viernes, 27 de enero de 2012

Más de Efemérides :D

Reflexiones es el segundo capítulo de Efemérides y en él cuento un poco los orígenes de Camus.
Cuando lo publiqué en el Foro Saint Seiya Yaoi alguien me hizo notar que la historia parecía centrarse más en Camus que en Milo... Supongo que puede ser cierto... Camus de Acuario es mi total y absoluta debilidad así que, como la objetividad no existe, es muy posible que resulte tendenciosa :P
Sea como sea, aquí lo dejo:


Capítulo 2. Reflexiones


Valo, Caballero de Plata al servicio de la diosa Atenea. El finlandés era uno de los Caballeros de los Hielos. Dos siglos atrás, el portador de la que ahora era su armadura había compartido maestro con el último guardián del onceavo templo, Dégel, Santo Dorado de Acuario; francés, igual que el pequeño al que, en este momento, veía dormir. Desde ahora, su cometido sería hacer de ese chiquillo un digno sucesor de aquél.
Mientras lo miraba pensaba en cómo había llegado a él.
Unas semanas antes el Gran Patriarca requirió su presencia y le encargó la misión de encontrar e instruir al que sería el nuevo custodio de la undécima morada. Era el único que faltaba. Los demás aprendices hacía tiempo que habían iniciado su adiestramiento para ser los protectores de la Diosa pero la casa de Acuario seguía pendiente de la llegada de su legítimo ocupante. Le explicó que en uno de sus períodos de meditación, en el Templo de las Plegarias del Monte Estrellado, le había sido revelado que el momento de que el que sería futuro Caballero de Acuario arribara al Santuario era llegado. Deseándole la mejor de las suertes en su cometido le indicó el paradero de aquél con el que debía regresar. Bueno, más o menos. Lo mandó a Francia asegurándole que en cuanto diera con él, lo sabría.
Durante días, recorrió pueblos y ciudades buscando al pequeño en cuestión. Consideró varios niños e incluso alguna niña, pero ninguno le pareció el adecuado. Iba de sur a norte y, por consejo del Gran Maestro del Santuario, observaba el cielo todas las noches, esperando encontrar en él la respuesta. Desde su llegada a Francia, la constelación de Acuario se veía especialmente brillante; a su parecer, cada día más. Fenómeno llamativo, teniendo en cuenta que las cincuenta y seis estrellas que la componen brillan, habitualmente, de forma tenue.
Hacía dos días que había llegado a la región de Normandía. Fue un frio atardecer de diciembre el que le dio la bienvenida a Rouen*. “La Atenas del Gótico”*estaba engalanada con los adornos típicos de la ya cercana Navidad. Hombres y mujeres iban y venían por las iluminadas calles ocupados en sus quehaceres cotidianos y un grupo de chiquillos jugaban al fútbol, o al menos lo intentaban, en la plaza, delante de la imponente catedral*.
Unas horas atrás comenzara a nevar y la alfombra blanca que cubría el suelo impedía que los movimientos de esos niños que corrían tras el balón fuesen todo lo precisos que debieran. Un desalentado Caballero los miraba con expresión divertida. Se caían una y otra vez y se levantaban, raudos; sacudiéndose la nieve de sus ropas, para continuar la persecución de una pelota que no les obedecía en lo más mínimo. De repente, el juego cambió. Uno de los muchachos se agachó para coger un puñado de nieve y formar una bola que lanzó contra otro de los pequeños. Estalló la guerra. En un momento todos estaban lanzándose esos redondos proyectiles helados. Chillaban y reían, disfrutando el momento como los niños que eran. Algunas madres fueron a recoger a sus vástagos, considerando que ya había sido suficiente riesgo de catarro por un día y esa mini batalla campal terminó.
Entonces reparó en él. Era un niño pequeño. Se había quedado tumbado boca arriba sobre la nieve, mirando al cielo, ensimismado. Abría y cerraba sus brazos y piernas dibujando una silueta a su alrededor. El frío elemento parecía no molestarlo en absoluto. Aparentaba encontrarse de lo más a gusto. ¿Sería él? ¿Podría ese chiquillo ser el qué buscaba? El Caballero de los Hielos alzó su vista al cielo; allí donde miraba el infante. Acuario lucía como nunca. Sadalsuud, la estrella más luminosa de la constelación del aguador refulgía con intensidad, respondiendo a la pregunta del servidor de Atenea.
Ese era.
Camus. Así se llamaba. El niño era huérfano. Sus padres murieran en un accidente tres años atrás. Una mujer, vecina de la familia, se había hecho cargo de él y lo criaba junto a sus tres hijos. Su futuro iba a ser normal y corriente, como el del común de los mortales. Pero no, los hados tenían planeado otro destino para él. Su vida sería especial y sus actos se recogerían en los anales de la Orden.
La maquinaria legal del Santuario se puso en funcionamiento y unos días después estaban rumbo a Grecia, donde comenzaría a forjarse su porvenir.
Camus. Camus de Acuario. Sonaba bien. Sólo esperaba ser capaz de cumplir con su encomienda y saber guiar a esa joven criatura por el camino correcto para ser lo que su sino había determinado para él.
