miércoles, 29 de febrero de 2012

Comida francesa :P

Hoy vengo con un one-shot culinario XD
Bouillabaisse
Es la única historia que he escrito en la que aparece una pelea. Soy pésima con eso, pero se me vino a la cabeza la escena final de los "Cazafantasmas" y se me ocurrió probar a ver qué salía... Si alguien ha visto la película, seguro se da cuenta enseguida XD.
El resto del fic es puramente romántico. Un encuentro más de los dos.


Bouillabaisse


-¡Maldita bestia saltimbanqui! –exclamó Milo, mientras veía como ese ser saltaba por encima de sus cabezas para aterrizar sobre una de las caídas columnas.
-¡Ten cuidado! -le gritó Camus, colocándose a su lado-. ¿Pero qué diantre es esa cosa? –interrogó curioso. Aquella criatura había aparecido de la nada, sorprendiéndolos a ambos y haciendo que mordieran el polvo de manera dolorosa; sobre todo para su orgullo.
Dos días antes, el Patriarca lo había citado en el Gran Salón para encomendarle, lo que se suponía era, una sencilla misión. Debía desplazarse a la región de Auvergne*, Francia; de ahí que pensara precisamente en él; para investigar unos extraños sucesos que estaban teniendo lugar. Había dejado a su libre elección el compañero que debía secundarlo y Milo había sido su única opción. Lo vio en cuanto puso un pie fuera. El griego lo esperaba, interesado por lo que hubiera acontecido allí dentro, a las puertas del Templo Principal. Tras una escueta explicación, y antes de que pudiera proponérselo, ya se había ofrecido voluntario.
Ahí estaban ahora los dos, en las ruinas de un templo romano* dedicado al dios Mercurio*, en la cima del Puy de Dôme*, enfrentándose a no sabían qué. A simple vista podría pasar por un ser humano. Pero esos ojos rojos no parecían de este mundo. El cabello corto y revuelto, del mismo color rubí que sus iris era, junto con éstos, lo único que se distinguía en su persona. El resto de su anatomía, alba como la nieve, aparecía cubierta por unos jirones de tela del mismo color, haciendo difícil distinguir entre piel y tejido.
-¿Qué más te da lo que sea? –Milo lo miró, preparándose para el ataque. –Sólo preocúpate de acabar con ella.
Camus asintió e imitó a su compañero, pero no podía dejar de preguntarse a qué se estaban enfrentando. Estaba casi seguro de que fuera lo que fuese tenía que guardar relación con el volcán. Ese hediondo olor a azufre que despedía sólo podía venir de allí dentro. Pero… ¿cómo? Ese era un volcán inactivo desde hacía miles de años. Clavó sus ojos en tan inquietante ser y se dispuso a atacar.
-¡Lánzalo ya! –escuchó que Milo le gritaba.
El escorpión aplicaba la restricción sobre su oponente y empezaba a desesperarse viendo la esfera de hielo que flotaba sobre la mano de Camus y que éste no se decidía a arrojar.
No lo pensó más y proyectó su Polvo de Diamantes sobre ese ente que, instantáneamente, desapareció.
Los dos Caballeros se miraron, incrédulos.
-¿Eso fue todo? –preguntó Milo con una media sonrisa y un tono fanfarrón-. ¡Ja! Vinimos, vimos y… le dimos una patada en el culo* –bromeó orgulloso.
Camus reprimió una sonrisa, pero se sentía receloso. No se fiaba en absoluto de lo que acababa de presenciar. Esa bestia los había lanzado a ambos a varios metros de distancia, haciendo que se estrellaran violentamente contra el suelo, con sólo un gesto de sus manos y ahora… la habían derrotado con un único golpe… No pudo seguir pensando.
Una inesperada descarga eléctrica atravesó sus cuerpos haciéndolos caer de rodillas por el dolor. Esa pestilente criatura se encontraba a sus espaldas y de sus manos nacían los rayos de electricidad que laceraban sus cuerpos.
Tras una última e intensa sacudida que los envió contra una de las paredes del templo se vieron libres del ataque de ese ser. Camus miró a Milo. Estaba furibundo. Lo sabía herido en su orgullo y cuánto le dolía eso. Más que cualquier golpe. Temió que fuera a hacer cualquier cosa impulsiva y sin sentido así que, esta vez, fue él quien se adelantó.
Alcanzó a su atacante con un certero golpe de su Polvo de Diamantes y, entretanto se recuperaba del impacto, aprovechó para aprisionarlo con los Anillos de Hielo. No sabía cuánto tiempo podría mantenerlo cautivo. Mientras pensaba en cuál sería el siguiente paso que debía dar su ágil oponente dio un sensacional brinco liberándose, así, de su encierro.
Entonces Milo llevó a cabo la imprudencia que Camus temía. Saltó directamente hacia su rival cayendo los dos al suelo por el encontronazo. El de Acuario corrió hacia donde cayera su compañero. Esta vez fue el escorpión el primero en recuperarse y, sin más preámbulos, utilizó su Aguja Escarlata contra esa cosa que ya se disponía a atacarlos de nuevo. En esta ocasión no desapareció. Cayó, retorciéndose por el dolor. Clavó en ellos sus ojos rojos, incandescentes, como el magma del volcán y se levantó, agresiva. No tuvo tiempo, unas picaduras más de la Aguja Escarlata y se quedó inmóvil, sobre el terreno.
-¿Crees que esté muerto? –preguntó Camus mirando al escorpión, que aún trataba de recuperar el ritmo normal de su respiración, tras el esfuerzo realizado.
-Al menos eso espero –respondió-. Oye, ¿qué pretendes hacer? –inquirió, preocupado, al ver que Camus se acercaba a la molesta criatura y lo agarró por un brazo para detener su avance.
Camus lo miró.
-Tenemos que cerciorarnos de que está muerto –respondió con naturalidad.
-Vale, pero no te acerques a esa cosa –le advirtió.
-¿Y cómo lo haremos, entonces? –cuestionó con sorna.
Milo soltó un suspiro de resignación.
-Vale. Yo lo haré –dijo. Y se aproximó a la bestia caída.
Camus lo miró, ofendido, y caminó tras él. Ambos se miraron. Sí parecía muerto. Milo le dio un puntapié con la bota de su dorada armadura. Nada.
-Muerto –certificó-. Pero podrías encerrarlo en un Sarcófago de Cristal y así nos aseguramos de que no vuelve a dar guerra -sugirió.
Camus asintió e hizo lo que su compañero había propuesto. Una vez tuvieron a ese ser encerrado en el hielo el de Acuario le preguntó al escorpión:
-¿Y ahora qué hacemos con ésto?
-Tirarlo al volcán –contestó, como si fuera la única respuesta posible.
-No me parece adecuado –rebatió Camus, negando-. Estoy convencido de que esa cosa ha salido precisamente de ahí. Devolverla a él podría ser peligroso.
-¿Y entonces qué quieres que hagamos?- le preguntó, ya algo molesto con el tema-. ¿Lo quieres para decorar la entrada de tu templo? –insinuó burlón.
El acuariano arrugó la nariz en un burlesco gesto y negó con la cabeza.
- El caso es que no podemos dejarlo aquí, a la vista –explicó. Este es un lugar turístico. Tenemos que deshacernos de él.
Miró a su alrededor y una idea llegó a su sesera. Le hizo un gesto a Milo, señalando el altar del templo en el que se encontraban. Se acercaron al mismo y tal como Camus pensara bajo el ara había una entrada secreta que conducía a unas catacumbas. Allí se quedaría, al menos de momento. De vuelta al Santuario informarían al Patriarca y él decidiría. Todavía tenían que averiguar de dónde había salido esa cosa y por qué. Pero eso ya no era asunto suyo. Otros se ocuparían.
–—――—–
De vuelta en la habitación del hotel, Camus dejó en el suelo la caja de su armadura y se dirigió al cuarto de baño. Milo, por su parte, se desplomó en el sofá y encendió el televisor.
Cuando el de Acuario salió del baño encontró al griego totalmente desparramado en el diván, tal cual lo había dejado minutos atrás.
-¿Estás bien? –le preguntó, extrañado.
-Sí –fue la escueta respuesta del escorpión. Inmediatamente se levantó y se acercó a su compañero-. ¿Y tú? –se interesó, mientras enredaba entre sus dedos un húmedo mechón del cabello aguamarina de Camus.
-Mucho mejor ahora… –contestó con una sonrisa-… después de una buena ducha.
-No lo dudo –estuvo de acuerdo el griego-. ¿Sabes? Eres un mal amigo –le reprochó-. Esa es una bañera grande… y podíamos habernos quedado muy a gusto los dos… –le informó en un susurro.
-Estoy seguro –reconoció-. Y que sepas que la puerta estaba abierta –confesó en su oído-. Fuiste tú el que decidió quedarse aquí con… Madame Delvaux -concluyó Camus echando un vistazo a lo que Milo miraba en la tele.
-¿Celoso? –bromeó-. Esa madame… suena muy sensual…
-¡Milo! –Camus lo miró divertido-. Pongo en tu conocimiento que estás viendo a una abuelita explicar sus problemas de incontinencia –aclaró, conteniendo la risa.
-¡Wow! –se sorprendió el griego, abriendo mucho los ojos-. Bueno, tal vez, debería escucharla…, porque yo, a veces…, tampoco puedo contenerme –comentó con lascivia, y atrajo el rostro de su compañero para deleitarse con el sabor de esos labios que ya necesitaba probar.
Dejándose llevar por el calor que empezaba a recorrer su cuerpo deslizó sus brazos por la desnuda espalda de Camus hasta que topó con sus vaqueros. Introdujo sus manos en los bolsillos traseros de esos pantalones y sobó impúdicamente el trasero del acuariano al tiempo que hacía chocar sus caderas.
Camus tuvo que esforzarse para recordarse a sí mismo que esa noche tenía otros planes. Con suavidad se deshizo del abrazo del griego y besuqueando su oreja le susurró:
-Deberías ducharte… No hueles muy bien, que digamos.
-Pues tú sí –respondió sin sentirse ofendido-, y me encantas –confesó, intentando prenderse nuevamente de los labios del francés.
El galo rozó sus labios, lo hizo girarse y le dio un ligero empujoncito hacia el baño. Milo emprendió el camino hacia el mismo, resignado. Mientras desaparecía en el interior le gritó a su compañero:
-¿No vas a frotarme la espalda?
-No –rotundo-. Y apúrate –demandó-. La noche es joven y tenemos cosas que hacer.
Una sonrisa lujuriosa se dibujó en la cara del escorpión.
Al rato hizo acto de presencia con tan sólo una toalla enrollada en su cadera. Vio a Camus sentado en el sofá leyendo un libro. ¿De dónde demonios lo había sacado? Completamente vestido. ¿Vestido? Lo que tenía delante no se parecía en absoluto a ninguna de las escenitas que había imaginado mientras dejaba que el agua caliente relajara su magullada anatomía.
-¿Por qué te has vestido? –preguntó extrañado.
Camus levantó la vista del libro y la posó sobre el recién llegado.
-Pues porque vamos a ir a cenar –explicó- y dudo mucho que nos dejen entrar desnudos en algún restaurante –acercándose a Milo y procurando mostrarse impasible. Esa diminuta toalla no dejaba mucho a la imaginación.
-¿Cenar? –protestó-. Pero yo no tengo… -los labios de Camus frenaron su queja.
-Sí, cenar –repitió-. La gente lo hace a diario y esta noche tú y yo disfrutaremos de una pequeña muestra de lo que la cocina francesa puede ofrecer –le comunicó mientras delineaba con sus dedos la forma de sus abdominales.
-Lo único francés que yo quiero disfrutar –aclaró- eres tú. Sintió un cosquilleo en su entrepierna al notar la mano de Camus recorrer el borde del paño que lo tapaba.
El de Acuario dejó un beso en la punta de su nariz y, tras sorprenderlo con un inesperado cachete en sus posaderas, le dijo:
-Vístete. Te espero abajo.
Acto seguido se dirigió a la puerta y cerró tras de sí dejando en el medio de la habitación a un estupefacto Milo.
-Que me vista, dice –murmuró-. Eso llevará un rato –comentó irónico, notando la excitación bajo la toalla-. ¡Maldito francés sibarita!- estalló.
