domingo, 23 de septiembre de 2012

¿La curiosidad mató al gato...?

Pues por mucho que lo diga el refrán, yo creo que la curiosidad es buena... Ya sea para enterarte de algo positivo o para llevarte un palo, pero siempre es mejor saber que vivir en la ignorancia. Bueno, no es que me haya levantado filosófica hoy, pero es que buscaba el modo de enlazar con el capítulo de Efemérides que publicaré hoy y que lleva precisamente ese título: Curiosidad...

Curiosidad. Capítulo 8.

             Una sofocante sensación le hizo abrir los ojos. Grecia no era Siberia y el cuerpo de Milo desprendía bastante más calor que una almohada. No sabía cuánto había dormido pero se sentía completamente despejado. Tenía calor. Demasiado. Necesitaba un poco de aire. Se deshizo con cuidado del abrazo del de Escorpio; quien se removió un poco al notar el movimiento, y gateó fuera de la tienda.
                Shura continuaba en su posición. Tenía la impresión de haber dormido mucho tiempo pero al ver a su compañero aún allí supo que se equivocaba.  Se acercó y se sentó a su lado.
                -¿Qué sucede, Camus? ¿No puedes dormir? –se interesó el mayor.
                La redonda luna llena que reinaba en el cielo iluminaba el lugar. El de Capricornio  no lo había mirado. Su vista continuaba fija en el frente pero Camus pudo apreciar la media sonrisa que se había dibujado en su cara.
                -No. No tengo sueño –respondió-. Además… , hace demasiado calor ahí dentro.
                Esta vez el español no dijo nada, tan sólo se giró para mirar a su compañero con una divertida expresión de sorpresa en el rostro.
                -¿Por qué tuviste que mencionar ese asunto? –le reprochó Camus.
                Shura rió.
                -Es divertido. Apuesto a que a Milo le ha hecho gracia –dijo muy seguro-. Además… Tu cara de agobio no tiene precio –confesó antes de volver a mirar a la nada sonriendo.
                Camus golpeó el hombro de su vecino y se recostó sobre el tronco del árbol bajo el que estaban sentados.
                -¿Cuánto tiempo ha pasado? –le preguntó en cuanto el otro hubo terminado de reírse.
                -Poco más de media hora desde que os fuisteis –contestó tras recuperar su habitual gesto adusto.
                -¿En serio? –murmuró más para sí que para su acompañante. Realmente esa iba a ser una noche larga-. ¿Crees que tendremos que esperar mucho tiempo? –se interesó incorporándose para ponerse a la misma altura del décimo guardián.
                -Death no es precisamente un tipo paciente –afirmó mirándolo-.  Y estos ejercicios le parecen una pérdida de tiempo. No creo que tardemos demasiado en verlos aparecer –auguró.
                Camus volvió a su postura anterior y durante unos minutos guardaron silencio. Shura miraba hacia algún lugar en la oscuridad; como si pudiese distinguir algo en la negrura que se abría camino entre los árboles y él observaba las estrellas. En esa noche de cielo despejado se podían ver infinidad de ellas. Empezó a contarlas en varias ocasiones pero una vez tras otra terminaba por perder la cuenta. Una idea en su cabeza interrumpía su conteo. Algo parecido a una pequeña punzada de culpabilidad. Sentía que lo había abandonado pero se habría puesto malo de seguir allí. Seguro. Sin embargo, a cada segundo que pasaba estaba más seguro de querer volver. El crujir de una ramita a sus espaldas hizo que todos sus sentidos se pusieran alerta. Con un gesto de cabeza Shura le indicó que despertase a los que dormían mientras él se preparaba para contener lo que podría ser un inminente ataque.
                La de Afrodita era la tienda más cercana y hacia allí se dirigía cuando un grito a su espalda lo hizo volverse. Tan sólo le dio tiempo a ver la macabra sonrisa de Death Mask antes de dar con los huesos en el suelo y sentirse aplastado bajo el peso del de Cáncer.
                -Hay que estar más atento, pequeño –le aconsejó el Cuarto Guardián.
                Forcejearon  y logró zafarse del agarre del más mayor. El ruido había despertado a los dos durmientes Caballeros que ya habían hecho acto de presencia. Pudo ver a Milo esquivando los golpes del aún molesto Aioria, a Afrodita enfrentando a Shaka y a  Shura aterrizando muy cerca de sus pies tras recibir uno de los golpes del enorme Aldebarán. Todo parecía moverse muy de prisa a su alrededor,  incluido su amenazador contrincante que ya le había sacudido un par de golpes mientras él trataba de ubicar la posición de sus compañeros.
                -Estás distraído, Camus –Death lo sujetó por el cuello-. Préstame toda tu atención o te haré pedacitos –le advirtió con un amenazante susurro junto a su oído.

