Pues eso, mientras en mi cabeza se van juntando ideas para nuevos capítulos y el tiempo vuelve a ser bueno conmigo, dejo hoy un poquito más de las vidas de mis jóvenes Caballeros, más de
.
Capítulo 6. De vuelta
Ninguna palabra salió de sus
labios. Tan sólo se quedaron parados de pie, uno frente al otro,
acostumbrándose a la nueva imagen de quién por tanto tiempo habían extrañado. En
estos momentos ambos tenían la misma edad, doce años. Los niños que fueran ya habían
abandonado sus cuerpos para dejar paso a los jóvenes que eran ahora y que tanta
zozobra causaban en aquel que tenían delante. Como presas de un encantamiento,
ni siquiera se atrevían a pestañear, por miedo a que la imagen ante sus ojos
fuese a desaparecer. Sentían a sus corazones latir agitados y las piernas
temblorosas mientras se escrutaban en silencio
Camus
clavó su mirada en la de su compañero. Esa no había cambiado. Sus grandes y
expresivos ojos turquesa seguían ahí, brillando con picardía, iluminando más,
si cabe, ese rostro de piel canela,
enmarcado por una rebelde cabellera de bucles color índigo que ahora se pegaban
a su cara y su cuello por el sofocante calor de ese día. Las tiernas facciones
del niño que recordaba ya no estaban, sus rasgos se habían endurecido, como el
resto de su cuerpo, pero su gesto no había perdido ni un ápice de la dulzura
que siempre le había mostrado. Había crecido; los dos habían crecido, pero no
pudo apreciar con claridad si ya estaban a la par o si seguiría en ligera
desventaja con respecto a su griego compañero. Tendría que esperar a estar más
cerca para comprobarlo.
Milo
naufragó en los calmos océanos que para él eran los ojos de Camus. Esos que lo
habían conquistado desde la primera vez que lo vio. Esos que eran iguales a su
pequeño tesoro color zafiro. Estudió con minuciosidad el nuevo aspecto de su
compañero. Le había crecido el pelo desde la última vez. Eso lo tenían en
común. Su indómita melena hacía también mucho tiempo que no veía unas tijeras.
El color de su piel también era diferente. Ya no se veía tan pálido. El reflejo
del sol sobre la nieve de Siberia le había proporcionado un tono sutil; alejado
de la extrema blancura que años atrás presentaba, otorgándole calidez a sus
delicadas facciones. No pudo evitar preguntarse si el resto de su piel, la que
no estaba a la vista, tendría también ese color o conservaría aún la tonalidad
marfileña que su mente evocaba. Sus labios se despegaron levemente. Quería
decirle algo pero alguien se le adelantó.
-¡Hey,
Camus! ¡Bienvenido! –el León Dorado los sacó de su embobamiento. Había llegado
instantes después del acuariano y un recuerdo lejano lo golpeó de repente. Ya
estaban otra vez como al principio.
El
francés parpadeó, con rapidez, un par de veces y respondió al saludo de su
compañero acompañando sus palabras con una ligera inclinación de cabeza.
Inmediatamente sus ojos volvieron a buscar los de Milo. Estaba seguro de que
pensaban lo mismo. Aioria de Leo…, un especialista en romper encantamientos.
-¿Qué
has venido a hacer tú aquí? –preguntó Milo con fastidio. ¿Qué demonios estaba haciendo ahí el León?
Tenía que aparecerse precisamente en ese momento. No podía haber resultado más
inoportuno. Aún escuchaba la voz de Camus resonando en sus oídos. Había perdido el agudo tono infantil pero
conservaba todavía su peculiar acento. En cualquier caso, no esperaba que las
primeras palabras que escuchase salir de su boca estuviesen dirigidas a Aioria.
-Descuida
Milo, –respondió el León con una sonrisa burlona- no he venido a verte a ti.
Escuché que Camus había regresado y quería saludarlo -explicó mientras se
giraba para mirar al galo-. Ha sido una suerte encontrarte aquí. Me has
ahorrado un montón de escaleras –continuó, y, acercándose al de Acuario, le tendió la mano-. Me alegro
de verte. ¿Has vuelto para quedarte?