Bajó por las escaleras felicitándose por haber salido de esa habitación. Sí que se lo había puesto difícil.
Cuando llegó al recibidor del hotel comenzó a dar vueltas de un lado a otro, deseando que Milo no tardase mucho, porque si tenía que ir a buscarlo sabía que ya no saldrían. Giró sobre sus talones y allí estaba, a dos pasos, con expresión contrariada.
-Empezaba a pensar que no vendrías –dijo, algo inseguro.
-Pues ya estoy aquí –respondió secamente-. Podemos irnos.
Tras caminar un par de calles, sin apenas dirigirse la palabra, habían llegado a un coqueto restaurante. Estaban uno frente al otro, concentrados en lo que había en sus respectivos platos. No habían vuelto a hablarse desde que decidieron qué comerían. Era evidente que la noche no estaba siendo, para nada, lo que habían imaginado.
-¿Cómo dices que se llama esto? –preguntó Milo. Llevaba varios minutos jugueteando con su comida. Llenaba la cuchara y poco a poco dejaba caer nuevamente el contenido en el plato-. Bulla… ¿qué?
-Bouillabaisse* -pronunció, Camus-. Es sopa de pescado.
-Lo que tú digas –aceptó con sorna-. Pero a mí me parece un plato de agua sucia con cosas flotando dentro –expuso, arrugando la nariz, con asco-. No me gusta –se quejó.
Camus lo miró iracundo. Se estaba comportando como un mocoso consentido.
-Pues no la saborees –le aconsejó bastante molesto-. Sólo métetela en la boca y traga –ordenó entre dientes-. Eso puedes hacerlo, ¿verdad? –concluyó mordaz.
Glup. Milo tragó. Sí que debía estar enfadado. Ese tipo de comentarios no solía salir de su boca. Además no le gustaba nada como lo había mirado. A lo mejor se había pasado con su actitud de resentido. Estaba claro que la cena no la disfrutaría y empezaba a temerse que también se había quedado sin postre.
De regreso al hotel ni se hablaron ni se miraron. Camus caminaba a paso ligero, muy ofendido, unos metros por delante de Milo, que lo seguía cabizbajo pensado cómo arreglar la situación.
En cuanto entraron por la puerta de la habitación Milo se apresuró a detener a Camus. Lo abrazó por la espalda, impidiendo su avance, y besó su cuello.
-Lo siento –dijo-. Yo sólo quería estar contigo.
-Ya, ¿y eso sólo significa uno encima del otro? –cuestionó con ironía. Se dio la vuelta para mirar al escorpión. Se veía dolido-. Perdona –ahora se disculpó él-. Yo también quería estar contigo. Es sólo que pensé que podríamos pasar un rato juntos… sin perder la verticalidad…, hacer lo mismo que cualquier persona –explicó-. La vida en el Santuario no ofrece muchas oportunidades para eso. Mañana regresamos y todo volverá a ser rutina –murmuró, algo abatido, mientras acariciaba la mejilla de Milo.
El griego inclinó su cabeza y puso su mano sobre la del otro para disfrutar al máximo de ese exquisito roce.
-¿Ya no estás enfadado conmigo? –preguntó esperanzado.
-No estaba enfadado contigo –contestó.
-¡Anda que no! –exclamó, incrédulo-. Camus… -llamó. Una amplia sonrisa se dibujó en su cara y alzó las cejas, en un gesto pícaro, para recordarle- … has sido grosero.
-Es que eres un idiota y me sacas de quicio –le explicó, sonriendo, a un Milo que lo miraba como si lo hubiese descubierto en una vergonzosa falta-. Simplemente me molestó que las cosas no salieran como las había pensado –reconoció.
-Sé a lo que te refieres –lo comprendía muy bien-. Pero prometo compensarte. Algo se me ocurrirá.
Camus lo miró con suspicacia.
-¿Dudas de mi palabra? –se ofendió.
-No –se burló-. Dudo de tu capacidad.
-¡Capullo! –lo insultó e, inmediatamente, apresó su cara para reclamarle el beso que consideraba le estaba debiendo.
Llevó una mano detrás de la nuca del francés y enterró los dedos en su cabello. Se permitió recorrer su boca; acariciando sus dientes, su paladar, su lengua…; con parsimonia, jugueteando en su interior y consintiendo al otro disfrutar de la suya. Se retiró lentamente; primero la lengua, luego los labios; unos centímetros nada más, y abrió los ojos para mirarlo y poder leer el deseo en su zafirina mirada. Allí estaba. Camus acercó su boca a ésa que acababa de abandonarlo. No quería que se terminara. Milo sonrió. De nuevo juntó sus labios. Atrapó entre los suyos el superior de Camus. Se entretuvo succionándolo y mordiéndolo suavemente mientras el galo jugaba con el suyo inferior y perdía las manos bajo su camisa. Se retiró de su boca y descendió por el cuello, deleitándose con la tibia suavidad de su piel. Sintió como se agitaba su respiración, así como la propia. Desanduvo el camino recorrido por sus labios y volvió a su boca. Besó sus comisuras y rozó los labios con la punta de la lengua. Volvió a separarse para mirarlo. Lo vio abrir los ojos y sonreírle. Le devolvió la sonrisa.
Las manos de Camus resbalaron por su pecho hasta la cintura de su pantalón, donde comenzaron a juguetear con el botón, y sin dejar de mirarlo le preguntó, susurrando:
-Ya que me has arruinado la cena…, me ofrecerás un buen postre, ¿no? –alzando una de sus particulares cejas.
Sus dedos desbarataron el vano intento de esa prenda por guardar el cuerpo del griego al tiempo que éste se deshacía de la camisa. Besó su mejilla y se dio media vuelta con intención de terminar en la cama lo que habían empezado en medio del cuarto, pero Milo lo frenó, sujetándolo por detrás, frente al sofá.
-No parece muy cómodo –arguyó.
-No lo es –confirmó, dibujando una sonrisa sobre la nuca de Camus. Había apartado su cabello a un lado y se entretenía repartiendo pequeños besos por toda su extensión-. Pero no importa demasiado –aseguró.
Camus arrugó el entrecejo pero no hizo más preguntas. Se dejó arrastrar por la ola de placer que las caricias y besos del griego por su cuerpo le provocaba. No supo cuándo había desabrochado su camisa pero la sintió deslizarse por sus brazos, hasta el suelo. Echó su cabeza hacia atrás, recostándola en el hombro del que lo abrazaba, dejando su cuello a merced de los labios del escorpión, quien no dudo en aprovechar la oportunidad para disfrutar de tan apetitoso presente.
Apoyó delicadamente sus labios y recorrió su longitud desde la unión con el hombro hasta la boca y de nuevo a la inversa, obsequiándolo con juguetones mordisquitos y leves succiones, que se fueron tornando más y más vehementes según avanzaba. Sus manos, que en este tiempo se habían recreado acariciando, sin decoro, el esculpido torso del acuariano, se ocupaban ahora del cierre de su pantalón. Cuando se supo vencedor abrazó su cintura e inició el descenso por su cuerpo. Dejó un beso en su hombro y, con más como ése, cubrió el trayecto que lo separaba del otro. Mimó su espalda con sus labios, despacio, sin prisa, dejando su respiración estrellarse contra la piel del francés y a sus manos perfilar con mesura sus costados. Disfrutando cada estremecimiento que conseguía provocarle.
Camus simplemente se dejó hacer. ¿Cómo resistirse? Esos labios por su espalda, esas manos deslizándose por su ser y el cálido aliento de ése que ama entibiando su piel. ¿Quién podría? ¿Quién querría? Dejó que placenteros suspiros escaparan de entre sus labios mientras disfrutaba de las sensaciones que Milo le provocaba.
El heleno había llegado al final de su espalda, donde depositó un sonoro beso que cosquilleó en la piel del francés, haciéndolo soltar una risita. Milo sonrió para sí. Observaba con descaro el bien formado trasero que tenía delante. Meditaba su próximo paso. Más de una idea bailaba en su cabeza. Tanteó su firmeza; magreando esos prietos glúteos; y se dejó vencer por la tentación de morderlo, provocando un respingo en su dueño. Las manos griegas deslizaron por las torneadas piernas francesas la ligera prenda que aún se ocupaba de guardar la desnudez del guardián de Acuario; haciendo que sus aún comedidos suspiros pasaran a otro nivel; para deleite de un muy complacido escorpión. Volvió sobre sus pasos. Besó el dorso de los muslos entretanto sus manos acariciaban las largas piernas. Siguió subiendo y dejó un beso en la cadera, la cintura y esa parte de su espalda que conseguía se arqueara con sólo rozarla. Dejó a su lengua probar el sabor de la blanca dermis francesa, ascendiendo por su columna vertebral hasta la nuca. Cuando estuvo a su altura buscó sus labios que lo acogieron gustosos. Las juguetonas manos de Milo se dedicaban ahora a inflamar los ánimos del galo con suaves caricias alrededor de su ombligo, por momentos bajando un poco más o subiendo hasta el pecho, siguiendo lentamente sus formas; ahogando sus gemidos en el beso que le daba. Acarició los brazos de Camus, que buscaban aferrarse a su cuerpo, desde los hombros hasta las manos y los guió hasta la parte posterior de su cabeza, donde los largos dedos del francés se perdieron en los suaves cabellos del escorpión.
El de Acuario apoyaba su pie derecho en el borde del sofá y recargaba su peso en el amplio pecho del octavo guardián. Contuvo un quejidito cuando sintió los dedos de Milo perderse en su interior.
-¿Qué… pretendes? –preguntó entre jadeos.
-¿No decías… que querías… hacer… algo… sin perder… la verticalidad? –le recordó, mientras repartía besos por su cuello.
Camus sonrió. Touché*.
Deleitosos gemidos salieron de su boca al notar la mano del griego palpando sus testículos, calibrando la excitación de su miembro. Se dejó cautivar por las sensaciones y cuando Milo estuvo dentro de él se abandonó al placer que le otorgaba. Desenterró sus manos de la cabellera del escorpión para buscar más de su cuerpo. Se aferró al duro trasero de ése que lo hacía gritar de placer.
Sintió los dedos de Camus hincarse en sus posaderas mientras continuaba moviéndose en su interior. Había imitado su postura buscando una mejor forma de acceder a él y se movía, cadenciosamente, recreándose en los escandalosos gemidos que le arrancaba a su amante. Con un brazo alrededor de su cintura lo atraía hacia sí anulando cualquier distancia entre sus cuerpos y percibiéndolo como parte de su ser. La excitación hizo presa de él y mientras continuaba masturbándolo fue haciendo sus movimientos más rápidos; entrando y saliendo una y otra vez; haciéndole saber, entre suspiros entrecortados, cuánto lo deseaba. Sabía de los miedos del acuariano; su temor a que no pudieran trascender la atracción física. En sí no albergaba duda alguna. Lo había amado desde el momento en que lo vio. Durante años fueron los mejores amigos, disfrutando cada segundo que pasaban juntos. La pasión a la que ahora se entregaban era, para él, la culminación de todo el amor que por años cultivaron. Quería que lo supiera, y así se lo hacía saber, cada vez; venerando su cuerpo y profesándole su devoción.
Camus se movía, buscándolo, queriendo percibir más de él. Podía notar el palpitar del corazón griego en su espalda, a punto de salirse. Experimentaba una miríada de sensaciones. Siempre era así, pero seguía sorprendiéndole todo lo que podía llegar a sentir con ese hombre. El sinfín de emociones que se adueñaban de su persona cuando se entregaba a Milo. En cuerpo y alma. Porque sólo podía ser así, con él.
Ejecutaron la coreografía que tantas veces habían ensayado y, cuando el deseo hizo incontenible la pasión, permitieron a sus cuerpos tomar el control dejando de lado toda razón.
