viernes, 7 de septiembre de 2012

¿Caballeritos o Caballeretes?

Los había dejado un poco abandonados, pero es que, aunque no pensaba hacerlo, al final me decidí a subir Efemérides en otras páginas y estaba esperando a llegar al mismo número de capítulos que había publicado aquí para poder actualizar al mismo ritmo.
La historia de los chicos continúa =)

De vuelta. Capítulo 6

          Ninguna palabra salió de sus labios. Tan sólo se quedaron parados de pie, uno frente al otro, acostumbrándose a la nueva imagen de quién por tanto tiempo habían extrañado. En estos momentos ambos tenían la misma edad, doce años. Los niños que fueran ya habían abandonado sus cuerpos para dejar paso a los jóvenes que eran ahora y que tanta zozobra causaban en aquel que tenían delante. Como presas de un encantamiento, ni siquiera se atrevían a pestañear, por miedo a que la imagen ante sus ojos fuese a desaparecer. Sentían a sus corazones latir agitados y las piernas temblorosas mientras se escrutaban en silencio
                Camus clavó su mirada en la de su compañero. Esa no había cambiado. Sus grandes y expresivos ojos turquesa seguían ahí, brillando con picardía, iluminando más, si cabe,  ese rostro de piel canela, enmarcado por una rebelde cabellera de bucles indomables que ahora se pegaban a su cara y su cuello por el sofocante calor de ese día. Las tiernas facciones del niño que recordaba ya no estaban, sus rasgos se habían endurecido, como el resto de su cuerpo, pero su gesto no había perdido ni un ápice de la dulzura que siempre le había mostrado. Había crecido; los dos habían crecido, pero no pudo apreciar con claridad si ya estaban a la par o si seguiría en ligera desventaja con respecto a su griego compañero. Tendría que esperar a estar más cerca para comprobarlo.
                Milo naufragó en los calmos océanos que para él eran los ojos de Camus. Esos que lo habían conquistado desde la primera vez que lo vio. Esos que eran iguales a su pequeño tesoro color zafiro. Estudió con minuciosidad el nuevo aspecto de su compañero. Le había crecido el pelo desde la última vez. Eso lo tenían en común. Su indómita melena hacía también mucho tiempo que no veía unas tijeras. El color de su piel también era diferente. Ya no se veía tan pálido. El reflejo del sol sobre la nieve de Siberia le había proporcionado un tono sutil; alejado de la extrema blancura que años atrás presentaba, otorgándole calidez a sus delicadas facciones. No pudo evitar preguntarse si el resto de su piel, la que no estaba a la vista, tendría también ese color o conservaría aún la tonalidad marfileña que su mente evocaba. Sus labios se despegaron levemente. Quería decirle algo pero alguien se le adelantó.
                -¡Hey, Camus! ¡Bienvenido! –el León Dorado los sacó de su embobamiento. Había llegado instantes después del acuariano y un recuerdo lejano lo golpeó de repente. Ya estaban otra vez como al principio.
                El francés parpadeó, con rapidez, un par de veces y respondió al saludo de su compañero acompañando sus palabras con una ligera inclinación de cabeza. Inmediatamente sus ojos volvieron a buscar los de Milo. Estaba seguro de que pensaban lo mismo. Aioria de Leo…, un especialista en romper encantamientos.
                -¿Qué has venido a hacer tú aquí? –preguntó Milo con fastidio.  ¿Qué demonios estaba haciendo ahí el León? Tenía que aparecerse precisamente en ese momento. No podía haber resultado más inoportuno. Aún escuchaba la voz de Camus resonando en sus oídos. Había  perdido el agudo tono infantil pero conservaba todavía su peculiar acento. En cualquier caso, no esperaba que las primeras palabras que escuchase salir de su boca estuviesen dirigidas a Aioria.
                -Descuida Milo, –respondió el León con una sonrisa burlona- no he venido a verte a ti. Escuché que Camus había regresado y quería saludarlo -explicó mientras se giraba para mirar al galo-. Ha sido una suerte encontrarte aquí. Me has ahorrado un montón de escaleras –continuó, y, acercándose  al de Acuario, le tendió la mano-. Me alegro de verte. ¿Has vuelto para quedarte?
                Camus correspondió al gesto y asintió. Su cerebro aún intentaba procesar las nuevas voces de sus compañeros. Desde luego sonaban diferentes a cómo las recordaba pero lo que no había cambiado, en absoluto, era el uso que les daban. Por lo visto las cosas seguían igual entre esos dos. Ese pensamiento lo hizo sentirse un tanto temeroso. ¿Las cosas serían iguales también con él? Quizás había pasado demasiado tiempo y ya no ocupaba el mismo lugar que años atrás en sus afectos.
                -Creo que ya estoy preparado para hacerme cargo de mi responsabilidad aquí –confirmó en un tono un tanto indiferente. Lo cierto es que no estaba tan seguro de sus palabras pero ese no era un tema que fuera a tratar con el de Leo.
                -Los muchachos están abajo, en la Casa de Tauro –informó Aioria-. Aldebarán regresó ayer de Brasil y ha traído unos dulces que asegura son los mejores del mundo así que habrá que comprobarlo, ¿no? –su sugerencia iba acompañada de una amplia sonrisa.
                -Claro –Camus asintió. No es que fuera un amante de los dulces pero Aioria se había quedado mirándolo en espera de una respuesta  y, además, si todos sus compañeros estaban allí, mejor que mejor; no tendría que pasar por el trance de ir a presentarse ante ellos uno por uno.
                Luego de echar un vistazo a Milo, que mostraba su aceptación al plan con una sonrisa, concluyo que lo lógico en ese momento sería comenzar a caminar en dirección al Templo del bueno de Aldebarán así que, sin más, se dirigió hacia las escaleras e inició el descenso del ingente número de peldaños que aún los separaban de su destino.
                Milo caminaba justo detrás de él hasta que al pasar al lado de Aioria, que se había mantenido en su lugar viendo como el de Acuario le pasaba por delante, lo sujetó por un brazo.
                -Tendré que preguntarle cómo lo hace –le susurró.
                -¿Cómo hace el qué? –inquirió el Escorpión con gesto desconcertado.
                -Cómo consigue que estés quieto y callado por más de un minuto –explicó.
                Milo soltó una carcajada.
                -Ni aunque volvieses a nacer –le aseguró-. Eso no está en tu mano –y, soltándose del agarre que el otro aún mantenía sobre su persona, se apresuró para dar alcance a Camus que ya les sacaba una buena ventaja.
                Al ver que sus compañeros no lo seguían detuvo su avance. En pocos segundos lo sorprendió la presencia de Milo a su lado.