El pequeño se removió entre las sábanas, sacando al finlandés de sus cavilaciones.
El Caballero meneó la cabeza, negando. No estaba seguro de ser el adecuado. No sabía si sería capaz. Supone un gran honor sí, pero… él era un Caballero de Plata. ¿Cómo enseñar a alguien destinado a ser más qué él? ¿Cuánto podría ofrecerle? Si todo marchaba como se esperaba ese crío pronto lo dejaría atrás. En breve se vería superado por un niño. Así debía ser. Él debía procurar que así fuera. El Gran Patriarca se lo había encomendado. Su deber era iniciar al pequeño en el conocimiento del Séptimo Sentido, el Cosmos Supremo. Y lo haría. No sabía cómo pero lo haría. Nunca sería un Caballero Dorado pero tendría la dicha de formar a uno. A uno de los que ocupan el más alto rango en la Orden de Caballeros de la Diosa Atenea. Un Santo Dorado. El Santo Dorado de Acuario.
Sintió remordimientos. De momento ya había comenzado fallándole. Lo había traído a un país extraño con un idioma que no conocía y que no se había molestado en enseñarle. Esta mañana, cuando salió de su reunión en el Templo Principal lo encontró rodeado de un grupo de aprendices que lo atosigaban a preguntas que no podía responder. Lo notó apabullado e incómodo y se sintió mal. Para su vergüenza, los mayores ya se habían preocupado de poner remedio a su dejadez. El aprendiz de Capricornio había prometido a su pequeño discípulo ayudarlo con el idioma. Seguramente entre ellos se entenderían mejor. No había tenido trato con niños antes y aún no sabía muy bien cómo manejarse con él. Se alegró por el muchachito. Parece que había entrado con buen pie. Esperaba que formara una buena relación con sus compañeros. Algún día tendrían que luchar mano a mano y si bien no tenían por qué ser amigos sí debían poder confiar los unos en los otros. Eso era algo que también debería enseñarle.
El crío le gustaba. Eso debía reconocerlo. En estos días le había hablado de lo que significaba ser un Caballero de Atenea, del entrenamiento al que debería someterse para lograrlo, de la hermosa armadura que portaría si lo conseguía, de su constelación guardiana que lo había guiado a él, del cosmos… El pequeño siempre lo miraba interesado. Escuchaba sus palabras con atención, y preguntaba, procurando comprender. Daba la impresión de haber asimilado perfectamente su nueva situación. Demasiado maduro, quizá, para su corta edad. Ojalá.
Fijó su vista en el pequeño. Había algo en sus profundos ojos azules que no lograba descifrar. Tenían un brillo especial. ¿Inteligencia? ¿Curiosidad? ¿Melancolía? Una cosa sí sabía. Esos radiantes luceros algún día le ahorrarían muchas palabras. Durante el viaje de regreso más de una mujer se había acercado al pequeño para hacerle carantoñas y alabar su linda carita de querubín. Sí que era un niño bonito. Recordó con una media sonrisa lo que siempre se comentaba de los Caballeros de los Hielos. Eran hermosos, fríos y letales. Como el elemento que dominaban. Irónico. Si eso debía ser así alguien se había equivocado otorgándole su armadura. Él, desde luego no era el mejor representante de dichos atributos. Unas facciones demasiado angulosas lo alejaban bastante del prototipo de hombre bello y, si bien, no era demasiado expresivo sus sentimientos tenían gran peso en todas las decisiones que tomaba. Por último, sí, su técnica podía ser letal, pero por fortuna para él, nunca había tenido que matar a nadie. No tenía la certidumbre de si su aprendiz podría decir lo mismo en unos años
El proyecto de Caballero rodó sobre la cama. Ahora estaba en paralelo al cabecero de la misma con las sábanas enredadas en sus piernas. Si seguía así, se caería. Aunque, fijándose bien, esa era una cama enorme. Grande incluso para un adulto. Aún podría darse unas cuantas vueltas más antes de acabar en el suelo. Sonrió para sí y salió de la habitación cerrando con cuidado.
El ligero de clic de la puerta al cerrarse despertó al francesito. Últimamente, no conseguía dormir profundamente a causa de la excitación que le había provocado todo lo acontecido en su vida en los últimos días. Dejar a su “familia” en Francia, el viaje hasta Grecia con su maestro, la llegada al Santuario, y… sus compañeros… Habían sido amables. Afrodita, Aioros, Aioria, Shura… ¡ufff! cuántas erres…eso sería un problema… ya había notado la gracia que les hacía su forma de pronunciarlas…, Saga le gustaba más y… Milo… Miró su mano. Aquella que el escorpión había estrechado y se sintió enrojecer. Shura le prometió ayudarle con el griego. Se aplicaría. Sí. Aprendería pronto y podría hablar con… todos.
En su cabecita se arremolinaban un montón de pensamientos confusos. Tenía dudas. Su maestro le había hablado de muchas cosas que no acababa de comprender acerca de los dioses, los caballeros y sus armaduras, constelaciones guardianas y cosmos… Le había preguntado acerca de todo ello. Quería saber. Comprenderlo. Tenía la clara impresión de que se esperaba mucho de él y quería estar a la altura. No quería decepcionarlo. Tendría que esforzarse, sus compañeros le sacaban ya mucha ventaja. Aún no había podido conocerlos a todos. Su maestro lo había arrastrado de un lado a otro durante todo el día.