Ya no creía poder controlarse, sus gemidos hicieron coro a los del francés, quien, desbordado por el frenesí que los dominaba sólo alcanzaba a repetir el nombre del guardián de Escorpio a diferente volumen e intensidad y negar vehementemente con la cabeza. El goce que le proporcionaba ese miembro deslizándose en su interior era tal que creyó no poder soportarlo. Milo escuchó su grito de placer cuando se vació en su mano y sonrió complacido mientras apuraba sus fuerzas al máximo para terminar, satisfactoriamente agotado, dentro de Camus.
Permanecieron unos minutos así, abrazados, escuchando sus respiraciones. Cuando volvió a ser dueño de sí, Camus se giró para enfrentar al escorpión:
-Sí que has pensado rápido –admitió sonriendo-. Pero sabes que no era ésto a lo que me refería –le reclamó.
Milo sonrió y lo besó.
-¡Qué difícil es tenerte contento…! –suspiró al tiempo que negaba. Lo besó de nuevo, fugazmente, y lo empujó sobre el sofá-. Aún no hemos acabado –comentó lascivo.
-¡Aah! –un leve quejidito salió de su boca.
Un sorprendido escorpión arqueó sus cejas intrigado y exclamó:
-¡Vaya! ¿Has empezado sin mí?
-¡Imbécil! –le llamó, intentando no reírse-. Me he hecho daño. Hay… algo aquí debajo… -notó como Milo se sentaba sobre él mientras extraía algo de entre los cojines del sofá-. Esto… no debería estar aquí –dijo mientras ponía delante de la cara del griego lo que había encontrado bajo su espalda. El casco de la Armadura de Escorpión.
-No –reconoció el legítimo dueño del mismo. Lo tomó de las manos del galo y lo depósito en el suelo.
-¿Piensas dejarlo ahí? –cuestionó el acuariano.
-No va a ir a ningún sitio –respondió con obviedad.
-¿Es ese el respeto que le tienes a tu armadura? –continuó con retintín.
-¡AH! ¡Venga Camus! –protestó exasperado-. No pretenderás ahora que me ponga a recog…
El de Acuario tiró de sus brazos haciéndolo caer sobre él y así poder besarlo, y callarlo. Cuando dieron por finalizado ese beso Milo se separó un poco del francés y le amenazó:
-¿Sabes? Si no te quisiera tanto… te daría una paliza. ¡Me irritas!
-Le dijo la sartén al cazo… -apuntó Camus, sonriendo.
-¿Insinúas… que yo soy el irritante? –cuestionó inocentemente; mientras, de un modo no tan ingenuo, friccionaba con sus nalgas el miembro del francés.
Camus lo miraba fijamente a los ojos, sonreía y asentía, con la única intención de exasperar al escorpión. Y no le costó demasiado lograrlo.
-¡Vamos! ¡No me jod…
Lo interrumpió con un nuevo beso.
-Creí… que eso era lo que querías –afirmó más que preguntó, mirándose en las turquesas del heleno y sonriéndole con picardía.
-Precisamente… -confirmó en voz baja. Una sonrisa se le pintó en el rostro-. Y ya van dos –pensó-. De seguro ha debido ser el vino. No sabe beber.
Se acercó a su boca y se acopló, de nuevo, a sus labios.
En un rápido movimiento Camus lo hizo girar dejando ahora al griego bajo su cuerpo. Se separó un poco de él para contemplarlo; para admirar su escultural anatomía.
El imponente Caballero de Escorpión respiraba profundamente, anhelante. Esa era la imagen que había esperado ver durante toda la tarde; los hermosos ojos del guardián de acuario oscurecidos de deseo, por él. Sabedor de lo que seguiría, cerró los ojos y suspiró cuando vio al francés acercarse y sintió sus manos palpando los músculos de su pecho.
Camus se inclinó para besar su frente, luego su nariz y después dejar unos suaves besitos sobre los malvados párpados que guardaban las más hermosas turquesas que pudieran existir; dando comienzo así a ese personal ritual que practicaba cada vez que se disponía a hacerlo suyo, a demostrarle su amor incondicional. Un rito con en el que rendía pleitesía al hombre que amaba. Continuó besando sus mejillas, paseándose por el cuello y llegando al lóbulo de la oreja, que acarició con sus labios y su lengua consiguiendo arrancar placenteros suspiros de la boca de Milo. Descendió hasta el pecho, apreciando sus curvas, y se paró en los pezones, chupándolos y lamiéndolos con dulzura. Siguió mimándolos con sus manos mientras deslizaba sus labios por los costados, el vientre y el ombligo, donde se obligó a parar y prodigarle especiales atenciones. Humedeció sus labios y repartió besos a su alrededor. Mordisqueó con delicadeza y su lengua exploró con dedicación y entrega. Era consciente de la presión de las caderas de Milo contra su cuerpo, pero decidió ignorarlas y se dirigió a su boca. Besuqueó su contorno, rehuyendo los labios del griego que buscaban, desesperados, prenderse de los suyos, hasta que una queja por parte del escorpión lo hizo apiadarse y besarlo fruición. El poco disimulado anhelo de Milo por algo más lo obligó a separase de él riendo.
-¿Qué? –preguntó sin más.
- Vamos, Camus… -suplicó-. Yo me comí la bulla…cosa esa… –le recordó.
-¿Y se supone que tengo que compensarte por eso? –preguntó entre risas.
-Pueeees… yo diría que sí –afirmó.
Sonriendo, dejó un ligero beso en sus labios y retomó su labor, rehaciendo el ya conocido camino sobre el cincelado cuerpo del escorpión, que lo apremiaba empujándolo por los hombros. Se entretuvo dándole besitos por la tripa y cuando estuvo frente a esa desafiante erección comenzó a acariciarla con la mano y a lamerla con la punta de la lengua, de arriba abajo y de abajo a arriba al tiempo que sus dedos, juguetones, visitaban la cara interna de los muslos, deleitándose con el roce sutil de esa morena piel. El cuerpo de Milo se lo pedía a gritos y no se demoró más. Se la introdujo en la boca y comenzó, lento, para poco a poco, ir aumentando el ritmo y las sensaciones del escorpión, que se volvía loco con ese contacto.
Milo se sentía cautivo de un delicioso ardor. Le pasaba cada vez que estaba con él. Porque sí, el Caballero de los Hielos era cálido y lo arropaba con su calidez. La sensación aumentaba. Camus abandonó su pene y se dedicó con afán a sus testículos, chupándolos con mimo; introduciéndoselos y sacándoselos de la boca, aumentando su goce al extremo.
Los aullidos del escorpión, en reconocimiento a su labor, eran un incentivo para continuar complaciéndolo. Permitió a su lengua explorar un poco más allá y retomó su labor sobre el hinchado miembro del griego, succionando cada vez que se lo quitaba de la boca, abocándolo a un escandaloso orgasmo que lo dejó exhausto sobre el incómodo sofá. Lo miró complacido y se tendió sobre él.
Sintió el peso de Camus sobre su cuerpo mientras intentaba recuperar el aliento. Tendría que encontrar un sitio donde poder conseguir esa dichosa sopa. Se haría adicto a ella si era necesario. ¡Bendita bouillabaisse! Ese nombre no se le olvidaría jamás. Dejó un beso en la cabeza de Camus, que reposaba sobre su pecho, y aspiró el aroma de sus cabellos. El acuariano se incorporó para mirarlo cuando sintió ese toque. Milo sonrió. Tenía el cabello enmarañado. Él se lo había revuelto mientras se encontraba entre sus piernas, asiéndolo con desesperación. Lo peinó con sus dedos y le sonrió al decirle:
-Lo siento.
Camus le devolvió la sonrisa y acercándose a sus labios le respondió:
-Eso de tirar del pelo… ¿no era cosa de niñas? –y juntó sus bocas en un beso, ahogando la réplica del escorpión. Se separó de sus labios y le susurró al oído-. Yo… aún te necesito…
Milo no dijo nada, sólo sonrió y asintió.
Camus se incorporó y se puso de rodillas entre las piernas del otro, sin dejar de mirarlo. Acarició la piel que se encontraba al alcance de sus manos, deslizando los dedos, pausada y suavemente, por el pecho, el abdomen, los muslos. Escuchó como la respiración de Milo comenzaba a descontrolarse. Lo hizo doblar las piernas y sujetándolo por los tobillos lo guió para que le apoyara los pies en el pecho. Chupeteó los dedos de esas extremidades y deslizó una de sus manos hasta ese lugar que pretendía conquistar, contando con el absoluto beneplácito de la espléndida criatura tendida frente a él. Se sentía apremiado por la propia necesidad, y sabía que Milo lo esperaba ansioso; podía leerlo en la expresión de su bello rostro. Levantó un poco sus caderas y entró en él. Despacio. Suavemente. Se inclinó hacia delante, comprimiéndole los muslos contra el pecho. Llevó una de sus manos a la rodilla y la otra al tobillo del griego y comenzó a mecerse con mesura. De su boca comenzaron a escaparse reveladores gemidos que competían en volumen con los del escorpión. Continuó moviéndose sosegadamente pero con brío, queriendo llegar profundo en él. No habían dejado de mirarse, deleitándose en la contemplación de las expresiones que el sublime encuentro de sus cuerpos dibujaba en sus rostros.
Milo no cabía en sí de gozo. Sus manos se aferraban a los muslos de Camus, intentando tenerlo más aún. Su propio miembro, aprisionado por sus piernas contra su cuerpo estaba despierto de nuevo y, animado por el roce al que lo sometía el empuje del francés, había comenzado a transmitirle unas muy vivas y placenteras sensaciones. Cerró los ojos y gritó con ganas cuando el miembro en su interior atinó en ese punto que lo hacía delirar de placer. Permaneció así, sintiendo como el balanceo del galo se hacía más apresurado y permitiéndose disfrutar al máximo de esa íntima caricia. Porque sólo había una cosa comparable a la sensación de poseerlo, y ésa era, la de ser poseído por él. Quizás Shaka fuera el Caballero más cercano a los dioses pero, en esos momentos, él era el que estaba más cerca del cielo.
Camus aumentó la cadencia de su bamboleo. Escuchaba su nombre escaparse de los labios del escorpión, entre suspiros. Se sentía próximo al clímax y los espasmos que percibía en el cuerpo de Milo le indicaban que estaba en su misma situación. Su creencia se certificó cuando escuchó el ronco gemido del griego. Se hundió en él unas cuantas veces más hasta que su propio cuerpo, desbordándose de satisfacción, lo obligó a gritar el nombre de ese que lo había acogido en su ser. Salió de él, con cuidado y se sentó sobre sus propios pies.
Milo separó las plantas de sus pies del pecho de Camus y extendió las piernas a ambos lados del cuerpo del acuariano que permanecía sentado frente a él, mirándolo extasiado. Se levantó y se acercó a él. Apartó unos mechones de cabello que se le habían quedado pegados a la cara con el sudor y acarició su mejilla. Buscó sus labios y le regaló un beso que quería expresar todo el amor que sentía. Se separó de su boca y apoyó su frente en la del otro. Oyó a Camus susurrarle un “te quiero” y, apartándose, un poco, para mirarlo a los ojos, le contestó muy sonriente:
-Ya lo sé –y se regocijó con la sonrisa que el acuariano le devolvió. Acto seguido lo tomó de la mano y se levantó-. Vamos… -le dijo, indicando con su cabeza en dirección al dormitorio- …no pienso dormir en este sofá.
-Parece que al final si importaba… -le recordó sonriendo, al tiempo que se ponía en pie.
-Mis riñones te dan la razón –admitió sobándose la zona.
Camus tiró de él y lo envolvió en un abrazo.
-Si te portas bien… -impuso la condición- …prometo intentar arreglarlo –ofreció, masajeando la zona lumbar del escorpión-. Puedo… frotarte la espalda –le recordó lo que, horas antes, él mismo le había pedido.
-Haré… lo que pueda… -prometió con un guiño, y volvió a tirar de su brazo.
Desaparecieron en el interior del cuarto, dejando atrás, como mudos testigos de su amor, sus ropas desperdigadas por el suelo junto al brillante yelmo del escorpión.

