Curiosidad. Capítulo 8.
Una sofocante sensación le hizo
abrir los ojos. Grecia no era Siberia y el cuerpo de Milo desprendía bastante
más calor que una almohada. No sabía cuánto había dormido pero se sentía
completamente despejado. Tenía calor. Demasiado. Necesitaba un poco de aire. Se
deshizo con cuidado del abrazo del de Escorpio; quien se removió un poco al
notar el movimiento, y gateó fuera de la tienda.
Shura
continuaba en su posición. Tenía la impresión de haber dormido mucho tiempo pero
al ver a su compañero aún allí supo que se equivocaba. Se acercó y se sentó a su lado.
-¿Qué
sucede, Camus? ¿No puedes dormir? –se interesó el mayor.
La
redonda luna llena que reinaba en el cielo iluminaba el lugar. El de
Capricornio no lo había mirado. Su vista
continuaba fija en el frente pero Camus pudo apreciar la media sonrisa que se
había dibujado en su cara.
-No.
No tengo sueño –respondió-. Además… , hace demasiado calor ahí dentro.
Esta
vez el español no dijo nada, tan sólo se giró para mirar a su compañero con una
divertida expresión de sorpresa en el rostro.
-¿Por
qué tuviste que mencionar ese asunto? –le reprochó Camus.
Shura
rió.
-Es
divertido. Apuesto a que a Milo le ha hecho gracia –dijo muy seguro-. Además…
Tu cara de agobio no tiene precio –confesó antes de volver a mirar a la nada
sonriendo.
Camus
golpeó el hombro de su vecino y se recostó sobre el tronco del árbol bajo el
que estaban sentados.
-¿Cuánto
tiempo ha pasado? –le preguntó en cuanto el otro hubo terminado de reírse.
-Poco
más de media hora desde que os fuisteis –contestó tras recuperar su habitual
gesto adusto.
-¿En
serio? –murmuró más para sí que para su acompañante. Realmente esa iba a ser
una noche larga-. ¿Crees que tendremos que esperar mucho tiempo? –se interesó
incorporándose para ponerse a la misma altura del décimo guardián.
-Death
no es precisamente un tipo paciente –afirmó mirándolo-. Y estos ejercicios le parecen una pérdida de tiempo.
No creo que tardemos demasiado en verlos aparecer –auguró.
Camus
volvió a su postura anterior y durante unos minutos guardaron silencio. Shura
miraba hacia algún lugar en la oscuridad; como si pudiese distinguir algo en la
negrura que se abría camino entre los árboles y él observaba las estrellas. En
esa noche de cielo despejado se podían ver infinidad de ellas. Empezó a
contarlas en varias ocasiones pero una vez tras otra terminaba por perder la cuenta.
Una idea en su cabeza interrumpía su conteo. Algo parecido a una pequeña
punzada de culpabilidad. Sentía que lo había abandonado pero se habría puesto
malo de seguir allí. Seguro. Sin embargo, a cada segundo que pasaba estaba más
seguro de querer volver. El crujir de una ramita a sus espaldas hizo que todos
sus sentidos se pusieran alerta. Con un gesto de cabeza Shura le indicó que
despertase a los que dormían mientras él se preparaba para contener lo que
podría ser un inminente ataque.
La
de Afrodita era la tienda más cercana y hacia allí se dirigía cuando un grito a
su espalda lo hizo volverse. Tan sólo le dio tiempo a ver la macabra sonrisa de
Death Mask antes de dar con los huesos en el suelo y sentirse aplastado bajo el
peso del de Cáncer.
-Hay
que estar más atento, pequeño –le aconsejó el Cuarto Guardián.
Forcejearon y logró zafarse del agarre del más mayor. El
ruido había despertado a los dos durmientes Caballeros que ya habían hecho acto
de presencia. Pudo ver a Milo esquivando los golpes del aún molesto Aioria, a
Afrodita enfrentando a Shaka y a Shura
aterrizando muy cerca de sus pies tras recibir uno de los golpes del enorme
Aldebarán. Todo parecía moverse muy de prisa a su alrededor, incluido su amenazador contrincante que ya le
había sacudido un par de golpes mientras él trataba de ubicar la posición de
sus compañeros.
-Estás
distraído, Camus –Death lo sujetó por el cuello-. Préstame toda tu atención o
te haré pedacitos –le advirtió con un amenazante susurro junto a su oído.
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Amanecía,
la luz de la aurora comenzaba a abrirse paso entre los árboles y empezaban a
escucharse ya los primeros sonidos de la mañana. El canto de algún pájaro
anunciando el nacer de un nuevo día, el susurro del viento colándose entre las
ramas y, en la distancia, el despertar del pequeño pueblo cercano al Santuario.
-No
tienes buena pinta –el de Leo lo había mirado de arriba abajo antes de emitir
su juicio.