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                Amanecía, la luz de la aurora comenzaba a abrirse paso entre los árboles y empezaban a escucharse ya los primeros sonidos de la mañana. El canto de algún pájaro anunciando el nacer de un nuevo día, el susurro del viento colándose entre las ramas y, en la distancia, el despertar del pequeño pueblo cercano al Santuario.
                -No tienes buena pinta –el de Leo lo había mirado de arriba abajo antes de emitir su juicio.
                -Ya… -aceptó. Sentía dolor en partes de su cuerpo que ni siquiera sabía que tenía-. Vosotros tampoco tenéis muy buen aspecto –aseguró tras echar un vistazo a Milo y Aioria. Ahora estaban sentados uno junto al otro en beatífica actitud pero poco antes esos dos se habían estado zurrando con ganas.
                Milo palmeó el suelo invitándolo a sentarse a su lado y Camus ocupó el lugar que se le ofrecía junto a sus compañeros. Se recostó sobre la hierba y apoyó la cabeza sobre sus manos entrelazadas. El griego hizo girar su dolorido cuerpo para mirar al galo.
                -Camus… – el de Acuario había cerrado los ojos y Milo lo llamó para tener su atención-. Quería preguntarte…, -empezó en cuanto pudo ver la mirada azul del francés- ¿por qué te… -su pregunta fue interrumpida por un poco amistoso Death Mask.
                -¡Oye tú! –gritó al tiempo que daba un puntapié en la suela del calzado de Camus-. No me siento las piernas –dijo palmeándoselas.
                -Yo, en cambio, sí siento todos y cada uno de tus golpes –repuso con calma-. No entiendo por qué te estás quejando.
                El de Cáncer contuvo una sonrisa de satisfacción. Le alegraba saber que había provocado dolor en su rival pero sentía su orgullo herido. Nunca pensó que el de Acuario pudiese causarle problemas. Consideraba las técnicas del Caballero de los Hielos… bonitas… ; pero jamás había imaginado que pudiesen resultar tan contundentes.
                -No me gustan tus trucos –dijo en un gruñido-. La próxima vez no te daré opción –advirtió.
                Camus no dijo nada, tan sólo le sostuvo la mirada hasta que la voz de Shura, ordenándoles ponerse en marcha, puso fin a ese silencioso enfrentamiento.
                -Es un imbécil –apostilló Milo al tiempo que Aioria asentía.
                -No me cabe duda –concordó con sus compañeros-. Pero en una cosa tenía razón… -Leo y Escorpio lo miraban expectantes-. Estaba pensando en otra cosa y me sorprendió –admitió cabizbajo-. Eso fue un error.
                -¡Eh! ¡Vosotros!
                Sus cinco compañeros les sacaban ya una buena ventaja así que corrieron para darles alcance.