FIN


ACLARACIONES

-Auvergne: región del centro de Francia (zona del Macizo Central). Su capital es Clermont-Ferrand.
-Templo romano: en realidad es un templo galo-romano dedicado al dios Mercurio, situado en el cráter del Puy de Dôme, cuyas ruinas fueron descubiertas en 1873. No conozco el lugar; lo escrito acerca de columnas caídas, altares y catacumbas no tiene por qué corresponderse con la realidad, es cosa de mi imaginación.
-Mercurio: dios del comercio. Análogo del griego Hermes.
-Puy de Dôme: es uno de los volcanes más jóvenes de la Chaîne des Puys; en el Macizo Central francés. La erupción más reciente tuvo lugar en el año 5760 a. C.
-Vinimos, vimos y… le dimos una patada en el culo: “versión actualizada” del Veni, vidi, vici (Llegué, vi, vencí), atribuido a Julio César tras la batalla de Zela. La frase la dice el doctor Peter Venkman en los Cazafantasmas. Por si a alguien se le ha encendido la bombilla, sí. El penoso intento de lucha del inicio de la historia me lo “inspiró” también esa película.
-Bouillabaisse: receta provenzal de sopa de pescado. Empezó siendo un plato modesto de los pescadores del sur de Francia (Marsella) pero ahora se ha convertido en todo un símbolo culinario. No es típica de la región en la que transcurre la historia pero no se me ocurrió ningún comentario acerca de la potée auvergnate, que sí lo es. ¡Mil disculpas! Mi opinión no se corresponde con la expresada por Milo en este relato.

martes, 14 de febrero de 2012

Difícil librarse del San Valentín XD

14 de febrero, Día de San Valentín... Cuesta hacerse la loca y pasar por alto el día con tanto bombo mediático, escaparates llenos de corazones rojos y peluches gigantes y la gente deseándote un feliz día... Pues bien, yo también caí XD
Este año mi vena amorosa está bajo cero; quizás por la ola de frío siberiano que nos visita estos días; pero para este mismo día del año pasado escribí este one-shot que ahora aquí dejo.