Camus
correspondió al gesto y asintió. Su cerebro aún intentaba procesar las nuevas
voces de sus compañeros. Desde luego sonaban diferentes a cómo las recordaba
pero lo que no había cambiado, en absoluto, era el uso que les daban. Por lo
visto las cosas seguían igual entre esos dos. Ese pensamiento lo hizo sentirse un
tanto temeroso. ¿Las cosas serían iguales también con él? Quizás había pasado
demasiado tiempo y ya no ocupaba el mismo lugar que años atrás en sus afectos.
-Creo
que ya estoy preparado para hacerme cargo de mi responsabilidad aquí –confirmó
en un tono un tanto indiferente. Lo cierto es que no estaba tan seguro de sus
palabras pero ese no era un tema que fuera a tratar con el de Leo.
-Los
muchachos están abajo, en la Casa de Tauro –informó Aioria-. Aldebarán regresó
ayer de Brasil y ha traído unos dulces que asegura son los mejores del mundo
así que habrá que comprobarlo, ¿no? –su sugerencia iba acompañada de una amplia
sonrisa.
-Claro
–Camus asintió. No es que fuera un amante de los dulces pero Aioria se había
quedado mirándolo en espera de una respuesta
y, además, si todos sus compañeros estaban allí, mejor que mejor; no
tendría que pasar por el trance de ir a presentarse ante ellos uno por uno.
Luego
de echar un vistazo a Milo, que mostraba su aceptación al plan con una sonrisa,
concluyo que lo lógico en ese momento sería comenzar a caminar en dirección al
Templo del bueno de Aldebarán así que, sin más, se dirigió hacia las escaleras
e inició el descenso del ingente número de peldaños que aún los separaban de su
destino.
Milo
caminaba justo detrás de él hasta que al pasar al lado de Aioria, que se había
mantenido en su lugar viendo como el de Acuario pasaba por delante de él, lo
sujetó por un brazo.
-Tendré
que preguntarle cómo lo hace –le susurró.
-¿Cómo
hace el qué? –inquirió el Escorpión con gesto desconcertado.
-Cómo
consigue que estés quieto y callado por más de un minuto –explicó.
Milo
soltó una carcajada.
-Ni
aunque volvieses a nacer –le aseguró-. Eso no está en tu mano –y, soltándose
del agarre que el otro aún mantenía sobre su persona, se apresuró para dar
alcance a Camus que ya les sacaba una buena ventaja.
Al
ver que sus compañeros no lo seguían detuvo su avance. En pocos segundos lo
sorprendió la presencia de Milo a su lado.
-Me
alegro mucho de que estés de vuelta –Milo hizo una apresurada confesión
sabiendo que Aioria no tardaría mucho en darle alcance-. Siento no habértelo
dicho antes.
-Yo
también estoy contento de estar aquí de nuevo –Camus correspondió con una
sonrisa a las palabras del griego.
-No
olvides que tú y yo tenemos cuentas pendientes –Milo no había olvidado ese
pequeño reto entre los dos y supo que Camus tampoco cuando éste meneó su cabeza
en gesto de asentimiento.
Aioria
los adelantó en ese momento al grito de “¡nenita el último!”.
Tras
mirarse por un segundo iniciaron la persecución del felino. Ese calificativo
era algo que sus egos adolescentes no estaban dispuestos a tolerar.
Durante
el trayecto que los separaba de la Casa del Toro Dorado protagonizaron una
pugna poco digna de su rango de Caballeros. Las más marrulleras tácticas eran
válidas para no terminar en último lugar y, en un reñido tramo final,
terminaron por entrar a trompicones en el recinto de Aldebarán.
-¡Eres
un animal con ropa, Aioria! –increpó entre jadeos un furioso Escorpión. Al
igual que sus compañeros, con las manos apoyadas en las rodillas, Milo
intentaba recuperar el aliento-. ¡Casi me arrancas un brazo!
-No
haberte metido en mi camino –fue la respuesta del mencionado, que ya se
incorporaba-. Entonces, ¿al final quién ha ganado?
-Creo
que un empate nos permitiría mantener nuestro orgullo a los tres –propuso un
conciliador Camus.