-Ya…
-aceptó. Sentía dolor en partes de su cuerpo que ni siquiera sabía que tenía-.
Vosotros tampoco tenéis muy buen aspecto –aseguró tras echar un vistazo a Milo
y Aioria. Ahora estaban sentados uno junto al otro en beatífica actitud pero
poco antes esos dos se habían estado zurrando con ganas.
Milo
palmeó el suelo invitándolo a sentarse a su lado y Camus ocupó el lugar que se
le ofrecía junto a sus compañeros. Se recostó sobre la hierba y apoyó la cabeza
sobre sus manos entrelazadas. El griego hizo girar su dolorido cuerpo para
mirar al galo.
-Camus…
– el de Acuario había cerrado los ojos y Milo lo llamó para tener su atención-.
Quería preguntarte…, -empezó en cuanto pudo ver la mirada azul del francés- ¿por
qué te… -su pregunta fue interrumpida por un poco amistoso Death Mask.
-¡Oye
tú! –gritó al tiempo que daba un puntapié en la suela del calzado de Camus-. No
me siento las piernas –dijo palmeándoselas.
-Yo,
en cambio, sí siento todos y cada uno de tus golpes –repuso con calma-. No
entiendo por qué te estás quejando.
El
de Cáncer contuvo una sonrisa de satisfacción. Le alegraba saber que había provocado
dolor en su rival pero sentía su orgullo herido. Nunca pensó que el de Acuario
pudiese causarle problemas. Consideraba las técnicas del Caballero de los
Hielos… bonitas… ; pero jamás había imaginado que pudiesen resultar tan
contundentes.
-No
me gustan tus trucos –dijo en un gruñido-. La próxima vez no te daré opción
–advirtió.
Camus
no dijo nada, tan sólo le sostuvo la mirada hasta que la voz de Shura,
ordenándoles ponerse en marcha, puso fin a ese silencioso enfrentamiento.
-Es
un imbécil –apostilló Milo al tiempo que Aioria asentía.
-No
me cabe duda –concordó con sus compañeros-. Pero en una cosa tenía razón… -Leo
y Escorpio lo miraban expectantes-. Estaba pensando en otra cosa y me
sorprendió –admitió cabizbajo-. Eso fue un error.
-¡Eh!
¡Vosotros!
Sus
cinco compañeros les sacaban ya una buena ventaja así que corrieron para darles
alcance.
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Un
par de horas después, aseados y portando sus doradas armaduras, los ocho
Caballeros que se encontraban en esos momentos en el Santuario aguardaban ser
recibidos por el Patriarca. Mientras esperaban la comparecencia de su Señor en
el Gran Salón, el Guardián de Escorpio mostraba su impaciencia jugueteando con
el casco de su coraza.
-Me
pregunto por qué la Armadura del Escorpión tiene un casco con rabo… -cuestionó
Death Mask arrebatando dicho objeto de
las manos de su dueño-. ¿Necesitas compensar algo Milito? –especuló con una gran sonrisa en su
rostro-. ¿Resultará que los Guardianes de la Octava Casa son unos eunucos?
–conjeturó ante la mezcla de risas contenidas y gestos de hastío que se
mezclaban en las caras del resto de los allí presentes.
-¡¿Qué
dices, imbécil?! –gritó Milo-. ¡Devuélvemelo! –exigió. Death Mask sujetaba a la
altura de sus caderas el casco de Escorpio mientras las movía en círculos
haciendo que la larga cola del escorpión se bambolease de un lado a otro-.
¡Agh! ¡Estúpido! ¡Qué eso yo me lo pongo en la cabeza! –y enfurecido saltó
sobre su compañero para recuperar su ultrajado casco.
Por
tres veces se escuchó el metal rebotando contra el suelo hasta que, tras girar
unas cuantas veces sobre sí mismo, al fin se quedó quieto sobre el blanco suelo
a los pies del Guardián de Virgo. Milo dio un último empujón al de Cáncer y se
acercó para recoger la pieza de las manos de su rubio compañero en el momento
justo en que la puerta se abría y hacía acto de presencia aquel a quien
esperaban.
El
sol estaba ya muy alto en el cielo cuando salieron de allí.
-¿En
qué piensas? –el semblante de Camus parecía más serio que de costumbre y Milo
quiso saber la razón.
-En…,
en nada- respondió meneando la cabeza.
Milo
alzó las cejas y lo miró sin creer en absoluto esa respuesta.
-¿En
nada? Estás muy serio para que sea nada –dijo agarrándolo de un brazo-. No nos
moveremos de aquí hasta que me digas qué te pasa –le aseguró.
-Es
sólo una sensación –dijo en voz baja-. No tiene importancia –sonrió. Vamos.