Cuando ya creía que lo había abandonado a su suerte, volvió para “rescatarlo” de la curiosidad de sus pares y llevarlo ante el Patriarca. Ese hombre le había parecido impresionante. Casi temible. Se veía enorme y esa máscara le provocó una gran desazón. ¿Por qué la llevaba? ¿Sería muy feo? En contra de su primera impresión le pareció amable; su voz era dulce y sosegada. Al despedirlos había colocado una de sus manos sobre su cabeza haciéndolo sentir tan bien…
Después de eso se había pasado el día corriendo tras ese espigado hombre que parecía no darse cuenta de que sus piernas no alcanzaban a seguir sus zancadas. Fueron pasando de un recinto a otro hasta que el esbelto caballero decidió que su discípulo ya sabía todo lo que había que saber acerca del lugar en el que transcurrirían los primeros meses de su entrenamiento. Al atardecer, cuando ya regresaban dispuestos a retirarse hasta el siguiente día Saga los esperaba con el abnegado aspirante de Capricornio. El jovencito español prometió al pequeño francés echarle una mano con ese complicado idioma que era el griego, tan ajeno para ellos.
Sentía un cosquilleo en el estómago. Sabía que tenía una gran responsabilidad. Estaba nervioso y algo asustado también; pero al mismo tiempo era una sensación agradable. Echaría de menos a la única familia que recordaba, eso seguro; pero estaba contento de estar allí; en ese fabuloso lugar lleno de gente capaz de hacer cosas extraordinarias. Durante su recorrido por todo el perímetro del Santuario pudo ver como entrenaban algunos aprendices y se había quedado muy impresionado. Algún día él podría hacer cosas así; incluso más. Su maestro se lo había asegurado. Haría lo que fuera necesario. Sería lo que le habían dicho que debía ser. No vacilaría.
Se dio media vuelta y se arropó con las mantas. El sueño lo llamaba de nuevo. Cerró los ojos y se dispuso a dormir con un único pensamiento en la cabeza. Tal vez si se concentraba mucho conseguiría soñar con él, con lo que más le había impresionado de ese lugar. Colocó su mano derecha bajo su mejilla y se dejó envolver por la calidez del sueño que ya lo vencía.
En otra cama, otro pequeño aprendiz de Caballero tampoco podía conciliar el sueño. Miraba al techo con los ojos muy abiertos y apretaba algo en su puño derecho. Pensaba en su nuevo compañero. Había decidido que se ocuparía de él. No iba a dejar que los otros lo apabullasen, como esta mañana.
Shura iba a enseñarle griego. Él mismo se lo había contado esta tarde cuando él y Aioria se lo cruzaron de vuelta de su entrenamiento. Algo tendría que hacer. No iba a dejarlo sólo con el de Capricornio. Es tan serio. Aburrido. Quizás él y Aioria podrían ofrecerse voluntarios para ayudar. No. Aioria no. Si seguía tan pesadito como por la mañana acabaría atizándole y tendría problemas. ¿Qué le pasa a ese idiota? Él tiene “hermanitis” aguda y nadie le dice nada. ¿Qué pasa si yo quiero estar con Camus? Camus. Es un extraño nombre. Le queda bien. ¿Cómo podría llamarse si no?
No había vuelto a verlo en todo el día. Desde que su maestro apareció y se lo llevó no supo más de él. Durante todo el día había mantenido la esperanza de encontrárselo por algún lado. Pero nada. Ni rastro. Se había pasado el rato mirando a su alrededor, mientras entrenaba, y lo único que logró fue un par de dolorosos golpes y una reprimenda de su mentor por no prestar atención. Quizás mañana. Tendría que empezar a entrenar, y seguramente lo haría donde los demás, así que lo vería. Lo vería todos los días. Esa idea dibujó una sonrisa en su cara. Una de esas encantadoras sonrisas que encandilaban a cualquiera. Bien lo sabía. Y le sacaba partido. Nadie se resistía a esa preciosa carita adornada por ese bello gesto y una hechizante mirada de sus expresivos y radiantes ojos turquesas. De cuántas reprimendas se había librado y cuántos propósitos había alcanzado de ese modo. ¿Funcionaría también con el chiquillo que se había quedado con su ser? Le dedicaría una espléndida sonrisa, o dos, o tres; las que fueran necesarias. No sabía qué le pasaba pero necesitaba su atención. Le había calado hondo. Quería sus miradas y sus sonrisas sólo para él y que dijera su nombre de esa forma tan graciosa… Miló… De veras esperaba que Camus aprendiera pronto griego porque él no se veía capaz de aprender francés. Estaba seguro de que se ahogaría si tenía que pronunciar esas erres como gorgoritos.
Abrió su mano para mirar lo que encerraba. Esa canica azulada que tanto le recordaba a los ojos del acuariano. La rodó entre sus dedos y la guardó en su sitio. Se recostó en la cama y cerró los ojos esperando que la noche pasase rápido y el nuevo día le permitiera ver de nuevo a ése que lo había embrujado.