Matrioska



-¿Te queda mucho todavía? –Milo cuestionó cansinamente a su compañero de armas. Llevaban ya un buen rato dentro de esa librería. Aioria rebuscaba entre las estanterías repletas de libros y él empezaba a estar soberanamente aburrido.
-No seas pesado, Milo –ni se molestó en mirarlo. Continuó con la mirada fija en la lista de títulos que debía encontrar-. Ayúdame –sugirió tendiéndole el papel-. O entretente mirando al dependiente pero deja de incordiar, ¿sí?
-¡¿Perdona?! –la insinuación del de Leo le resultó totalmente fuera de lugar.
Aioria miró a su amigo. Estaba molesto. Su mirada furibunda lo dejaba claro y sabía perfectamente qué era lo que lo había irritado.
-Es guapo, ¿no? –comentó echando un vistazo al muchacho tras el mostrador. ¿No te gusta? –insistió.
-No, imbécil. No me gusta –negó cortante.
-¿Seguro? –persistió. La arruga que se había formado en la frente del escorpiano delataba el grado de su indignación.
-Por supuesto que estoy seguro – masculló entre dientes-. ¿Por qué demonios tendría que gustarme?
-Bueno –Aioria se disponía a exponer su razonamiento-. A ti te gustan…
-No se te ocurra terminar esa frase –lo amenazó, apuntándolo con su dedo índice.
-Pero… -la creciente ira de Milo era el mejor estímulo para continuar molestándolo-. Camus y tú… Vosotros… -los ojos turquesa del de Escorpio refulgían de cólera-. Y él es un hombre… ¿O es que acaso el francés oculta algo bajo su elegante armadura?
-¡Cállate! –exigió furibundo-. Estás pensando demasiado y eso al final podría dolerte –le advirtió.
-Vamos… -su tono era ahora conciliador-. No he dicho nada que no sea cierto –inclinó la cabeza buscando la aprobación de su compatriota-. Camus es…
-Camus es Camus –tajó-. Y punto. No me interesa nadie más.
-Entonces… -caviló-.¿Me quieres decir que si Camus no existiese tú…
-Si Camus no existiese… –se adelantó a la posible suposición del Caballero de Leo-. Quizás ahora estaría haciendo de recadero para alguna amazona –concluyó burlonamente.
-¡Oye! Yo no le hago los recados a …
-Ya, ya, ya… -lo interrumpió-. ¿Y qué llevamos haciendo toda la mañana? –cuestionó con ironía.
-¿Por qué no te pierdes un rato y me dejas terminar? –la conversación había girado hacia una dirección que no le interesaba tomar pero, de pronto, su mente dio con el modo de reconducir la charla hacia un rumbo que le iba mejor-. ¿No le comprarás nada al francés?
Milo entrecerró los ojos y arrugó la nariz al tiempo que negaba. ¿A dónde pretendía llegar Aioria? Empezaba a estar más que harto del retintín de su voz y de su indiscreta curiosidad.
-¡Milo…! –exclamó con un marcado matiz de decepción-. Catorce de Febrero –la expresión del escorpiano no había cambiado un ápice y pensó que tendría que ser más explícito-. ¡San Valentín! –aclaró con una sonrisa burlona-. ¿No le regalarás nada a tu enamorado?
-¿Sabes Aioria? –Milo inició su réplica con calma-. Deberías buscarte una vida y dejar de meterte en la mía.
-¡Hey! Venga… -el de Leo llevó la palma de su mano al pecho, fingiendo acusar la herida que las palabras del escorpiano le habían causado-. Encima que me preocupo por ti –se defendió-. No quisiera que lo vuestro se estropease…
Milo lo miró fijamente por unos segundos. Lo que realmente le apetecía era arrugarle la nariz de un buen puñetazo pero eso significaría caer en la provocación y no. No le daría el gusto.
-¡Qué te den, gato! –le espetó, sin más-. ¡Ahí te quedas con tu preocupación! –no le dio opción de réplica. Giró sobre sus talones y se alejó.
Mientras caminaba en dirección a la puerta pensaba en lo que Aioria había dicho. ¿Debería regalarle algo? No. ¡Qué tontería! ¿Qué tendría que ver lo que ellos tenían con chocolates en forma de corazón y osos de peluche gigantes? Además… Seguro que Camus ni sabía qué día era… Pero él sí y ahora no podía ignorarlo. ¡Maldito Aioria!
Ojeó a su alrededor. Pensándolo bien… No podría estar en mejor sitio. Un libro sería algo que Camus realmente apreciaría pero… ¿Otro? Mientras se debatía entre pensamientos contradictorios sus pies lo guiaron hacia una pequeña estantería medio escondida en un rincón. Repasó los títulos que le quedaron a la altura de los ojos hasta detenerse en uno que le resultó familiar. Sí. Lo conocía. Era el mismo que el acuariano había leído y releído infinidad de veces, aquel con el que, infructuosamente, había intentando enseñarle palabras en francés, ese que había cargado de un lado para otro durante toda su infancia y que, accidentalmente, había terminado en el fondo de un pozo.
Milo sonrió recordando el momento. Aquella tarde sólo quería que Camus fuese a jugar con él pero el acuariano se negaba a moverse hasta terminar el capítulo y estaba ya harto de esperar. ¿Por qué ese empeño? Si ya debía sabérselo de memoria… Por su inquieta cabecita no pasó mejor idea que arrebatarle y libro y salir corriendo con él. Camus lo persiguió hasta que llegaron junto a un pozo cercano al campo de entrenamiento. Milo amenazaba con dejarlo caer mientras lo bamboleaba sobre la abertura de la oquedad. La cara de preocupación del francés le había parecido muy graciosa y rió a carcajadas hasta que, sin querer, el libro se le escurrió de los dedos perdiéndose en la oscuridad del hueco. La expresión de Camus en ese momento ya no le pareció cosa de risa. Se asomó al borde valorando sus opciones de recuperar el preciado objeto de su amigo pero allí no había más que negrura. El de Acuario había llegado a su lado y miraba también al interior del agujero. En todo ese tiempo no había dicho nada y a él empezaban a consumirlo los nervios. Se disculpó, prometió comprarle uno nuevo, se ofreció a bajar hasta el mismísimo infierno para traer de vuelta el libro… Pero, para su desesperación, Camus no reaccionaba. Continuaba con la mirada perdida en lo oscuro y los labios pegados. Estaba ya por empezar a zarandearlo cuando el francés se dio media vuelta y lo miró con sus ojos profundos. “Vámonos”. Fue lo único que dijo antes de echar a andar y Milo, simplemente, lo siguió. No se atrevió a preguntar. Se sintió tan aliviado con la inesperada reacción del francés que prefirió no tentar la suerte y nunca supo, en realidad, cuánto le había dolido al acuariano la pérdida de su querido libro.
El griego deslizó el dedo por el lomo del ejemplar y tiró de él. Jamás habían vuelto a hablar aquello y ya era hora de aclararlo. San Valentín o no San Valentín le llevaría un regalo a Camus.