Una
vez aceptada la moción; si bien a regañadientes puesto que todos estaban
seguros de haber sido los primeros, pero lo que sea por mantener intacto el
orgullo; continuaron su camino hacia la parte privada del Templo en busca del
resto de sus compañeros.
Los
encontraron en una pequeña sala, sentados alrededor de una mesita, bien
concentrados en dar buena cuenta de los famosos pastelillos. El dueño de la
Casa fue el primero en reparar en la presencia de los recién llegados y con una
afable sonrisa en el rostro se acercó para saludarlos.
-¡Camus!
¡Dichosos los ojos! –exclamó mientras lo estrujaba entre sus brazos a modo de
cordial bienvenida.
-Sssi…
-Camus sentía que ese abrazo le había hecho perder todo el aire de sus
pulmones. El taurino sí que había crecido. Siempre había sido el más grande
pero con el paso de los años la diferencia se había hecho notable-. Yo también
me alegro de verte –le dijo cuando su cuerpo se vio libre de la presión y pudo
volver a respirar.
Al
apartarse Aldebarán se dio cuenta de que todas las miradas estaban fijas en él.
Procurando permanecer tranquilo paseó sus pupilas por los rostros de los allí
presentes. Sí, definitivamente había estado fuera demasiado tiempo. Shura había
sido el único con quien se había topado desde su llegada, esa mañana, pero el
de Capricornio no suponía una novedad para él; habían estado entrenando juntos
no hacía mucho. Se sintió extraño. Era consciente del escrutinio al que estaba
siendo sometido y no le gustaba ser el centro de tanta atención. Sabía de lo
sucedido con Aioros y de la misteriosa desaparición de Saga pero, ellos no eran
los únicos ausentes. ¿Mu? El de Aries no estaba presente en esa informal
reunión y sabía que tenía muy buena relación con el anfitrión. ¿Sería buena
idea preguntar? Shaka interrumpió el fluir de sus pensamientos. El de Virgo le
dedicó una ligera reverencia que correspondió y luego repitió, como muestra de
respeto, para el resto de sus compañeros. El brazo de Aldebarán sobre su
hombro, instándolo a sentarse a la mesa puso fin a ese incómodo momento.
Milo
acercó unas sillas y los dos se apretujaron entre Shura y Afrodita mientras que
Aioria ocupó un puesto junto a Shaka.
-¡Panda
de hienas! –exclamó un indignado León-. ¡Os los habéis comido todos! –la
bandeja situada en el centro de la mesa sólo conservaba unas cuantas migajas de
los tan alardeados dulces.
Sus
protestas fueron acalladas por un sonriente Aldebarán que regresaba de alguna
otra estancia con una bandeja a rebosar de pasteles.
-Tranquilo,
fiera –lo calmó-. Hay suficientes para todos.
-¿Cómo dices que se llama esto? –preguntó Milo
mientras daba el primer mordisco a una de esas apetecibles bolas de chocolate.
-Brigadeiro
–respondió con orgullo el de Tauro.
Mientras
paladeaba uno de esos dulces, Camus tuvo que admitir que los famosos
brigadeiros eran la cosa más deliciosa que había probado en su vida.
Durante
el tiempo que duraron los dulces compartieron anécdotas acerca de
entrenamientos y misiones.
-Por
cierto, Camus… –DM se dirigió al de
Acuario con un tono de voz que, sin lugar a dudas, escondía alguna intención
más allá de la simple curiosidad- … ¿sigues de una pieza?
El
rostro del francés compuso su más gesto serio para responder a su molesto
compañero, esforzándose por no enrojecer al recordar el momento más vergonzoso
de su corta existencia.
-Sí.
Muchas gracias por tu interés –dijo sin más. No le daría pie a que lo enredase
en una conversación que de seguro no le traería nada bueno. En el fondo las
cosas no habían cambiado tanto-. Muchas gracias, Aldebarán, por tu hospitalidad
pero creo que debo regresar ya. Ni siquiera he deshecho mi equipaje –explicó al
tiempo que se levantaba-. Me he alegrado de veros a todos –la última palabra la
pronunció en un tono algo más fuerte y con la mirada fija en el rostro del
cuarto guardián.