*Aclaraciones

-Rouen: capital de la región de Alta Normandía.
-“La Atenas del Gótico”: sobrenombre con el que Stendhal la bautizó. Víctor Hugo lo hizo con el de “La Ciudad de los Cien Campanarios”.
-La Catedral de Notre-Dame de Rouen: obra maestra del gótico flamígero, fuente de inspiración del pintor Claude Monet.

martes, 17 de enero de 2012

Afortunado en el juego... ¿Desafortunado en amores?

Siguiendo mi propia cronología, hoy os dejo el segundo one-shot que escribí.
Es una historia cortita que, en su momento le dediqué a starsdust; a quien, por supuesto, sigue estando dedicada; porque, después de leer mi primera historia (ella fue de las pocas que lo hizo *-*) me comentó que le gustaría leer a Camus de seme.
Con esto traté de cumplirle el capricho XD.


Afortunado en el juego..., ¿desafortunado en amores?


El sol había desaparecido del cielo tiempo atrás, dando paso a una resplandeciente luna de cosecha* en pleno apogeo. Su destello de luz, sobre el paisaje nocturno del Santuario, lo revestía con un velo de seda dotándolo de una imponente belleza; acercando lo celeste y lo terrenal. En el octavo templo, cinco caballeros se encontraban sentados alrededor de una mesa disfrutando de una apacible velada jugando a cartas; o ésa, al menos, había sido la intención.
-Cazzo! Porca l'oca!*-gruñía Death Mask, tras ver las cartas que su compañero acababa de extender sobre el verde tapete.
-¡Joder! ¡Es increíble! Es la quinta vez -aportó un ya desmotivado Shura-. ¿No se supone que no sabías jugar al póker, Camus?
El aludido sólo pudo sonreir ante la frustración de los otros dos.
-Es la suerte del principiante -fue el argumento del anfitrión.
-Sim, é um filho de puta com sorte...* -corroboró el Caballero de Tauro meneando la cabeza en un gesto afirmativo.
-Sí. Eso... -recalcó el de Capricornio -...y que la cara de póker le sale demasiado bien.
-Pero no va durarle toda la noche, ¿no? -insistió Milo, conteniendo la risa, a causa de los últimos comentarios.
-A ver, tú, tahúr... -llamó el guardián de Cáncer-. ¿No tienes nada que decir?
El de Acuario paseó su mirada por las caras de todos sus compañeros intentando no reirse de la, desde su punto de vista, absurda rabieta que estaban teniendo.
-No sé qué quieres que te diga -se encogió de hombros-. Quizá Milo tenga razón y sólo sea una suerte pasajera -añadió como si nada.
-¿Sí?. Pues... a mí avísame cuando se te haya pasado -pidió Shura-. Creo que por hoy me retiro; esto no tiene emoción.
-Estoy contigo -se solidarizó Aldebarán, inclinándose para levantarse.
-De eso nada -se apresuró a decir Death Mask, al tiempo que, abriendo los brazos, detenía a sus compañeros, ya dispuestos a abandonar sus sillas-. Aquí, míster iceman, nos debe la revancha.
-Vamos..., no seas rencor... -iba a terciar el escorpión cuando escuchó la voz de Camus.
-Como quieras..., pero podemos pasarnos así toda la noche... -dijo desafiante y mirando fijamente al cuarto custodio. Había un brillo en sus ojos que delataba lo mucho que se divertía con la situación, pero no todos pudieron darse cuenta de ello.
-Stronzo!* -le espetó el de Cáncer mientras pretendía fulminarlo con la mirada. Pero, para aumentar su cabreo, el otro ni se inmutó. -Jugaremos, pero..., no me fío de ti ni un pelo.
-¿Qué insinúas? -preguntó ofendido, alzando una ceja-. Yo soy un caballero -se defendió, muy digno.
-Sí... -aceptó el del décimo templo-. Un normando* -especificó irónico.
-Lo que yo digo -volvió a retomar, molesto, la cuestión el cangrejo- es que creo que se guarda un as en la manga y...
- Sale cafard!* -se indignó el francés-. No hago trampas.
-Bueno, pues demuéstramelo... -exigió el italiano-. Quiero poder asegurarme de que no ocultas nada, así que...; la próxima partida... la juegas sin ropa -desafió.
-¿¿¿¡¡¡Qué!!!??? -exclamaron al tiempo los otros tres mirándose incrédulos.
Camus, que no había apartado la vista del canceriano, soltó una carcajada y negó varias veces con la cabeza al tiempo que miraba a Death Mask como si fuera un niño con un berrinche.
Un escandalizado Milo se levantó de golpe, mandando la silla al suelo por lo impetuoso de su gesto, e invitó a sus compañeros a finiquitar la cuestión:
-En vista de que..., el crustáceo, ha perdido definitivamente la cabeza..., creo que es mejor que dejemos eso de la revancha para otro día -soltó, conciliador.
-No podría estar más de acuerdo -le apoyó el de Tauro, agarrando a un contrariado Death Mask por un brazo con intención de arrastrarlo fuera del templo del Escorpión. -Buenas noches, muchachos -se despidió y conminó al de cáncer a hacer lo mismo mientras lo empujaba en dirección a la salida-. Da las buenas noches, Masky.
-Sí..., bueno..., lo que sea..., -refunfuñó nada conforme-. Pero que conste que yo sigo pensando que... Sus protestas se perdieron en la noche al tiempo que salía, apremiado por un impaciente Aldebarán.
Shura, que los había seguido con la mirada mientras se iban se volvió sonriente para despedirse también:
-Bueno, yo también me voy. Hasta mañana -dijo, al tiempo que se dirigía hacia la puerta-. Camus, ¿vienes? -preguntó sin detenerse.
El de Acuario buscó la mirada de Milo, en busca de la respuesta, y se giró para ver como el Caballero de Capricornio abandonaba el octavo templo al tiempo que le decía:
-No, me quedo para ayudar al bicho a recoger -y volvió a enfocar su vista en el mencionado que ya se le acercaba con una sonrisa en la cara.
Estaban solos..., por fin.
Fueron años de observarse cuando creían que el otro no miraba, de insinuaciones encubiertas y francas, aunque siempre enmascaradas, declaraciones; hasta que en una de esas fervorosas miradas que se brindaban sus ojos se encontraron. Entonces lo supieron. Desde ese momento se entregaron a su mutua adoración; dedicándose el uno al otro en cuerpo y alma y aprovechando cada ocasión para estar juntos, como ahora, disfrutando de una relación que es sólo suya y que los colma absolutamente.
-Ufff. Pensé que no se irían nunca -y abrazó al acuariano al tiempo que dejaba un beso en sus labios. Este contacto se hizo más profundo cuando Camus deslizó sus brazos hasta la espalda griega y acercó sus cuerpos. Poco a poco se separaron y Milo se miró en los ojos color zafiro de su compañero. Sintió un agradable estremecimiento. Con la mirada fija en esos profundos océanos se sintió perdido en un mar de sensaciones. Pero cómo no sentirse así..., si lo adoraba; era como una cobra respondiendo al llamamiento del encantador.
-Vamos... -le dijo, tirando de él en dirección a la habitación- ... yo encontraré ese as que te guardas –continuó con una traviesa sonrisa. El otro se resistió y Milo lo miró extrañado-. ¿No... quieres...?
-Tengo una idea mejor -explicó con un gesto provocativo. El escorpión sólo abrió mucho los ojos, interrogante, y se dejó atrapar, nuevamente, por los brazos del caballero de los hielos. Éste besuqueó sus labios repetidas veces e informó con un sensual susurro:
-Esta noche me apetece... -y comenzó a deslizar sus manos hasta más allá de la espalda del hombre que abrazaba para, con un apretón, acabar de juntar sus cuerpos y concluir -...poseerte a lo normando.
-¡¿Qué?! -exclamó riendo, al tiempo que ponía distancia entre sus cuerpos pero sin deshacer el abrazo-. ¿Cómo se supone que va eso? Y..., ¿qué te hace pensar que te dejaré hacerlo? Sus turquesas refulgían; miraban curiosas, tratando de adivinar lo que el otro tenía en mente.
-Estoy en racha... -y sin más explicaciones sujetó a Milo por los muslos indicándole el camino que sus piernas debían seguir.
-¿Así que... -interroga el griego mientras se aferra a la cintura del francés y lleva sus manos a las mejillas del mismo, acercando, así, sus labios -... lo harás contra mi voluntad...?
-No..., -niega con una sonrisilla pícara- ... contra la pared -concluye, avanzando hasta la susodicha.
El beso que comienzan ahoga la carcajada de Milo y da paso a una lucha entre ambos para eliminar los sencillos atavíos que impiden el roce de sus pieles. Para tal labor, el heleno tuvo que deshacer el agarre que mantenían sus piernas alrededor del cuerpo de Camus y mientras trataba de deshacerse de los pantalones de los dos sintió las manos del galo recorrer su pecho, bajo la ropa. Reprimió un gemidito cuando éste comenzó a juguetear con sus pezones y una vez consiguió librarse de las prendas que los molestaban lo hizo parar y le quitó la camiseta. Inmediatamente después hizo lo mismo con la suya, bajo la atenta mirada francesa. Se abrazó de nuevo a su cuello, haciéndolo girar y cambiando posiciones, de modo que fuera ahora la espalda del francés la que se apoyara en la pared e inició un tierno beso. Las caricias acompañaron a ese roce labial que se fue haciendo cada vez más intenso. Se devoraban. Las manos no se daban tregua sobre el cuerpo del otro y se contoneaban, desesperados, buscando no perder contacto. Disfrutando al máximo del tacto de sus esculturales anatomías. Abandonaron sus bocas para degustar con ellas toda piel que se encontrara a su alcance. Jadeaban sin control. El mutuo deseo de someter a aquel por el que suspiraban era desesperante. Se molestaban. La pasión que hizo presa en ellos entorpecía sus movimientos...
De repente, Milo se separó, enervado, de ese cuerpo que le quemaba y se giró, reposando su espalda en el pecho de Camus. Entrelazaron sus manos y se quedaron así por unos minutos; haciendo acopio de aire, para el siguiente asalto. Sentía el pecho del de Acuario expandirse y contraerse tomando aire con efusividad; y su cálido aliento sobre el cuello y el hombro, donde descansaba su cabeza. El largo y sedoso cabello acuariano acariciaba su desnudez y se dejó envolver por el embriagador aroma que despedía. Cerró los ojos y disfrutó de los besitos que su adorado caballero había empezado a repartir por su cuello. Se soltaron las manos para empezar con una nueva tanda de caricias. Los dedos de Camus mimaban el pecho y abdomen de Milo mientras que éste guió sus brazos hacia atrás; uno hasta la nuca del francés y el otro entre sus piernas. Un gemido del galo hizo sonreir satisfecho al escorpión.
-Magnífico ejemplar... -alabó lascivo, acariciando el erecto miembro que sujetaba.
-Esto… tampoco está mal..., nada mal... -correspondió sonriendo y palpando los prietos glúteos del griego-. Mon Dieu…!, quel derrière!*
-Sería… buena idea... que los presentáramos… –propuso, sensual, entre los jadeos que las manos del otro le provocaron.
-Pas de problème*... Si es por mí..., estoy dispuesto a embestirte toda la noche, -besó su cuello- mon petit satyre*.
Milo giró su cabeza y lo miró: estaba riendo. Ambos dejaron escapar una risilla y se prendieron de sus labios. Mientras disfrutaban del sabor de sus bocas Camus dejó que su espalda resbalara por la pared arrastrando a Milo a la vez. Cuando estuvo sentado en el suelo sujetó las caderas de su compañero y lo hizo descender, poco a poco, para entrar en él.
El escorpión gimió bajito mientras terminaba de acoplarse con el cuerpo que lo esperaba ansioso. Cuando se hubo acomodado comenzó a moverse, dejándose llevar por lo que sentía. Las manos en su cadera le ayudaban en el ir y venir facilitando un ritmo acompasado entre ambos que empezó a hacerlos gemir sin recato. Camus llevó una de sus manos al miembro de Milo para estimularlo al compás de sus acometidas y le ofreció la otra a modo de apoyo. Los suspiros de gozo del griego se fueron haciendo más fuertes; las corrientes de placer que empezaban en su bajo vientre y lo hacían arquearse de gusto lo llevaban a enloquecer. Debajo de él, el francés, se retorcía de satisfacción a cada movimiento. Cada vez que el cuerpo de Milo se cimbraba, éste contraía, involuntariamente, sus músculos estrangulando esa parte de su amante que tanto placer le estaba proporcionando, provocándole la más grata de las torturas. Sus meneos se aceleraron. Los gemidos desesperados que ambos exhalaban los complacían sobremanera. Sabían que no estaban en condiciones de aguantar mucho más, pero querían retrasar el momento cuanto les fuera posible. La sensación de que el final estaba cerca era cada vez más clara. Camus hizo más rápidos sus embates olvidando todo control sobre sí. Sintió como Milo apretaba su mano al terminar y él lo siguió segundos después.
Exhaustos, se tendieron en el suelo. Se quedaron tumbados boca arriba, recuperando el aliento.
-Así que era ésto... -preguntó el escorpión cuando recuperó el ritmo normal de su respiración-. Me ha gustado... mucho..., mucho.... Podemos repetirlo cuando quieras... -concedió.
Camus lo miró absolutamente complacido. Conocía perfectamente al que descansaba a su lado. No le hubiera hecho falta decir nada; el brillo descarado de sus preciosos ojos turquesa hablaba por él. Acarició su mejilla, donde depositó un casto beso y preguntó:
-¿Qué era aquello que decías... -al tiempo que se incorporaba para colocarse a horcajadas sobre la pelvis griega- ...de que la suerte no me duraría toda la noche? -y comenzó a mover sus caderas haciendo que sus miembros se rozaran. No dejó de mirarlo mientras lo hacía. No quería perderse ni un sólo gesto de ese rostro que amaba.
Ahogó un pequeño gemido y le advirtió:
-No deberías... tentar a la suerte, francés... -apuntó, sintiendo como su respiración ya empezaba a descontrolarse-. Ya sabes lo que dicen: afortunado en el juego...
-Nada más lejos de mi intención que ir en contra de la sabiduría popular... -admitió mientras seguía moviéndose sobre un ya excitado Milo-. No me atrevería...
-¿Entonces...? -cuestionó jadeante.
-Es obvio... que aquí... -suspiró -...el afortunado... en amores... eres tú..., bicho descarado... -y le regaló una cálida sonrisa.
-Absolutamente... de acuerdo...-sonrió en aceptación. Se incorporó para poder besar los labios del hombre que idolatraba y avivar así, de nuevo, el fuego de la pasión que los incitaría a amarse hasta que el sol le reclamara a la luna su lugar en el firmamento.



