo habían extrañado. En estos momentos ambos tenían la misma edad, doce años. Los niños que fueran ya habían abandonado sus cuerpos para dejar paso a los jóvenes que eran ahora y que tanta zozobra causaban en aquel que tenían delante. Como presas de un encantamiento, ni siquiera se atrevían a pestañear, por miedo a que la imagen ante sus ojos fuese a desaparecer. Sentían a sus corazones latir agitados y las piernas temblorosas mientras se escrutaban en silencio
                Camus clavó su mirada en la de su compañero. Esa no había cambiado. Sus grandes y expresivos ojos turquesa seguían ahí, brillando con picardía, iluminando más, si cabe,  ese rostro de piel canela, enmarcado por una rebelde cabellera de bucles color índigo que ahora se pegaban a su cara y su cuello por el sofocante calor de ese día. Las tiernas facciones del niño que recordaba ya no estaban, sus rasgos se habían endurecido, como el resto de su cuerpo, pero su gesto no había perdido ni un ápice de la dulzura que siempre le había mostrado. Había crecido; los dos habían crecido, pero no pudo apreciar con claridad si ya estaban a la par o si seguiría en ligera desventaja con respecto a su griego compañero. Tendría que esperar a estar más cerca para comprobarlo.
                Milo naufragó en los calmos océanos que para él eran los ojos de Camus. Esos que lo habían conquistado desde la primera vez que lo vio. Esos que eran iguales a su pequeño tesoro color zafiro. Estudió con minuciosidad el nuevo aspecto de su compañero. Le había crecido el pelo desde la última vez. Eso lo tenían en común. Su indómita melena hacía también mucho tiempo que no veía unas tijeras. El color de su piel también era diferente. Ya no se veía tan pálido. El reflejo del sol sobre la nieve de Siberia le había proporcionado un tono sutil; alejado de la extrema blancura que años atrás presentaba, otorgándole calidez a sus delicadas facciones. No pudo evitar preguntarse si el resto de su piel, la que no estaba a la vista, tendría también ese color o conservaría aún la tonalidad marfileña que su mente evocaba. Sus labios se despegaron levemente. Quería decirle algo pero alguien se le adelantó.
                -¡Hey, Camus! ¡Bienvenido! –el León Dorado los sacó de su embobamiento. Había llegado instantes después del acuariano y un recuerdo lejano lo golpeó de repente. Ya estaban otra vez como al principio.
                El francés parpadeó, con rapidez, un par de veces y respondió al saludo de su compañero acompañando sus palabras con una ligera inclinación de cabeza. Inmediatamente sus ojos volvieron a buscar los de Milo. Estaba seguro de que pensaban lo mismo. Aioria de Leo…, un especialista en romper encantamientos.
                -¿Qué has venido a hacer tú aquí? –preguntó Milo con fastidio.  ¿Qué demonios estaba haciendo ahí el León? Tenía que aparecerse precisamente en ese momento. No podía haber resultado más inoportuno. Aún escuchaba la voz de Camus resonando en sus oídos. Había  perdido el agudo tono infantil pero conservaba todavía su peculiar acento. En cualquier caso, no esperaba que las primeras palabras que escuchase salir de su boca estuviesen dirigidas a Aioria.
                -Descuida Milo, –respondió el León con una sonrisa burlona- no he venido a verte a ti. Escuché que Camus había regresado y quería saludarlo -explicó mientras se giraba para mirar al galo-. Ha sido una suerte encontrarte aquí. Me has ahorrado un montón de escaleras –continuó, y, acercándose  al de Acuario, le tendió la mano-. Me alegro de verte. ¿Has vuelto para quedarte?
                Camus correspondió al gesto y asintió. Su cerebro aún intentaba procesar las nuevas voces de sus compañeros. Desde luego sonaban diferentes a cómo las recordaba pero lo que no había cambiado, en absoluto, era el uso que les daban. Por lo visto las cosas seguían igual entre esos dos. Ese pensamiento lo hizo sentirse un tanto temeroso. ¿Las cosas serían iguales también con él? Quizás había pasado demasiado tiempo y ya no ocupaba el mismo lugar que años atrás en sus afectos.
