lunes, 1 de octubre de 2012

Un poco más cerca...

Otro capitulito de Efemérides, para encaminar a los chicos a donde quieren llegar :3

Del tiempo compartido. Capítulo 9


            Sentía calor en el rostro. Una brisa cálida le acariciaba la cara y escuchaba un rumor a lo lejos. Prestó atención. ¿Alguien lo llamaba? Sí; estaba seguro. Lo que escuchaba era su nombre.
                -Milo… Milo…
                Miró a un lado y luego al otro pero no logró ver a nadie. ¿De dónde venía esa voz? Echó a andar en busca de quienquiera que lo estuviese llamando. No había dado más que unos pocos pasos cuando le pareció que el suelo temblaba bajo sus pies. Quiso seguir avanzando pero una sacudida más fuerte lo hizo tambalearse. Cerró los ojos mientras caía y cuando volvió a abrirlos la mirada serena de Camus estaba frente a él.
                -Milo… –el aliento tibio del acuariano le llegó como una suave corriente de aire.
                -Mmm… Hola… –sonrió al tiempo que se estiraba. Ahora lo entendía. Soñaba. Camus había estado llamándolo mientras lo movía intentando despertarlo.
                -Nos hemos dormido. Mira –Camus señaló hacia la ventana. El sol ya casi había desaparecido y el cielo cambiara su claro manto celeste por uno anaranjado intenso.
                Milo se incorporó y sus armaduras chocaron con un sonido metálico que les hizo ser conscientes de su cercanía. El rubor iluminó sus mejillas con un leve tono carmín y desviaron la mirada, obviando la inoportuna reacción de sus cuerpos.
-Lo siento… –Camus, que seguía aún inclinado sobre su compañero, se apartó y le dio espacio para que terminara de sentarse. Descendió de la cama, apartándose unos pocos pasos de ella,  y se quedó quieto mientras veía como Milo se sacudía la modorra.
El escorpiano se desperezó cual felino después de una placentera siesta. Bostezó, estiró brazos y piernas y meneó la cabeza de un lado a otro a otro para terminar de espabilarse.
-¡Auch! –exclamó entretanto se sobaba la parte posterior del cuello-. Creo que las armaduras no están hechas para dormir con ellas…
-Me parece que no –Camus no pudo más que estar de acuerdo. Miró sus brazos. Algunas partes de su vestimenta dorada habían dejado marcada su piel-. Debimos quitárnoslas, aunque nunca pensé que dormiríamos tanto tiempo. Además… Creí que dijiste que no tenías sueño.
-Por lo visto me equivoqué –Milo le guiñó un ojo-. Es que se duerme muy bien aquí –dijo palmeando sobre el colchón-. Me gusta esta cama.
                -Pues es mía –Camus lo retó con la mirada. Lucharía por ella.
                -Venga Camus… No seas egoísta –le recriminó con un puchero-. ¿No la compartirías conmigo?
                -Tendré que pensarlo –concedió, dirigiéndose a la puerta-. Roncas.
                -¡¿Qué?! –gritó-. Eso no es cierto –el acuariano se perdía ya en la oscuridad del corredor y, tras recoger al vuelo su casco, echó a andar tras él-. Camus, bromeas, ¿no? Yo no ronco… ¡Camus! –corrió hasta alcanzarlo y lo detuvo sujetándolo de un brazo-. No hablabas en serio –afirmó, buscando confirmación a sus palabras en los ojos del otro.
                -Te invito a comer –ofreció Camus-. ¿No tienes hambre?
                Milo iba a insistir en su cuestionamiento previo pero su cuerpo se le adelantó. Un revelador ruidillo, proveniente de su estómago     , le recordó que no había probado bocado desde la mañana.
                -Sí –se frotó el abdomen y asintió-. ¿Qué me ofreces?
                -No sé –Camus se encogió de hombros-. Miremos a ver qué hay.
                Entraron en la cocina. Sobre la mesa había una bandeja con dos platos de comida. Fría. Se miraron e hicieron un gesto de desaprobación. No era lo que buscaban. Lía era buena cocinera pero, después de varias horas, aquel pescado rebozado no tenía muy buena pinta así que recorrieron el lugar en un arduo ejercicio de búsqueda. Abrieron puertas y cajones en busca de algo con lo que calmar su apetito. A los pocos minutos habían reunido, sobre la encimera, un buen surtido de provisiones. Pan, mermelada, mantequilla, leche, fruta, zumo, galletas, un trozo de bizcocho…
                -No. Espera –Camus detuvo la mano de Milo que ya se disponía a dar cuenta del improvisado banquete-. Quiero enseñarte algo. Nos lo llevaremos.