FIN




*Aclaraciones

Luna de cosecha: luna llena de septiembre. Los granjeros solían quedarse cosechando bajo la brillante luz de la luna llena.
Cazzo! Porca l’occa!: ¡Joder! ¡Maldita sea!
Sim, é um filho de puta com sorte: Sí, es un hijo de puta con suerte.
Stronzo!: ¡Cabrón!
Caballeros Normandos: invasores escandinavos que se asentaron en el noroeste de Francia (lo que se conoce como Normandía). Su incursión en España empezó con correrías y saqueos a lo largo de la costa cantábrica.
Sale carfard!: ¡Sucia cucaracha!
Mon Dieu…!, quel derrière!: ¡Dios mío…!, ¡qué culo!
Pas de problème: No hay problema.
Mon petit satyre: Mi pequeño sátiro.


viernes, 6 de enero de 2012

Efemérides

Hoy vengo a dejaros el primer capítulo de Efemérides.
Esta es la primera y la única historia que he escrito por capítulos. Tengo que reconocer que soy pésima con las actualizaciones... Se me está alargando muchísimo más de lo que pensaba. Este último año la he llevado con muchísimo retraso. Espero poder ser más constante este 2012 porque, realmente, es un proyecto importante para mí.
En Efemérides pretendo recoger lo que es mi visión de la relación de Camus y Milo. Para mí, han estado unidos desde siempre. Me gusta pensar que su historia se ha ido construyendo desde la base de una buena amistad.
Digamos que Efemérides es el eje central de todo mi trabajo. Esta historia es el centro alrededor del que he ido construyendo mis otros fics, que no son más que pequeños momentos, fragmentos de la relación de los dos.
En fin, no me enrollo más... Aquí queda...