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                Un par de horas después, aseados y portando sus doradas armaduras, los ocho Caballeros que se encontraban en esos momentos en el Santuario aguardaban ser recibidos por el Patriarca. Mientras esperaban la comparecencia de su Señor en el Gran Salón, el Guardián de Escorpio mostraba su impaciencia jugueteando con el casco de su coraza.
                -Me pregunto por qué la Armadura del Escorpión tiene un casco con rabo… -cuestionó Death  Mask arrebatando dicho objeto de las manos de su dueño-. ¿Necesitas compensar algo  Milito? –especuló con una gran sonrisa en su rostro-. ¿Resultará que los Guardianes de la Octava Casa son unos eunucos? –conjeturó ante la mezcla de risas contenidas y gestos de hastío que se mezclaban en las caras del resto de los allí presentes.
                -¡¿Qué dices, imbécil?! –gritó Milo-. ¡Devuélvemelo! –exigió. Death Mask sujetaba a la altura de sus caderas el casco de Escorpio mientras las movía en círculos haciendo que la larga cola del escorpión se bambolease de un lado a otro-. ¡Agh! ¡Estúpido! ¡Qué eso yo me lo pongo en la cabeza! –y enfurecido saltó sobre su compañero para recuperar su ultrajado casco.
                Por tres veces se escuchó el metal rebotando contra el suelo hasta que, tras girar unas cuantas veces sobre sí mismo, al fin se quedó quieto sobre el blanco suelo a los pies del Guardián de Virgo. Milo dio un último empujón al de Cáncer y se acercó para recoger la pieza de las manos de su rubio compañero en el momento justo en que la puerta se abría y hacía acto de presencia aquel a quien esperaban.
                El sol estaba ya muy alto en el cielo cuando salieron de allí.
                -¿En qué piensas? –el semblante de Camus parecía más serio que de costumbre y Milo quiso saber la razón.
                -En…, en nada- respondió meneando la cabeza.
                Milo alzó las cejas y lo miró sin creer en absoluto esa respuesta.
                -¿En nada? Estás muy serio para que sea nada –dijo agarrándolo de un brazo-. No nos moveremos de aquí hasta que me digas qué te pasa –le aseguró.
                -Es sólo una sensación –dijo en voz baja-. No tiene importancia –sonrió. Vamos.
                Milo seguía sin creerlo pero al menos había sonreído. Ya indagaría más tarde sobre esa cuestión. Además, aún tenía pendiente algo que desde hacía horas necesitaba saber.
                -¿Puedo hacerte compañía? –preguntó al llegar a Acuario. El resto de sus compañeros habían desaparecido ya camino de sus respectivas moradas.
                -Claro, pero… ¿no tienes sueño?
                -Yo he dormido, Camus –sonrió. Él mismo le había facilitado la cuestión-. Por cierto…, ¿por qué te fuiste anoche? –preguntó mientras lo seguía a las estancias privadas de la Casa Circular.
                -Me desperté… Tenía calor y no podía dormir… necesitaba aire fresco… –se explicó-. Luego vino el combate y… el resto ya lo sabes.
                -¿Hubieras vuelto si los otros no hubiesen aparecido?
                Camus se detuvo y se volvió a mirar al griego. Eso mismo se  había estado preguntando durante todo el tiempo que pasó mirando a las estrellas.
                -Sí –afirmó-. Y siento haber dejado que Aioria te sorprendiera –se disculpó.
                -Aioria no es un problema –Milo sonrió-. Tengo experiencia de sobra domando gatitos –fanfarroneó-. Sólo que esta vez estaba un poco más enfadado de la cuenta.
                -¿Sigue molesto? –se interesó.
                -Me trae sin cuidado –dijo mientras depositaba el casco de su armadura sobre el pequeño escritorio de madera que Camus tenía en su cuarto-. Tiene suerte.
                Camus lo miró con gesto interrogante.
                -Él sabe con seguridad que alguien se interesa por él –respondió a la pregunta que el francés no había vocalizado.
                -¿Tú…, tu quieres que alguien se interese por ti?
                -Sí –respondió mientras se dejaba caer con los brazos abiertos sobre la cama.
                -¿Una rubia de ojos azules, quizás? –tanteó, sentándose en una esquina del colchón.
                -No, a mí no… - se interrumpió. Milo se incorporó y se apoyó sobre los codos para mirar muy serio a su  compañero-. ¿Eso es lo que te gustaría a ti?
                -No es sólo que… -el tono molesto del heleno lo sorprendía tanto como lo divertía.
                -¿Entonces por qué lo has dicho? –lo interrumpió.
                -En Verkhoyansk hay muchas chicas así.
                -¡Ah! O sea que te dedicas a mirar chicas en tus ratos libres… -acusó.
                -No me dedico a mirar chicas –se defendió-. Pero… las veo.
                -Ya… -aceptó-. Y esas chicas que ves…, ¿también te ven a ti? –preguntó enfatizando en los verbos.
                Camus arqueó las cejas. ¿Qué clase de pregunta era esa?
                -Supongo Milo… Si no son ciegas… -atinó a decir aunque la respuesta le sonó tan absurda como la pregunta de su compañero.
                -Pues a mí no me gustan las rubias –puntualizó solemne, dejándose caer nuevamente sobre la almohada.
                Camus imitó al escorpiano y se tumbó también pero con la cabeza hacia los pies de la cama. Tenía sueño. Sus ojos comenzaban a cerrarse cuando la voz de Milo lo sacó de su duermevela.
                -Oye, Camus.
                -¿Hum?
                -¿Por qué tienes una cama tan grande?
                -¿No es igual que la tuya? –preguntó abriendo los ojos.
                -No, mira –dijo.
                Camus se sentó y miró a su compañero. Milo tenía los brazos abiertos en cruz.
                -¿Qué quieres que vea?
                -Si hago esto en mi cama mis manos se salen por los laterales y en esta no llego a los extremos –dijo alzándose-. ¿Crees que el anterior Caballero de Acuario era muy grande?
                Camus inclinó la cabeza en gesto interrogante.
                -Sí, como Aldebarán –explicó Milo.
                -No lo sé, Milo –el acuariano sonrió-. No lo creo-. Pero podríamos averiguarlo –sugirió.
                -No, ahora no –negó el griego recuperando su postura anterior-. Estoy cansado.
                -Quizás también podríamos averiguar si el anterior Guardián de Escorpio era un eunuco… –bromeó.
                En un rápido gesto Milo se sacó la almohada de debajo de la cabeza y se la lanzó a Camus.
                -Abrázate a la almohada y duérmete, idiota.
                Oyó la risa del francés y rió también. Se quedó mirando al techo; escuchándolo respirar más profunda y más acompasadamente cada vez hasta que estuvo seguro de que se había dormido. Gateó sobre el colchón hasta llegar junto a él y lo observó por unos momentos. Apartó la almohada que Camus había dejado a su lado y se tumbó en su lugar.
                En el Templo de Acuario la temperatura era siempre fresca; esta vez no se iría a ninguna parte.


CONTINUARÁ…




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