                -Creo que ya estoy preparado para hacerme cargo de mi responsabilidad aquí –confirmó en un tono un tanto indiferente. Lo cierto es que no estaba tan seguro de sus palabras pero ese no era un tema que fuera a tratar con el de Leo.
                -Los muchachos están abajo, en la Casa de Tauro –informó Aioria-. Aldebarán regresó ayer de Brasil y ha traído unos dulces que asegura son los mejores del mundo así que habrá que comprobarlo, ¿no? –su sugerencia iba acompañada de una amplia sonrisa.
                -Claro –Camus asintió. No es que fuera un amante de los dulces pero Aioria se había quedado mirándolo en espera de una respuesta  y, además, si todos sus compañeros estaban allí, mejor que mejor; no tendría que pasar por el trance de ir a presentarse ante ellos uno por uno.
                Luego de echar un vistazo a Milo, que mostraba su aceptación al plan con una sonrisa, concluyo que lo lógico en ese momento sería comenzar a caminar en dirección al Templo del bueno de Aldebarán así que, sin más, se dirigió hacia las escaleras e inició el descenso del ingente número de peldaños que aún los separaban de su destino.
                Milo caminaba justo detrás de él hasta que al pasar al lado de Aioria, que se había mantenido en su lugar viendo como el de Acuario pasaba por delante de él, lo sujetó por un brazo.
                -Tendré que preguntarle cómo lo hace –le susurró.
                -¿Cómo hace el qué? –inquirió el Escorpión con gesto desconcertado.
                -Cómo consigue que estés quieto y callado por más de un minuto –explicó.
                Milo soltó una carcajada.
                -Ni aunque volvieses a nacer –le aseguró-. Eso no está en tu mano –y, soltándose del agarre que el otro aún mantenía sobre su persona, se apresuró para dar alcance a Camus que ya les sacaba una buena ventaja.
                Al ver que sus compañeros no lo seguían detuvo su avance. En pocos segundos lo sorprendió la presencia de Milo a su lado.

                -Me alegro mucho de que estés de vuelta –Milo hizo una apresurada confesión sabiendo que Aioria no tardaría mucho en darle alcance-. Siento no habértelo dicho antes.
                -Yo también estoy contento de estar aquí de nuevo –Camus correspondió con una sonrisa a las palabras del griego.
                -No olvides que tú y yo tenemos cuentas pendientes –Milo no había olvidado ese pequeño reto entre los dos y supo que Camus tampoco cuando éste meneó su cabeza en gesto de asentimiento.
                Aioria los adelantó en ese momento al grito de “¡nenita el último!”.
                Tras mirarse por un segundo iniciaron la persecución del felino. Ese calificativo era algo que sus egos adolescentes no estaban dispuestos a tolerar.
                Durante el trayecto que los separaba de la Casa del Toro Dorado protagonizaron una pugna poco digna de su rango de Caballeros. Las más marrulleras tácticas eran válidas para no terminar en último lugar y, en un reñido tramo final, terminaron por entrar a trompicones en el recinto de Aldebarán.
                -¡Eres un animal con ropa, Aioria! –increpó entre jadeos un furioso Escorpión. Al igual que sus compañeros, con las manos apoyadas en las rodillas, Milo intentaba recuperar el aliento-. ¡Casi me arrancas un brazo!
                -No haberte metido en mi camino –fue la respuesta del mencionado, que ya se incorporaba-. Entonces, ¿al final quién ha ganado?
                -Creo que un empate nos permitiría mantener nuestro orgullo a los tres –propuso un conciliador Camus.
                Una vez aceptada la moción; si bien a regañadientes puesto que todos estaban seguros de haber sido los primeros, pero lo que sea por mantener intacto el orgullo; continuaron su camino hacia la parte privada del Templo en busca del resto de sus compañeros.