Capítulo 1. El extranjero


El último de los aprendices ya estaba en el Santuario.
En el atardecer del día anterior, el futuro Caballero Dorado de Acuario había llegado al recinto sagrado con el que sería su maestro en los años venideros. Ahora, el muchachito, estaba sentado en las escaleras que conducían al salón del Gran Patriarca esperando que su mentor saliera de la reunión que mantenía con el representante de Atenea.
Ayer, a su llegada, la reinante oscuridad de una fresca noche de diciembre no le permitió apreciar la hermosura y grandiosidad del lugar en el que se hallaba. Además de que para el ascenso por las escaleras, ese montón de escaleras… había necesitado hacer acopio de todas las fuerzas que tenía. No hubiera podido prestar atención a ninguna otra cosa; tan sólo quería terminar de subir para dejarse caer donde fuera, cualquier sitio estaría bien, mientras no tuviera que ver un solo escalón más.
Con la luz de la mañana y desde esa altura pudo apreciar el paisaje que tenía ante sus ojos. Observaba todo con detenimiento. Su maestro le había dicho que no se quedarían mucho tiempo y quería recordar cada detalle de ese lugar, al que un día volvería para convertirse en Caballero.
Tan ensimismado estaba que no reparó en un par de figuras que subían por las escaleras hasta que se pararon justo delante de él. Escuchó que le hablaban:
-¡Hola! –dijeron casi al unísono.
Dirigió su mirada hacia los recién llegados. Eran dos niños de su edad, poco más o menos, quizá algo más altos que él y, desde luego, con mejor color. Sus tostadas pieles distaban mucho de la perenne palidez que la suya presentaba. Repitió:
-¡Hola! -Si le decían algo más tendría problemas-. Su conocimiento del griego se limitaba a: “sí, no, hola, adiós, gracias, soy Camus y ¿cuándo comemos?” Para su maestro era suficiente ya que, por el momento, se comunicaban en francés; pero, desde su punto de vista, resultaba algo escaso. ¿Cómo iba a poder hablar con alguien? Bueno, al menos sabía que no moriría de hambre.
-Soy Camus –dijo, adelantándose a la posible próxima pregunta.
-Yo soy Aioria y éste es Milo –le respondió un sonriente muchacho de vivos ojos verdes, tendiéndole la mano.
Camus se levantó para corresponder al saludo y acto seguido se dirigió al otro niño para hacer lo mismo. Se sintió intimidado cuando vio las chispeantes turquesas que éste tenía por ojos clavadas en su persona. Le parecía que podían ver dentro de él. No se arredró; le sostuvo la mirada y permaneció con la mano extendida hasta que notó como era estrechada por ese muchachito que continuaba mirándolo de esa manera tan… rara. ¿Es que acaso tenía algo en la cara? Recordaba habérsela lavado al levantarse pero…
-¿Qué haces aquí arriba tú solo? ¿Esperas a tu maestro? ¿Cuándo habéis llegado? -Oyó como el tal Aioria volvía a dirigirse a él en un tono interrogante, pero no entendió nada de lo que había salido por su boca. Parpadeó para deshacerse del hechizo al que voluntariamente se había sometido y se giró para enfrentar el rostro del que, de nuevo, reemprendía el ataque:
-¿Serás aprendiz de Caballero de Dorado? ¿Cuántos años tienes? ¿De dónde eres? Oye, ¿me entiendes? –finalizó ya, algo desesperado.
Sólo pudo mirarle con cara de “lo siento pero no he entendido ni torta”. Se encogió de hombros, algo avergonzado, y murmuró una disculpa en francés que, evidentemente, los otros no entendieron. Sólo fueron unos sonidos ininteligibles para los dos griegos pero uno de ellos los percibió cual sublime melodía.
-¿Lo ves, Milo? Te lo dije. No entiende nada de nada –concluyó satisfecho el aspirante a Caballero de Leo-. Mi hermano me dijo que es… francés, creo... , y que aún tiene cuatro… Es pequeño todavía –afirmó rotundo y muy orgulloso de sus cinco añazos-. Él y su maestro llegaron ayer cuando ya había anochecido y por eso no lo vimos. Su maestro es un Caballero de los Hielos así que seguramente él será el que lleve la armadura de Acuario –explicó solemne.
-Y si ya sabes todo eso, ¿para qué le preguntas? –cuestionó molesto el pequeño escorpión-. Mira, le has hecho sentir vergüenza, ¡imbécil! –le increpó, al ver el ligero rubor que cubría las blancas mejillas del chiquillo frente a él.
-¡¿Imbécil?! ¡¿Yo?! –preguntó incrédulo. –¡¿Pero te has visto la cara, atontado?! ¡Eres tú el que lo avergüenza…! –corrigió a su amigo en un elevado tono de voz -… no dejas de mirarlo como si fuera… como si fuera… -intentaba recordar cuando había visto antes esa mirada en la cara de su compatriota -…un pastel de chocolate -soltó muy convencido. -¡¡Y suéltale ya la mano!! ¿O es que piensas quedártelo? –se burló.
Durante todo este tiempo la mirada de Camus había ido pasando de uno a otro, intentando comprender de qué hablaban. Tenía la impresión de que discutían y casi podía asegurar que por su causa pero nada. No entendía nada.
Milo iba ya a replicar enérgicamente cuando reparó en que Aioria estaba en lo cierto. Miró su mano y se dio cuenta de que aún aferraba la del pequeño francés. De repente, sintió un tremendo calor en la cara y bajó la cabeza intentando que su corta melena tapara el colorado que sabía adornaba su rostro. Dejó ir esa nívea manecita, soltándola poco a poco, acariciando los dedos. Cuando ya no la tuvo se sintió incompleto. Aún podía sentir el calor que ésta le había regalado y ya la estaba echando de menos.
El futuro Acuario, asimismo, se percató de que sus manos seguían unidas cuando vio el gesto del otro. Ahora sí terminó de ruborizarse y, no sin cierta pena, recuperó su mano al sentir que su nuevo compañero aflojaba el agarre. También él resintió esa pérdida. Había sido agradable sentir su calidez. Desde que había dejado Francia, días atrás, la única persona con la que había tenido relación era su maestro y, aunque no podía quejarse del trato que le daba, éste no era precisamente un hombre meloso.
Milo recuperó su ser y sintió que debía defenderse del ataque del león así que se apresuró a replicar:
-¡Eres un… –no pudo terminar.
-¿Pero se puede saber por qué discutís ahora? –preguntó a modo de reproche un muchacho más mayor.
Camus lo recordaba, de la noche anterior, su maestro lo había saludado en el templo de Géminis. Llegaba acompañado de otro muchacho. A éste también lo había conocido a su llegada, pero unos cuantos templos más arriba; y ahora que se fijaba, era sospechosamente parecido al pequeño de ojos verdes que tantas preguntas le había hecho.
Mientras se acercaban, los recién llegados habían sido testigos de la discusión entre los dos menores. Con esos dos siempre era igual; eran amigos pero no pasaba un día sin que disputaran por algo. Ahora, ya de cerca, se percataron del semblante turbado que Milo y Camus presentaban.