__ ___ ____ _____ ____ ___ __

No sabía qué hora era cuando sus pies pisaron de nuevo el suelo del Santuario pero por las quejas de su estómago supuso que debía pasar un buen rato de mediodía. Ignoró el llamado del hambre al pasar por Escorpio; quería llegar junto a Camus cuanto antes. Le tardaba ver la cara que pondría cuando viese el libro porque, si bien era cierto que nunca, después de aquello, el tema había surgido entre ellos, estaba seguro de que el acuariano no había olvidado aquel incidente.
El silencio y la calma lo envolvieron en cuanto atravesó la puerta de la casa circular. Era como si todo allí se hubiese mimetizado con el carácter sereno de su guardián. Cada cosa parecía estar en perfecta armonía con la que se encontraba a su lado; incluso el aire y la luz que llegaban del exterior respetaban el equilibrio del ambiente, iluminando tenuemente cada rincón y refrescando el lugar con un soplo calmante. Nadie salió a su encuentro y en su apurado discurrir por el solitario corredor hasta las dependencias personales de Camus no encontró a persona alguna aunque sí le pareció escuchar voces procedentes de alguna de las estancias privadas del templo. No estarían solos…
La puerta del dormitorio de Camus estaba cerrada pero no se preocupó de llamar, simplemente giró el picaporte y se dispuso a entrar esperando ver al francés tumbado sobre la cama con un libro delante de la cara. Había ideado un simplísimo plan. Se lo quitaría y antes de que pudiese protestar le pondría ante los ojos ese otro que ya comenzaba a quemarle en las manos pero en cuanto terminó de abrir la puerta y pudo ver al completo el interior del cuarto supo que su propósito debería esperar a mejor ocasión. Camus no estaba allí.
Apretó el libro contra su pecho y resopló. ¿Dónde se habría metido? A esas horas… Sus tripas volvieron a quejarse y, de nuevo, decidió no prestarles atención. Ya estaba ahí; no iba a irse. Camus no podía tardar en llegar de donde fuera que estuviese. Sus dedos tamborileaban sobre las pastas de libro mientras pensaba. Definitivamente se quedaría. Dejó el libro sobre la mesilla del acuariano y se recostó sobre el lecho. Se desperezó ostensiblemente. Esa noche no había dormido demasiado y la espera era tediosa. Deslizó una mano por debajo de la almohada y la plegó sobre su cara. No hacía más que unas pocas horas que abandonara esa cama. El olor de Camus, su olor… El olor de los dos… Ese que ellos creaban cuando estaban juntos y se mezclaban sus sudores… Ese olor… El perfume que emana del sexo… Estaba ahí… Inhaló profundamente mientras a su mente acudían nítidas las imágenes de lo acontecido sobre ese colchón la noche anterior y pronto empezó a sentir que el calor intenso que se había encendido en su interior era un rival demasiado agresivo para la atmósfera siempre fresca de la undécima morada. Aflojó el agarre que mantenía la almohada sobre su rostro y, mientras esta caía pesadamente recuperando su posición original, Milo se lamió los labios. Se sentía acalorado, tenso, le sudaban las manos y respiraba entrecortadamente… Además… Sus pantalones comenzaban a apretarle demasiado.
Fue consciente de su erección y acarició el bulto que se había formado bajo su ropa. Miró a la puerta. La había cerrado tras de sí al entrar… Necesitaba tocarse; deshacerse de toda la excitación que el torrente de recuerdos había despertado en su cuerpo. Jadeaba. El aire escapaba por su boca entreabierta en aceleradas exhalaciones mientras sus dedos temblorosos desabrochaban el cierre de su pantalón. Torpemente deslizó por sus piernas las prendas que lo cubrían lo justo para liberar su hombría despierta y su cuerpo se estremeció de placer sintiendo la frescura del aire acariciando su piel caliente.
Arqueó la espalda y arrastró hacia arriba su camiseta descubriendo en el camino los contorneados músculos de su torso. Susurró el nombre del francés, bajito, sólo para escucharse a sí mismo, y se acarició el pecho. Sus dedos se paseaban despacio, delineando la forma redondeada de sus pezones, pellizcándolos suavemente de cuando en cuando… Mordisqueó la tela de su ropaje acallando los suspiros que brotaban de sus labios, mientras, con lentitud, una de sus manos serpenteó hasta su sexo. Gimió en cuanto sus dedos lo rozaron y estuvo seguro de que si comenzaba a masturbarse terminaría en ese mismo momento así que sólo se lo acarició un poco; estirando la piel y devolviéndola a su sitio con una parsimonia que lo volvía loco. Por su mente pasaban escenas ya vividas… Necesitaba más… Una caricia más intensa, unas manos, unos labios… ¿Dónde demonios estaría? Su mano se movía cada vez más rápidamente y sus caderas presionaban sobre el colchón intentando alejarse, entre jadeos, de un placer que él mismo se provocaba. Abrió los ojos y sus llorosas pupilas le ofrecieron la visión del de Acuario parado bajo el dintel de la puerta. Sonreía.
-¿Necesitas ayuda con eso? –preguntó con calma mientras arqueaba una ceja.
El griego no respondió. Sus labios entreabiertos copiaron la sonrisa del francés y con la misma mano con la que había estado tocándose lo invitó a acercarse. Su excitación creció de nuevo cuando el acuariano comenzó a moverse. La puerta se cerrara a su espalda y caminaba despacio, sin dejar de mirarlo. El azul oscuro de sus ojos no era ahora más que un fino anillo brillante alrededor de unas pupilas completamente dilatadas.
-¿Qué has estado haciendo? –curioseó. Estaba realmente ansioso pero quería saber qué era lo que había retenido al francés lejos de esa habitación.
-¿Yo? –se sorprendió. Había gateado sobre la cama y ahora flanqueaba el cuerpo del griego con brazos y piernas-. Creo que tu día ha sido más… divertido –conjeturó.
-Bueno –la conversación se estaba alargando más de lo que había esperado-. Empezó bien, después se convirtió en un asco y…; puede que ahora mejore de nuevo –asintió aguardando la confirmación del galo.
-Puede… -concedió. Le acarició la cara y luego su mano resbaló lenta sobre la fina capa de sudor que recubría la piel de Milo.
El escorpiano sonrió y le dejó hacer. Camus sujetó su pene que, hasta ese momento, descansaba duro, apuntándole al ombligo y al sentir su mano tocándolo una corriente de placer lo recorrió de la cabeza a los pies. Gimió durante unos instantes mientras el de Acuario lo acariciaba. Respiraba con dificultad y la saliva se le atragantaba en la garganta. Camus mantenía su miembro levantado mientras con la palma de su otra mano le acariciaba la punta con suaves movimientos rotatorios, presionando levemente. En seguida jadeó de nuevo. Fue un sonido gutural e intenso que le salió desde lo más profundo de la garganta cuando la lengua húmeda del francés recorrió la extensión de su sexo.
Camus había bajado la cabeza y sus labios besaron primero la punta, mojándolo con la lengua, ensalivándolo lenta y suavemente antes de introducírselo por completo y comenzar a succionar, alternando momentos de desenfreno con otros de desesperante calma que hacían al griego removerse inquieto sobre las sábanas. Dejó a su mano ocuparse de la orgullosa envergadura del escorpiano y pasó la lengua por la piel tersa y tibia de sus testículos. Con los ojos cerrados de nuevo Milo movía sus caderas y sus dedos se enterraban crispados en los cabellos oscuros de Camus, susurrando su nombre cada vez que su vacilante respiración se lo permitía. Sentía el clímax aproximarse con pasos rápidos y seguros y gemía con fuerza, anticipándose a la placentera sensación de alivio que llegó cuando la boca del galo volvió a engullir su falo succionando más rápido, más fuerte y más profundamente.
-Camus… Camus… Ya… -un gemido más fuerte que todos los anteriores se adelantó a sus palabras-. Lo siento… -suspiró. Cuando volvió a abrir los ojos el acuariano continuaba arrodillado entre sus piernas y se pasaba por la cara la manga de su camiseta.
Camus le sonrió mientras negaba y tras quitarse la maltrecha prenda se la lanzó a Milo que la atrapó al vuelo, justo antes de que cayese sobre su rostro.
-¿Estás seguro? – giró la cabeza para ver al francés que se había tumbado a su lado.
-Habrá que lavarla de todos modos –escuchó a Milo reír divertido y se lo quedó mirando mientras limpiaba sin mucho afán los restos de eyaculación que habían salpicado su cuerpo-. Y dime… -se le había ocurrido mientras lo miraba-. ¿Sueles hacer esto muy a menudo?
En ese momento Milo decidió dar por terminada su improvisada sesión de higiene personal.
-¿Hacer qué? –cuestionó ingenuamente al tiempo que lanzaba por encima de sus cabezas la prenda que el de Acuario le había ofrecido.
-Colarte en mi habitación para hacer lo que estabas haciendo justo antes de que yo llegase –era obvio. ¿De qué otra cosa podría estar hablando? Y Milo lo sabía perfectamente. Su tono inocente lo había delatado.
-Por supuesto –sonrió-. De hecho –continuó mientras terminaba de acomodarse la ropa-. La gente empieza a murmurar –Camus lo miró extrañado y amplió su sonrisa antes de continuar con su explicación-. Creen que el Templo de Acuario está embrujado… -había conseguido desconcertar al galo y soltó una pequeña carcajada antes de seguir-. Por los gemidos que a veces se escuchan en la noche…
-¡Eres…! –empujó al escorpiano.
-¡Soy genial! –se anticipó al posible calificativo que Camus le adjudicaría al tiempo que se incorporaba para quedar sentado sobre el cuerpo del de Acuario.
-Y muy modesto –concedió, atrapando las manos de Milo que se entretenían ya con el cierre de su pantalón-. Pero no me has contestado –le recordó.
-Sí vengo –su tono era totalmente sincero ahora-. Aunque no para… Eso… -sonrió-. Al menos no siempre –admitió con un guiño.
-No tienes remedio –el aire se escapó de sus labios en forma de risa contenida entretanto su cabeza se movía de izquierda a derecha, negando.
-No –aceptó-. Pero me quieres.
-Estás muy seguro de eso, ¿no? –más que una pregunta era un pulso a la confianza que Milo había puesto en sus palabras.
-Absolutamente –susurró contra los labios del galo. Inclinado sobre el cuerpo de Camus pudo comprobar, contra su pecho, cómo el del acuariano perdía su acompasado subir y bajar-. ¿Estás bien? –sonrió de medio lado. Una de sus manos se había aventurado por debajo del pantalón del francés.
-Creo que no del todo –reconoció entre jadeos.
-Yo puedo arreglarlo –movió las caderas adelante y atrás, rozando su trasero contra el bulto que se adivinaba bajo la ropa de Camus-. Tendrás que darme unos minutos aún pero creo que sé cómo entretenerte mientras tanto…