Milo
seguía sin creerlo pero al menos había sonreído. Ya indagaría más tarde sobre
esa cuestión. Además, aún tenía pendiente algo que desde hacía horas necesitaba
saber.
-¿Puedo
hacerte compañía? –preguntó al llegar a Acuario. El resto de sus compañeros
habían desaparecido ya camino de sus respectivas moradas.
-Claro,
pero… ¿no tienes sueño?
-Yo
he dormido, Camus –sonrió. Él mismo le había facilitado la cuestión-. Por
cierto…, ¿por qué te fuiste anoche? –preguntó mientras lo seguía a las
estancias privadas de la Casa Circular.
-Me
desperté… Tenía calor y no podía dormir… necesitaba aire fresco… –se explicó-.
Luego vino el combate y… el resto ya lo sabes.
-¿Hubieras
vuelto si los otros no hubiesen aparecido?
Camus
se detuvo y se volvió a mirar al griego. Eso mismo se había estado preguntando durante todo el
tiempo que pasó mirando a las estrellas.
-Sí
–afirmó-. Y siento haber dejado que Aioria te sorprendiera –se disculpó.
-Aioria
no es un problema –Milo sonrió-. Tengo experiencia de sobra domando gatitos
–fanfarroneó-. Sólo que esta vez estaba un poco más enfadado de la cuenta.
-¿Sigue
molesto? –se interesó.
-Me
trae sin cuidado –dijo mientras depositaba el casco de su armadura sobre el
pequeño escritorio de madera que Camus tenía en su cuarto-. Tiene suerte.
Camus
lo miró con gesto interrogante.
-Él
sabe con seguridad que alguien se interesa por él –respondió a la pregunta que
el francés no había vocalizado.
-¿Tú…,
tu quieres que alguien se interese por ti?
-Sí
–respondió mientras se dejaba caer con los brazos abiertos sobre la cama.
-¿Una
rubia de ojos azules, quizás? –tanteó, sentándose en una esquina del colchón.
-No,
a mí no… - se interrumpió. Milo se incorporó y se apoyó sobre los codos para
mirar muy serio a su compañero-. ¿Eso es
lo que te gustaría a ti?
-No
es sólo que… -el tono molesto del heleno lo sorprendía tanto como lo divertía.
-¿Entonces
por qué lo has dicho? –lo interrumpió.
-En
Verkhoyansk hay muchas chicas así.
-¡Ah!
O sea que te dedicas a mirar chicas en tus ratos libres… -acusó.
-No
me dedico a mirar chicas –se defendió-. Pero… las veo.
-Ya…
-aceptó-. Y esas chicas que ves…, ¿también te ven a ti? –preguntó enfatizando
en los verbos.
Camus
arqueó las cejas. ¿Qué clase de pregunta era esa?
-Supongo
Milo… Si no son ciegas… -atinó a decir aunque la respuesta le sonó tan absurda
como la pregunta de su compañero.
-Pues
a mí no me gustan las rubias –puntualizó solemne, dejándose caer nuevamente
sobre la almohada.
Camus
imitó al escorpiano y se tumbó también pero con la cabeza hacia los pies de la
cama. Tenía sueño. Sus ojos comenzaban a cerrarse cuando la voz de Milo lo sacó
de su duermevela.
-Oye,
Camus.
-¿Hum?
-¿Por
qué tienes una cama tan grande?
-¿No
es igual que la tuya? –preguntó abriendo los ojos.
-No,
mira –dijo.
Camus
se sentó y miró a su compañero. Milo tenía los brazos abiertos en cruz.
-¿Qué
quieres que vea?
-Si
hago esto en mi cama mis manos se salen por los laterales y en esta no llego a
los extremos –dijo alzándose-. ¿Crees que el anterior Caballero de Acuario era
muy grande?
Camus
inclinó la cabeza en gesto interrogante.
-Sí,
como Aldebarán –explicó Milo.
-No
lo sé, Milo –el acuariano sonrió-. No lo creo-. Pero podríamos averiguarlo
–sugirió.
-No,
ahora no –negó el griego recuperando su postura anterior-. Estoy cansado.
-Quizás
también podríamos averiguar si el anterior Guardián de Escorpio era un eunuco…
–bromeó.
En
un rápido gesto Milo se sacó la almohada de debajo de la cabeza y se la lanzó a
Camus.
-Abrázate
a la almohada y duérmete, idiota.
Oyó
la risa del francés y rió también. Se quedó mirando al techo; escuchándolo
respirar más profunda y más acompasadamente cada vez hasta que estuvo seguro de
que se había dormido. Gateó sobre el colchón hasta llegar junto a él y lo
observó por unos momentos. Apartó la almohada que Camus había dejado a su lado
y se tumbó en su lugar.
En
el Templo de Acuario la temperatura era siempre fresca; esta vez no se iría a
ninguna parte.
CONTINUARÁ…