-Creo
que todos deberíamos regresar –Shura apoyó la idea del de Acuario levantándose
también.
Las
palabras del de Capricornio fueron algo así como una orden para los demás,
quienes, de inmediato, se apuraron a abandonar sus sillas y tomar el camino
hacia sus respectivas moradas. En la salida se despidieron de Aldebarán e
iniciaron el penoso ascenso.
Poco
a poco, templo a templo, el grupo iba descendiendo en número. Cuando llegaron a
Escorpio Milo se plantó delante de Camus.
-Mañana,
después del entrenamiento, en el claro del bosque –la expresión de extrañeza que
le devolvió el rostro del acuariano le hizo darse cuenta de que debía
explicarse mejor-. Quiero ver cuánto has mejorado. Si estos cinco años han
valido la pena. Recuerdas que me lo debes, ¿verdad?
Camus
sonrió y asintió.
-En
cualquier caso…, estoy seguro de que te daré una paliza –afirmó con tono
fanfarrón.
-Por
lo visto estás muy seguro de ti mismo, ¿no? –cuestionó Camus, ampliando la
sonrisa en sus labios-. Quizás mañana a estas horas no estarás tan orgulloso –su
tono era desafiante.
-Lo
veremos mañana –respondió sin rebajar ni un grado su seguridad.
-Muy
bien. Hasta mañana, entonces –se despidió.
-Hasta
mañana –contestó; y se quedó parado, viéndolo correr tras Shura y Afrodita
quienes hacía ya un buen rato que habían
desaparecido de su vista.
Camus
dio alcance a los dos mayores y en silenciosa compañía llegaron a Capricornio
donde se despidieron de su guardián. En Acuario deseó buenas noches al guardián
de Piscis y se dirigió a su habitación. Sobre la cama lo esperaba una enorme
maleta. Allí la había dejado esa misma mañana mientras daba vueltas y vueltas
en busca del modo más adecuado para presentarse ante su compañero de tres
templos más abajo. No importó cuanto lo hubiese pensado, al final ese encuentro
había sido tan extraño como el de la primera vez que se habían encontrado.
Miraba la maleta con intensidad; como esperando alguna reacción por parte del
inanimado objeto. Por más que la miró no apreció ninguna reacción. Frunció el
entrecejo. No se sentía ahora con ánimos para ponerse a ordenar, así que la
agarró por el asa y la dejó en una esquina. Se tumbó sobre la cama mirando al
techo. ¿Y ahora qué? Ya estaba de vuelta. Ocuparía el puesto que le
correspondía como portador de la armadura de Acuario. Eso lo tenía claro.
Pero…, ¿había algo más que eso para él? Puede que debiese avergonzarse por sus
pensamientos; pero el servicio a una diosa que jamás había visto no era la
razón por la que había regresado. Hubiese sido feliz en Siberia. El inhóspito
lugar había calado hondo en él; pero no tanto como su principal motivo para
estar ahí ahora.
En
Escorpio, Milo daba vueltas en su cuarto. Había vuelto. Estaría ahí a diario.
Eso era algo que había estado esperando durante mucho tiempo. ¿Qué significaba
eso? Sonrió. Tenía la sensación de que se había pasado toda la vida
esperándolo. De hecho sí. La mayor parte de su vida, al menos. ¿Durante ese
tiempo Camus también habría pensado en él? ¿Debería preguntárselo? Sentía una
fuerte curiosidad pero no sabía si sería lo correcto. ¿Qué sentía Camus por él?
¿Qué sentía él por Camus? A lo largo de todos esos años había sido su pequeña
obsesión. ¿Cómo serían las cosas ahora que se verían todos los días? A pesar
del tiempo y la distancia estaba seguro de que eran importantes el uno para el
otro; de que compartían un sentimiento común. ¿Amistad?
Continuará…
*Aclaraciones
-Brigadeiro: popular
postre brasileño. Es una especia de bola de chocolate, parecida a las trufas de
chocolate, hecha con chocolate, manteca y leche condensada.
No coincide exactamente con lo que se cuenta en el capítulo, pero ahí están los tres protagonistas.