-¿Qué ha pasado? –preguntó Aioros. –No os habréis dedicado a importunarlo, ¿verdad? –se dirigió a su hermano-. ¿Aioria?
-No, no le hemos hecho nada –se defendió-. Sólo le preguntábamos…, para saber de él. Pero no nos entiende.
De nuevo sentía que era el protagonista de la conversación entre los demás, pero no había manera de que algo de lo que escuchaba tuviera sentido para él.
-¡La culpa es de Milo –explotó el joven felino –que está idiotizado!
-¡Te voy a dar yo idiotizado, gato pulgoso! –gritó el aspirante de escorpión, abalanzándose ya sobre su amigo.
Saga lo sujetó antes de que pudiera llegar a su objetivo y les dedicó a ambos una mirada reprobatoria. Luego se dirigió a un descolocado Camus y le sonrió al tiempo que revolvía su cabello.
-Comment vas-tu?* –le preguntó. Recordaba haber leído en algún sitio que eso significaba “¿qué tal estás”? o algo así-. Los otros tres lo miraron alucinados.
Estaba sorprendido, no esperaba oír nada en su lengua natal en ese lugar pero… cómo agradeció esas palabras... Por fin algo que entendía. Su rostro se iluminó. Le respondió con su melodiosa forma de hablar; esa que encandilaba al pequeño escorpión. El mayor mantuvo la sonrisa y acarició su cabecita
-¡Vaya, Saga! –exclamó Aioros-. No sabía que hablaras francés.
-Y no lo hablo –reconoció-. En eso se queda mi vasto conocimiento de la lengua francesa –admitió irónico y con cierto tono de pena-. No he entendido su respuesta.
Milo se sintió cautivo, nuevamente, de las profundas pupilas zafirinas del pequeño aprendiz de Acuario. Le encantó cómo sus ojos, coronados por esas peculiares cejas partidas, se iluminaron cuando Saga le habló en su idioma; y la dulce melodía de su voz lo embelesaba.
-Ya está otra vez –comentó fastidiado Aioria-. ¿Veis lo que os decía? Parece tonto.
Los dos mayores sonrieron ante la imagen que los pequeños ofrecían. Se miraban, ajenos a lo que ocurría a su alrededor, como si no hubiera nadie más que ellos dos; con una intensidad tal que parecía quisieran penetrar en las profundidades del otro y descubrir lo más intrínseco de su ser.
Camus no entendía por qué se sentía así cuando Milo lo miraba. Era como si los fulgurantes ojos turquesas de su compañero le robaran la voluntad; podía notar que los demás los miraban y le daba vergüenza que lo vieran comportarse así, imaginaba que se vería como un estúpido; pero, al mismo tiempo, no le importaba. Le gustaba la sensación.
Por su parte, el pequeño de escorpio pensaba que sí, que aunque Aioria se burlara, lo que quería era quedárselo; para poder mirarlo cuanto quisiera y volver a sentir el dulce tacto de su piel. Además, olía tan bien. ¿Y su pelo? Sería tan suave cómo parecía. Lo averiguaría.
En esas estaban cuando una voz chillona los sacó de su ensimismamiento:
-¿Qué hacéis todos aquí arriba?- preguntó un nuevo personaje que se acercaba a paso ligero.
-Pues aquí… -se encargó de explicar Aioria- …viendo como a Milo se le cae la baba.
Aioros y Saga contuvieron una carcajada.
Definitivamente le daría una paliza. Le lanzó una fulminante mirada a su ¿amigo? Sí que podía llega a ser pesadito el minino.
-Éste es Camus –explicó Saga al que se les acababa de unir-. Es el aprendiz de Acuario y parece ser que ha impresionado mucho a nuestro pequeño escorpión.
Milo se puso tenso al ver que el recién llegado se aproximaba al nuevo aspirante a caballero y lo estrujaba en un entusiasta abrazo de bienvenida:
-Así que tú serás un Caballero Dorado –le dijo tras deshacer el abrazo, mientras lo miraba de arriba abajo-. Un hermoso Caballero, sí. Eres muy lindo –concluyó al tiempo que acariciaba sus mejillas.
Camus, que no se esperaba tan afectuoso saludo, dio un paso atrás y tropezó con el peldaño en el que había estado sentado, dando con su trasero sobre el duro mármol. Milo acudió en su ayuda al grito de:
-¡Afrodita! ¡No seas sobón! ¿No ves que no te entiende? Lo asustas –y se sentó al lado del francés para colocarle la mano en el hombro a modo de fraternal apoyo-. ¿Estás bien? –le preguntó.
Una tímida sonrisa fue la respuesta que obtuvo.
-Pues sí que le ha dado fuerte –se sorprendió el de Piscis.
Aioria puso los ojos en blanco y dejó escapar un suspiro de resignación. No le cabía la menor duda, su amigo se había vuelto definitivamente idiota.
Los más mayores confirmaron a Afrodita las palabras de Milo. El pequeño galo no hablaba griego todavía y no habían conseguido averiguar nada sobre él. Además se le veía algo incómodo.
-¡Shura! –exclamó de repente el de cabellos celestes-. Regresó hace unos días. Él entrena en los Pirineos, en la frontera con Francia…, seguro que debe saber algo de francés.
Los más mayores asintieron. Hasta ahora no habían caído en la cuenta de que el español podría ayudar al nuevo aprendiz. Él también había tenido problemas con el idioma cuando llegó. Le preguntarían. El pobre pequeño no podía seguir viviendo en la inopia.
Camus estaba desbordado, todo el mundo le estaba prestando demasiada atención y él no sabía cómo responder. ¿Por qué tardaba tanto su maestro? ¿Se habría olvidado de él? Entendía que estaban siendo amables pero se sentía abrumado. Y ese Milo que le hacía sentir … je ne sais quoi*.
-¿Te has fijado Milo? –preguntó Afrodita.
-¿En qué cosa? –respondió el aludido.
-Sus ojos –dijo-. Son igualitos a esa canica que le ganaste a Aldebarán el otro día.
El escorpión abrió mucho los ojos… Buscó los fascinantes iris de su objeto de adoración… Era cierto… Aquella esfera cristalina de color azul zafiro le había llamado la atención desde el día que la vio en las manos del de Tauro. Le pareció que era deslumbrante, tan brillante… y decidió que tenía que conseguirla. Le costó varios intentos y unas cuantas de sus más preciadas canicas. El grandullón era bueno. Pero ya era suya. Reposaba en una cajita de madera junto con sus otros tesoros.
Miró al muchachito sentado a su lado con sus expresivos y brillantes ojos turquesas… la dichosa canica no tenía ni punto de comparación con esas hechizantes pupilas. Le dedicó una encantadora sonrisa que hizo ruborizarse al pequeño acuariano. Tendría que buscarle un lugar privilegiado, ya vería dónde… porque él no cabría en una cajita de madera.

Continuará...





Aclaraciones:

*Comment vas-tu? - ¿Cómo estás?
* Je ne sais quoi – no sé qué

martes, 3 de enero de 2012

¡¡Feliz Año Nuevo!!

Quizás sea ya un poco tarde para felicitar las fiestas, pero no quería dejar pasar la oportunidad de desear a todo el mundo un estupendo 2012.



Esta y otras imágenes de la misma fanartista las podéis encontrar aquí