                Los encontraron en una pequeña sala, sentados alrededor de una mesita, bien concentrados en dar buena cuenta de los famosos pastelillos. El dueño de la Casa fue el primero en reparar en la presencia de los recién llegados y con una afable sonrisa en el rostro se acercó para saludarlos.
                -¡Camus! ¡Dichosos los ojos! –exclamó mientras lo estrujaba entre sus brazos a modo de cordial bienvenida.
                -Sssi… -Camus sentía que ese abrazo le había hecho perder todo el aire de sus pulmones. El taurino sí que había crecido. Siempre había sido el más grande pero con el paso de los años la diferencia se había hecho notable-. Yo también me alegro de verte –le dijo cuando su cuerpo se vio libre de la presión y pudo volver a respirar.
                Al apartarse Aldebarán se dio cuenta de que todas las miradas estaban fijas en él. Procurando permanecer tranquilo paseó sus pupilas por los rostros de los allí presentes. Sí, definitivamente había estado fuera demasiado tiempo. Shura había sido el único con quien se había topado desde su llegada, esa mañana, pero el de Capricornio no suponía una novedad para él; habían estado entrenando juntos no hacía mucho. Se sintió extraño. Era consciente del escrutinio al que estaba siendo sometido y no le gustaba ser el centro de tanta atención. Sabía de lo sucedido con Aioros y de la misteriosa desaparición de Saga pero, ellos no eran los únicos ausentes. ¿Mu? El de Aries no estaba presente en esa informal reunión y sabía que tenía muy buena relación con el anfitrión. ¿Sería buena idea preguntar? Shaka interrumpió el fluir de sus pensamientos. El de Virgo le dedicó una ligera reverencia que correspondió y luego repitió, como muestra de respeto, para el resto de sus compañeros. El brazo de Aldebarán sobre su hombro, instándolo a sentarse a la mesa puso fin a ese incómodo momento.
                Milo acercó unas sillas y los dos se apretujaron entre Shura y Afrodita mientras que Aioria ocupó un puesto junto a Shaka.
                -¡Panda de hienas! –exclamó un indignado León-. ¡Os los habéis comido todos! –la bandeja situada en el centro de la mesa sólo conservaba unas cuantas migajas de los tan alardeados dulces.
                Sus protestas fueron acalladas por un sonriente Aldebarán que regresaba de alguna otra estancia con una bandeja a rebosar de pasteles.
                -Tranquilo, fiera –lo calmó-. Hay suficientes para todos.
                 -¿Cómo dices que se llama esto? –preguntó Milo mientras daba el primer mordisco a una de esas apetecibles bolas de chocolate.
                -Brigadeiro –respondió con orgullo el de Tauro.
                Mientras paladeaba uno de esos dulces, Camus tuvo que admitir que los famosos brigadeiros eran la cosa más deliciosa que había probado en su vida.
                Durante el tiempo que duraron los dulces compartieron anécdotas acerca de entrenamientos y misiones.
                -Por cierto, Camus… –DM  se dirigió al de Acuario con un tono de voz que, sin lugar a dudas, escondía alguna intención más allá de la simple curiosidad- … ¿sigues de una pieza?
                El rostro del francés compuso su más gesto serio para responder a su molesto compañero, esforzándose por no enrojecer al recordar el momento más vergonzoso de su corta existencia.
                -Sí. Muchas gracias por tu interés –dijo sin más. No le daría pie a que lo enredase en una conversación que de seguro no le traería nada bueno. En el fondo las cosas no habían cambiado tanto-. Muchas gracias, Aldebarán, por tu hospitalidad pero creo que debo regresar ya. Ni siquiera he deshecho mi equipaje –explicó al tiempo que se levantaba-. Me he alegrado de veros a todos –la última palabra la pronunció en un tono algo más fuerte y con la mirada fija en el rostro del cuarto guardián.
                -Creo que todos deberíamos regresar –Shura apoyó la idea del de Acuario levantándose también.