Camus cerró los ojos y arqueó el cuello. Milo descendía por su cuerpo marcando con besos húmedos cada pedazo de piel hasta toparse con el cierre metálico del pantalón del galo. Terminó lo que Camus había evitado momentos antes. Desabrochó con presteza botón y cremallera, separándolos. Tiró despacio de la cinturilla de la ropa interior que tapaba la intimidad del acuariano. Bajo ella se perdía una tenue hilera de vello sedoso que sus dedos, ya acostumbrados a su tacto, recorrieron despacio, dibujando caricias de deseo.
Los párpados de Camus se despegaron de golpe en cuanto los labios de alcanzaron su sexo. El griego animaba la hombría francesa lamiendo su latente erección por encima de la tela que aún la cubría. Se apoyó sobre los codos y sus ojos se toparon con la azulada cabellera del octavo guardián. Se dejó caer otra vez sobre la almohada y entonces lo vio. Ese libro no estaba antes ahí. Él no lo había puesto en ese lugar y, además, estaba seguro de que no era suyo. No lo reconocía. Alargó el brazo y lo agarró pero los certeros toques del escorpiano en su entrepierna hicieron que se le escurriera de la mano.
Milo escuchó el golpe y levantó la cabeza.
-¿Qué ha sido eso?
-El libro –Camus resopló-. Se ha caído.
El de Escorpio trepó sobre el cuerpo de su compañero y se inclinó a recogerlo. Ahora recordaba para qué había ido a ese lugar. Sonrió.
-El libro –repitió-. Lo compré para ti –le dijo poniéndoselo ante la cara-. ¿Te acuerdas? –preguntó asomándose por encima del borde superior del volumen que Camus ya sostenía.
-Pues claro –sus labios habían compuesto una tenue sonrisa pero sus ojos resplandecían-. Recuerdo que tiraste el mío a un pozo –entornó los ojos y su voz se endureció fingiendo una molestia que en realidad no sentía.
-¡Hey! ¡No! ¡De eso nada! –Milo se defendió-. Aquello fue un accidente –explicó. Yo no pretendía tirarlo. Sólo quería que me hicieras caso.
-Eres demasiado impaciente –le reprochó con voz suave.
-Y tú demasiado terco –empató la contienda-. ¿Por qué tenías que terminar el dichoso capítulo? ¡Si ya debías sabértelo de memoria! –masculló entre dientes-. ¿Tanto te gustaba?
Camus negó con una sonrisa.
-¡¿No?! –Milo se sorprendió-. ¿Entonces…? – el francés lo miraba divertido. Quizás debería ofenderse-. ¿Sabes? Lo pasé mal aquel día –confesó-. Creí que te enfadarías conmigo y que ya no volverías a dirigirme la palabra –palmeó uno de los muslos de Camus-. Nunca supe qué pensaste…
-La verdad es que ese libro no me gustaba mucho –confirmó-. Era demasiado complicado pero fue un regalo que me hizo mi maestro. Por el primer cumpleaños que pasé en Siberia y le tenía cariño por eso –sabía que eso era algo ya conocido por Milo y que el griego esperaba algo más-. Cuando vi que se caía en el pozo creí que lo habías hecho a propósito –admitió-. Sabía que odiabas ese libro –sonrió-. Pero también sabía que no harías algo así a posta así que me puse a contar hasta que se me pasó el enfado –confesó.
-Entonces sí te enfadaste –confirmó Milo.
-Sí –el acuariano asintió-. Pero por alguna razón no puedo estar enfadado contigo mucho tiempo–confesó acariciándole la mejilla.
-¿Ves? –Milo sonrió orgulloso-. Me quieres –insistió-. Siempre lo has hecho y siempre lo harás –puso los dedos sobre los labios de Camus para impedirle replicar-. Además, no hubiera pasado nada si no te hubieses empeñado en terminar el dichoso capítulo.
-No pue… -apartó la mano de Milo para poder hablar-. No puedo dejar un libro a mitad de un capítulo. Nunca he podido –se excusó. Pero… -quería saber cómo era que el de Escorpio decidiera regalarle el libro-. ¿Por qué lo has comprado?
-Esta mañana bajé al pueblo con el gato y… -todas esas explicaciones no eran importantes y, antes de seguir, preguntaría algo que sí le interesaba-. Dime Camus, ¿sabes qué día es hoy?
-Lunes –respondió dudoso. Sabía qué día era pero no entendía por qué Milo se lo había preguntado tan de repente y con una cara tan seria.
-Digo de fecha –le daría otra oportunidad aunque estaba seguro de que el acuariano no tenía idea de que se celebraba o dejaba de celebrar ese día.
-Catorce –respondió aún confuso.
Milo esperó unos segundos y sonrió. Lo sabía. Camus lo miraba de un modo extraño. No le cabía duda de que esperaba algún tipo de explicación a su repentino interés por la cronología de aquel día en concreto.
-¿Por qué me lo preguntas? –se estaba perdiendo algo. Ese día debía tener algo especial y él no lograba dilucidar el qué y Milo no parecía dispuesto a explicárselo.
-No importa –dijo mientras acariciaba uno de los mechones del cabello de Camus que se esparcían sobre su pecho-. ¿Podemos seguir dónde lo habíamos dejado? –propuso con una seductora sonrisa.
Camus suspiró. Milo no había esperado respuesta y besuqueaba ya los contornos de su ombligo mientras con la palma de su mano masajeaba su sexo. Catorce de febrero, catorce de febrero… Esa fecha seguía en su cabeza aunque estaba cerca de perderse entre las placenteras sensaciones que empezaban a ocupar su cuerpo. Catorce de febrero… Ya. Lo sabía. Un pequeño momento de lucidez le había hecho comprender qué era lo que tenía de importante ese día.
-¡Espera Milo! –lo apartó y sin dar ninguna explicación se levantó de la cama y salió del cuarto.
Milo parpadeó. Por unos momentos se había quedado mirando el hueco que Camus había dejado ante sus ojos. Se había ido… Y se suponía que el espontáneo y el imprevisible era él… Pues increíblemente Camus siempre conseguía sorprenderlo… Se dejó caer boca abajo sobre la forma que el cuerpo del francés había dibujado sobre las sábanas y enseguida escuchó sus pasos de nuevo dentro del cuarto. Giró la cabeza y sonrió. Traía algo en una mano mientras con la otra se sujetaba los pantalones para que no terminasen en el suelo.
-Hazme sitio –le pidió tumbándose a su lado.
-¿Qué traes ahí? –no había podido ver bien lo que el francés había ido a buscar, sobre todo porque no era en lo que más se había fijado cuando lo miraba.
-Eres tú –dijo colocando la figura sobre la almohada.
-¿Yo? –Milo rió-. Eso es una de esas muñecas rusas llenas de muñequitas –ahora que la tenía delante de sus ojos la había reconocido.
-Sí. Una matrioska* -dijo-. Pero esta no es una muñeca –especificó-. Es un muñeco. Míralo bien –la figura representaba a un muchacho. Uno con unos grandes y expresivos ojos color turquesa y un largo e irregular flequillo que caía sobre ellos-. En cuanto lo vi me recordó a ti –explicó-. Lo traje conmigo en mi anterior visita pero no encontré el momento para dártelo… Me sentía un poco ridículo regalándote un muñeco –confesó.
-Me gusta que seas ridículo –besó la mejilla de Camus que había comenzado ya a sacar el resto de los muñecos que se escondían en el interior del más grande.
Al cabo de unos momentos había una fila de nueve muñecos sobre la almohada. Camus los había colocado todos, ordenándolos del más grande al más pequeño que no sobrepasaba en tamaño a la uña de su dedo pulgar.
-Mira –dijo en cuanto hubo terminado-. Estos son todos los Milos de de mi vida –sonrió y miró al escorpiano. No lo había hecho desde que comenzara a sacar los muñecos aunque durante todo ese tiempo había sentido su mirada pendiente de sus movimientos-. El Milo que conocí frente al templo del Patriarca –dijo tomando entre sus dedos la más pequeña de las figuras-. El Milo que me tiró de un árbol – sonrió y continuó con el siguiente muñequito-. El que me perdió en una cueva cuando…
-¡Hey! –el griego protestó-. Hay Milos más interesantes –aseguró. Avanzó por los muñecos y señaló uno que le pareció lo suficientemente grande-. El Milo que se quedó con tu primer beso –sonrió pícaramente-. El que te hizo un hombre… -rodó sobre el colchón entre risas, huyendo de la posible represalia del francés. Se detuvo al llegar a la esquina y lo miró para saber si estaba a salvo. El de Acuario le sonrió y le lanzó uno de los muñequitos-. Me gusta este Milo –dijo acariciando la figura que había atrapado-. Pero creí que las matrioskas eran todas mujeres –miró a Camus buscando una explicación.
-Sí –dijo-. Originalmente sí pero ahora son un souvenir muy típico y las hay de muchas formas. Incluso representando a personajes famosos –aseguró.
-Estos me gustan más –Milo volvió a colocarse boca abajo y recogió sus muñecos, guardándose el más pequeño en la mano-. Toma –dijo tendiéndoselo al acuariano-. Quiero que te lo quedes tú.
-¿Seguro? – cerró el puño reteniendo el muñeco que Milo había depositado en su palma-. Este es el Milo más importante –sonrió-. El que llegó y ya nunca se fue.
-Precisamente por eso –explicó-. Quiero estar siempre donde sea que tú estés.
Camus asintió y colocó la figurilla junto al libro mientras pensaba que ahora ya tendría dos cosas con las que cargar de un lado a otro. Milo lo abrazó por la espalda. El griego parecía no haberse olvidado de lo que habían dejado a medias un rato antes y sus labios se acoplaban ya a la forma de su cuello. Le acarició las manos que descendían lentas por su abdomen y se dejó llevar por las ganas de sentirlo. Milo mordisqueaba el lóbulo de su oreja pero, de pronto, algo más que los susurros del escorpiano llegaron a su oído.
-¿Eso son tus tripas? –preguntó aguantando una carcajada.
-Sí –Milo apoyó la frente sobre el hombro de Camus y asintió lastimeramente-. Hace rato que me muero de hambre –confesó frotándose el estómago.
Camus lo miró y sonrió. Aún no era demasiado tarde. Podían ir a comer y ya terminarían lo que tenían pendiente cuando no hubiera nada más que pudiera interrumpirlos.
-Vayamos a comer –decidió levantándose.
-¿Ahora? –a pesar del hambre no estaba dispuesto a dejar las cosas como estaban-. Tú.. Tú, ¿estás bien? –preguntó.
-Sí –afirmó. No te preocupes. Además, no podría concentrarme con ese ruido –se burló.
-¡Oye! Todo esto es culpa tuya –le recordó-. Si hubieras estado aquí cuando yo llegué nos hubiera dado tiempo a todo.
-¿Y haberme perdido el espectáculo? –bromeó.
Milo no respondió. Se quedó callado mirándolo fijamente y Camus temió la posible respuesta que fuera a salir de su boca.
-Tú podrías hacer lo mismo por mí –la cara de Camus le dio a entender que no estaba muy por la labor-. Anda –pidió de nuevo-. Puedes bajar a Escorpio y esperarme allí y entonces yo… -el francés caminaba en dirección a la salida-. Camus –lo llamó bajándose de la cama-. ¿Qué trabajo te cuesta? –había salido ya por la puerta-. Camus… -no sabía si podría convencerlo pero por intentarlo no quedaría.