                Entre los dos acomodaron el botín de su pequeño saqueo en una gran bandeja plateada y salieron de nuevo al pasillo. Milo siguió a Camus por el pasillo hasta la biblioteca del Templo de Acuario. Allí habían pasado muchas tardes curioseando en enormes libracos donde se contaban infinidad de historias sobre tiempos pasados. ¿Qué quería Camus que viera allí? Ya conocía ese lugar.
                -He estado muchas veces aquí Camus, ¿qué quieres enseñarme? –preguntó.
- Ahora lo verás –el acuariano atravesó el umbral de la puerta y depositó su carga sobre una silla de madera-. Ven. Acompáñame –inmediatamente se giró e invitó al griego a seguirlo tras una enorme librería.
Cuando llegaron frente a la ventana Milo lo vio. Un telescopio dorado que apuntaba al cielo estrellado.
-¿De dónde lo has sacado? –preguntó sorprendido.
-Lo encontré –respondió con naturalidad-. Estaba en un armario. Desmontado –añadió-. Es muy antiguo… -su mirada se paseó por el cilindro metálico al tiempo que sus dedos lo acariciaban con mimo-. Me llevó un buen rato armarlo –admitió, sonriéndole al escorpiano.
-¿Puedo? –Milo se acercó al telescopio. Quería probar cuán bueno era ese artilugio que tanto parecía gustarle a su compañero.
-Claro… –Camus le cedió su puesto y Milo se inclinó sobre el aparato para descubrir lo que se ocultaba en la enormidad del firmamento.
-Camus… No veo nada –miró al francés con gesto decepcionado y este le sonrió.
-Muévelo –le aconsejó el galo-. El cielo está lleno de estrellas… Alguna tienes que poder ver.
Milo retomó su posición tras la lente del telescopio y fue moviéndolo poco a poco hasta, al fin, quedarse quieto.
-¡Ya la veo! –exclamó-. ¡Escorpio! Con Acrab, Sargas, Shaula…
-Y Girtab, Grafias, Jabbah…  -canturreó Camus. Milo dejó de mirar al cielo y se concentró en su compañero-. Camus seguía recitando las estrellas de su constelación guardiana hasta que de pronto se detuvo-. ¿Cuáles me faltan?
-Al Niyat, Lesath… -el de Escorpio señaló sobre el cuerpo del acuariano los puntos exactos en los que sus agujas se incrustarían en una lucha-. Y… Antares –finalizó dándole un pequeño empujón.
-No ha sido tan terrible –bromeó, devolviéndole el… ataque.
Milo retrocedió y su pie tropezó con el trípode que sostenía el telescopio haciéndolo tambalearse. Los ojos de Camus se abrieron en demasía y contuvo un grito al tiempo que se lanzaba a sujetarlo para que no terminase en suelo. Milo, por su parte, siguió el mismo camino que su compañero y sus cabezas chocaron al encontrarse, con prisa, al mismo tiempo y en el mismo lugar.
Tras asegurar el telescopio, de nuevo, en su posición original se permitieron un pequeño quejido de dolor mientras se frotaban la zona del golpe.
-Lo siento –Milo se disculpó.
-No te preocupes –Camus negó con la cabeza-. Fue mi culpa… No debimos hacer el tonto justo a su lado –agregó mientras recolocaba con los dedos algunos mechones del cabello de Milo que aparecían desordenados tras el encontronazo-. Estabas despeinado –sintió la necesidad de justificarse al sentir sobre sí la mirada sorprendida de su compañero. El gesto había surgido de forma natural pero la intensidad con la que el griego lo miraba había hecho que se sintiera incómodo de pronto.
Milo sujetó la muñeca de Camus y continuó mirándolo sin pestañear.
-Camus… Tú … -se detuvo, meditando sus palabras antes de continuar-. ¿Dices en serio lo de que ronco? –dijo al fin.
-No… -el monosílabo se escapó de sus labios en medio de un suspiro de alivio. Por cómo Milo había estado actuando esperaba una pregunta más difícil-. ¿Comemos? –propuso, recuperando el aplomo que creyó haber perdido.
-Sí –el griego sonrió con su habitual alegría.
Caminaron hasta donde habían dejado su merienda, casi cena, y se sentaron en el suelo para compartirla. Comieron mientras charlaban y recordaban los momentos compartidos en ese lugar cuando eran tan sólo aspirantes a caballeros. Esa noche Milo no abandonó la Casa  de Acuario. La mañana los sorprendió pasando las páginas de un libro y, sólo entonces, el escorpiano partió hacia su Templo a prepararse para una nueva jornada.
 Ese día se repitió muchas veces. Pasar el tiempo en Acuario o Escorpio pasó a ser algo natural. Las horas pasaban entre fervorosas miradas, veladas insinuaciones, declaraciones sinceras e inocentes pero nunca lo suficientemente claras… Compartían los días, se acompañaban en las noches y al amanecer alguno de los dos corría por las escaleras de vuelta a su morada…

CONTINUARÁ…



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