                Las palabras del de Capricornio fueron algo así como una orden para los demás, quienes, de inmediato, se apuraron a abandonar sus sillas y tomar el camino hacia sus respectivas moradas. En la salida se despidieron de Aldebarán e iniciaron el penoso ascenso.
                Poco a poco, templo a templo, el grupo iba descendiendo en número. Cuando llegaron a Escorpio Milo se plantó delante de Camus.
                -Mañana, después del entrenamiento, en el claro del bosque –la expresión de extrañeza que le devolvió el rostro del acuariano le hizo darse cuenta de que debía explicarse mejor-. Quiero ver cuánto has mejorado. Si estos cinco años han valido la pena. Recuerdas que me lo debes, ¿verdad?
                Camus sonrió y asintió.
                -En cualquier caso…, estoy seguro de que te daré una paliza –afirmó con tono fanfarrón.
                -Por lo visto estás muy seguro de ti mismo, ¿no? –cuestionó Camus, ampliando la sonrisa en sus labios-. Quizás mañana a estas horas no estarás tan orgulloso –su tono era desafiante.
                -Lo veremos mañana –respondió sin rebajar ni un grado su seguridad.
                -Muy bien. Hasta mañana, entonces –se despidió.
                -Hasta mañana –contestó; y se quedó parado, viéndolo correr tras Shura y Afrodita quienes hacía ya un buen rato  que habían desaparecido de su vista.
                Camus dio alcance a los dos mayores y en silenciosa compañía llegaron a Capricornio donde se despidieron de su guardián. En Acuario deseó buenas noches al guardián de Piscis y se dirigió a su habitación. Sobre la cama lo esperaba una enorme maleta. Allí la había dejado esa misma mañana mientras daba vueltas y vueltas en busca del modo más adecuado para presentarse ante su compañero de tres templos más abajo. No importó cuanto lo hubiese pensado, al final ese encuentro había sido tan extraño como el de la primera vez que se habían encontrado. Miraba la maleta con intensidad; como esperando alguna reacción por parte del inanimado objeto. Por más que la miró no apreció ninguna reacción. Frunció el entrecejo. No se sentía ahora con ánimos para ponerse a ordenar, así que la agarró por el asa y la dejó en una esquina. Se tumbó sobre la cama mirando al techo. ¿Y ahora qué? Ya estaba de vuelta. Ocuparía el puesto que le correspondía como portador de la armadura de Acuario. Eso lo tenía claro. Pero…, ¿había algo más que eso para él? Puede que debiese avergonzarse por sus pensamientos; pero el servicio a una diosa que jamás había visto no era la razón por la que había regresado. Hubiese sido feliz en Siberia. El inhóspito lugar había calado hondo en él; pero no tanto como su principal motivo para estar ahí ahora.
                En Escorpio, Milo daba vueltas en su cuarto. Había vuelto. Estaría ahí a diario. Eso era algo que había estado esperando durante mucho tiempo. ¿Qué significaba eso? Sonrió. Tenía la sensación de que se había pasado toda la vida esperándolo. De hecho sí. La mayor parte de su vida, al menos. ¿Durante ese tiempo Camus también habría pensado en él? ¿Debería preguntárselo? Sentía una fuerte curiosidad pero no sabía si sería lo correcto. ¿Qué sentía Camus por él? ¿Qué sentía él por Camus? A lo largo de todos esos años había sido su pequeña obsesión. ¿Cómo serían las cosas ahora que se verían todos los días? A pesar del tiempo y la distancia estaba seguro de que eran importantes el uno para el otro; de que compartían un sentimiento común. ¿Amistad?

Continuará…


*Aclaraciones
-Brigadeiro: popular postre brasileño. Es una especia de bola de chocolate, parecida a las trufas de chocolate, hecha con chocolate, manteca y leche condensada.


No coincide exactamente con lo que se cuenta en el capítulo, pero ahí están los tres protagonistas.