FIN





Algunos datos sobre las matrioskas y su historia:


-Matrioska: (ruso: Матрёшка /mʌˈtrʲoʂkə/). Las matrioskas también conocidas como mamushkas, son muñecas de madera creadas en 1890 que en su interior albergan otras muñecas de menor tamaño.
El número de muñecas es variable y presentan elementos decorativos multicolores.
Las matrioskas nacieron como un juguete acompañado de una leyenda pero hoy en día se han convertido en el símbolo de Rusia y de su cultura. Como consecuencia de ello han aumentado su variedad, traspasando sus límites tradicionales. Se pueden encontrar matrioskas representando familias con mascotas incluidas; en algunos casos, la matrioska mayor representa al presidente Putin, y luego a sus predecesores en el poder, Yeltsin, los líderes soviéticos, incluso llegando hasta los zares. También se pueden encontrar matrioskas diversos personajes populares.
La muñeca matrioska llegó a Rusia desde Japón a fines del siglo XIX. En una exhibición de arte japonés se expuso un set de muñecas que representaban a los siete dioses de la fortuna donde el dios Fukurokuju contenía en su interior a las otras deidades.
La matrioska comenzó a desarrollarse con su identidad rusa gracias a Savva Mamontov quien llevó la idea japonesa a su estudio de arte en el Estado de Abramtsevo, cerca de Moscú.
El hermano de Mamontov creó un taller de juguetes para niños en Sergiyev Posad donde Sergei Maliutin diseñó y pintó una réplica rusa de las muñecas japonesas.
De esta manera, se le atribuye a Maliutin la creación de la primera matrioska en Rusia.
Por si a alguien le interesa esta es la leyenda de las matrioskas.
El cuento "Matrioska" de autor anónimo de la literatura rusa relata el nacimiento de las muñecas de mano de Sergei Maliutin:
En la vieja Rusia vivía Sergei un fabricante de muñecas. Un frío día de invierno, Sergei encontró un trozo de madera pesado, seco y muy viejo, y con él talló una muñeca a la que nombró Matrioska.
El fabricante decidió conservar a la muñeca con él y cada mañana la saludaba: “Buenos días Matrioska”.
Un día la muñeca respondió al saludo de Sergei y a partir de allí todos los días ambos conversaban. Pero una mañana Matrioska se encontraba muy triste y le explicó a Sergei que le gustaría tener una hija.
El fabricante le explicó que debía extraer madera de su interior y que sería muy doloroso. Matrioska aceptó el sacrificio, Sergei quitó la madera y talló una muñeca similar pero más pequeña a la que nombró Trioska.
Ocurrió que también Trioska sintió la necesidad de ser madre. De modo que el viejo Sergei extrajo la madera de su interior y fabricó una muñeca aún más pequeña, a la que puso por nombre Oska.
Al cabo de un tiempo también Oska quería tener su propia hija, pero al abrirla Sergei se dio cuenta de que sólo quedaba un mínimo pedazo de madera. Sólo una muñeca más podría fabricarse.
Entonces Sergei tuvo una gran idea. Fabricó un pequeño muñeco con bigotes al que llamó Ka: “Mira Ka, eres un hombre, recuerda que no puedes tener un hijo o una hija de dentro de ti”.
Luego, Sergei introdujo a Ka dentro de Oska, a Oska dentro de Trioska y a ella dentro de Matrioska.
Y esta es la historia de Segei y su muñeca Matrioska. Un día Matrioska desapareció y nunca la han vuelto a encontrar. Estará en alguna tienda de antigüedades o en la estantería de alguna vieja librería. Si la encuentran no duden nunca en darle el mayor cariño, porque ella no dudó en hacer el mayor de los sacrificios por alcanzar algo tan importante como la maternidad.

martes, 7 de febrero de 2012

Más regalos para Camus *-*

Para compensar la brevedad del anterior, publico también el primer fic de regalo de aniversario que le escribí a Camus al poco de aventurarme a la escritura.

Su aroma en el aire

Hacía ya varios meses desde la última vez que estuvieran juntos. Las circunstancias no habían sido propicias para uno de sus clandestinos encuentros y le echaba de menos. Mucho. Demasiado. Su cuerpo añoraba la cercanía de ese otro que conocía tan bien. Esa escultural figura una y mil veces recorrida con caricias vehementes de sus ansiosas manos. Manos que ahora sentía que le quemaban de sólo recordarlo.
Giró sobre la cama. Respiró profundamente y estuvo seguro de haberlo sentido. El aroma de Camus. El deseo y el recuerdo le trajeron su fragancia. Un olor suave y dulce, como todo en él, que le provocó una electrizante sensación en el cuerpo. La mente lo transportaba hasta el perfume de su piel y su cuerpo se plegó a la voluntad de sus pensamientos. Se levantó de la cama y permitió que sus pies lo guiaran fuera, escaleras arriba. Allí donde sabía que lo encontraría.
Atravesó la vacía Casa de Libra y la de Capricornio a toda prisa. Shura no se molestaría por no pedir permiso. El décimo custodio conocía su relación y no pediría explicaciones. Unos escalones más y llegaría. Frenó un poco su carrera cuando pudo distinguir claramente el Templo de Acuario. Lo contempló por unos instantes. Único, especial, espléndido; como su ausente guardián.
Entró y apuró el paso por el amplio pasillo, custodiado de robustas columnas, hasta las dependencias personales de Camus. Agarró el pomo de la puerta, lo giró despacio, disfrutando con la espera de lo que encontraría al otro lado, abrió y aspiró profundamente. Allí estaba, en el aire y en toda la estancia, impregnándolo todo. Sus pulmones se llenaron de él y una extraña sensación se adueñó de su persona. Una sensación agradable y triste, a la vez. Pensar tanto en él, sentir su aroma en la brisa, le permitía sentir el cálido efecto que la presencia de Camus tenía en su ser y, al mismo tiempo, le recordaba que no estaba; que sólo tenía su olor para calmar sus ansias.
Avanzó hacia la cama y se tendió sobre ella. Hundió su rostro en la almohada, aspirando y deleitándose con esa fragancia sublime que conocía y adoraba. Su esencia. Cálida, sensual, dulce, intensa, avasalladora… Capaz de despertar en él las pasiones más arrebatadoras. Como ahora. Lo sentía tan cerca… Tanto que casi juraría poder acariciarlo, sentir que el aroma emanaba de su piel y lo envolvía, atrapándolo en un mundo onírico en el que podía abrazar su cuerpo y apretarlo fuerte, muy fuerte, para que no se le escapara.
Dio media vuelta hasta quedar boca arriba. Abrió los ojos y suspiró. Recorrió la habitación con la mirada. Intentó dejar de pensar y entregarse a las sensaciones que flotaban en el aire, en ese cuarto, en cada uno de los lugares en los que se habían amado… Anhelaba mirar su rostro, se sentía loco de deseo por besar su cuerpo y rozar su piel, por escuchar su masculina voz cosquilleándole en el oído, por sentir su calor entrando en él, lentamente, suavemente…, arrullándolo con el aroma de su piel. Fragancia de amor y entrega.
Parpadeó un par de veces, para volver a la realidad, y se levantó de la cama. Se deshizo de sus ropas. Sin prisa, pero sin pausa. Como lo hacía Camus. Imaginando que era él quien lo liberaba de esas textiles ataduras que estorbaban a la demanda de su cuerpo por impregnarse de los efluvios de ése que ahora no estaba con él.
Se deslizó bajó las sábanas y se arropó hasta la cabeza esperando que ese divino y hechizante aroma se adueñase de los poros de su piel para llevarlo siempre consigo, en su mente y en su cuerpo; porque lo necesitaba. Porque ambos se habían entregado de una manera tan total que sólo podían sentirse plenos teniéndolo todo del otro. Disfrutando de su amor sin cortapisas; de un modo en el que nadie podría jamás intentar soñar.
-Camus… -susurró.
Decidió que esa noche dormiría junto a él, quien, entre otras sábanas, estaría esperándolo para estrecharlo entre sus brazos. Dedicó su último pensamiento, antes de dejarse vencer por el sueño, a ese muchacho tierno e intenso con el que había descubierto los secretos del amor. Se sintió impregnado de su esencia y deseó que Camus pudiera también sentir el aroma del deseo que se escapaba de su cuerpo en busca de su legítimo dueño.
-Te amo –le obsequió. Cerró los ojos y dejó que la calidez del sueño brindara consuelo a su alma.
A infinidad de kilómetros, en las heladas tierras siberianas, otro joven echaba de menos al ser amado; ése que da calor a su corazón, ése que es viento alegre, ése que lo llena de anhelos y emociones. Su más grande vicio. Se sabía presa del dulce hechizo de ese ser desde la primera vez que sus miradas se cruzaran, cuando no eran más que unos críos y no tenían ni la más remota idea de lo maravilloso que podía ser el amor.
Siempre pensaba en él, pero esa noche lo había sentido especialmente cerca, casi creyó poder olerlo; el arrollador aroma de su acanelada piel. Suave y cálida. Se abrazó a su propio cuerpo imaginando que era el del otro y susurró dulces palabras al aire, para él; con la esperanza de que aún en la distancia, pudiera percibir cuánto lo amaba.

¡¡Feliz cumpleaños, Camus!!

Pues no podía dejarlo pasar... 7 de Febrero, la fecha que el señor Kurumada (supongo)escogió para el Caballero de los Hielos. *-*
Joyeux Anniversaire, Camus!!
Desde que comencé a escribir todos los años he procurado escribir algo para obsequiarle a mi adorado acuariano en este día. Lamentablemente el tiempo y la inspiración no han estado de mi lado estos últimos tiempos así que lo que mi cabeza ha podido discurrir hoy son unas pocas líneas que componen un pequeño drabble...


Mío

Mío… Eres mío; sólo mío.
Mío, para amarte; mío, para adorarte… Aunque suene egoísta yo te quiero sólo para mí…
Mío, sólo mío.
Mío, porque todavía te siento dentro de mí; ahogándome de placer y susurrándome al oído que yo soy tuyo y que tú eres mío…
Mío…
Mío, porque yo soy parte de ti; de tus recuerdos, de tus anhelos, de tus fantasías…
Mío porque tus caricias son sólo mías…
Mío, porque nos pertenecemos el uno al otro, porque somos una sola alma; una sola vida…
Mío, porque juntos alcanzamos el cielo…
Mío, desde esa noche en que yo fui sólo tuyo y tú… Fuiste mío.




(La imagen es de akinominori)