                -Me alegro mucho de que estés de vuelta –Milo hizo una apresurada confesión sabiendo que Aioria no tardaría mucho en darle alcance-. Siento no habértelo dicho antes.
                -Yo también estoy contento de estar aquí de nuevo –Camus correspondió con una sonrisa a las palabras del griego.
                -No olvides que tú y yo tenemos cuentas pendientes –Milo no había olvidado ese pequeño reto entre los dos y supo que Camus tampoco cuando éste meneó su cabeza en gesto de asentimiento.
                Aioria los adelantó en ese momento al grito de “¡nenita el último!”.
                Tras mirarse por un segundo iniciaron la persecución del felino. Ese calificativo era algo que sus egos adolescentes no estaban dispuestos a tolerar.
                Durante el trayecto que los separaba de la Casa del Toro Dorado protagonizaron una pugna poco digna de su rango de Caballeros. Las más marrulleras tácticas eran válidas para no terminar en último lugar y, en un reñido tramo final, terminaron por entrar a trompicones en el recinto de Aldebarán.
                -¡Eres un animal con ropa, Aioria! –increpó entre jadeos un furioso Escorpión. Al igual que sus compañeros, con las manos apoyadas en las rodillas, Milo intentaba recuperar el aliento-. ¡Casi me arrancas un brazo!
                -No haberte metido en mi camino –fue la respuesta del mencionado, que ya se incorporaba-. Entonces, ¿al final quién ha ganado?
                -Creo que un empate nos permitiría mantener nuestro orgullo a los tres –propuso un conciliador Camus.
                Una vez aceptada la moción; si bien a regañadientes puesto que todos estaban seguros de haber sido los primeros, pero lo que sea por mantener intacto el orgullo, continuaron su camino hacia la parte privada del Templo en busca del resto de sus compañeros.
                Los encontraron en una pequeña sala, sentados alrededor de una mesita, bien concentrados en dar buena cuenta de los famosos pastelillos. El dueño de la Casa fue el primero en reparar en la presencia de los recién llegados y con una afable sonrisa en el rostro se acercó para saludarlos.
                -¡Camus! ¡Dichosos los ojos! –exclamó mientras lo estrujaba entre sus brazos a modo de cordial bienvenida.
                -Sssi… -Camus sentía que ese abrazo le había hecho perder todo el aire de sus pulmones. El taurino sí que había crecido. Siempre había sido el más grande pero con el paso de los años la diferencia se había hecho notable-. Yo también me alegro de verte –le dijo cuando su cuerpo se vio libre de la presión y pudo volver a respirar.
                Al apartarse Aldebarán se dio cuenta de que todas las miradas estaban fijas en él. Procurando permanecer tranquilo paseó sus pupilas por los rostros de los allí presentes. Sí, definitivamente había estado fuera demasiado tiempo. Shura había sido el único con quien se había topado desde su llegada, esa mañana, pero el de Capricornio no suponía una novedad para él; habían estado entrenando juntos no hacía mucho. Se sintió extraño. Era consciente del escrutinio al que estaba siendo sometido y no le gustaba sentirse el centro de tanta atención. Sabía de lo sucedido con Aioros y de la misteriosa desaparición de Saga pero, ellos no eran los únicos ausentes. ¿Mu? El de Aries no estaba presente en esa informal reunión y sabía que tenía muy buena relación con el anfitrión. ¿Sería buena idea preguntar? Shaka interrumpió el fluir de sus pensamientos. El de Virgo le dedicó una ligera reverencia que correspondió y luego repitió, como muestra de respeto, para el resto de sus compañeros. El brazo de Aldebarán sobre su hombro, instándolo a sentarse a la mesa puso fin a ese incómodo momento.
                Milo acercó unas sillas y los dos se apretujaron entre Shura y Afrodita mientras que Aioria ocupó un puesto junto a Shaka.
                -¡Panda de hienas! –exclamó un indignado León-. ¡Os los habéis comido todos! –la bandeja situada en el centro de la mesa sólo conservaba unas cuantas migajas de los tan alardeados dulces.
                Sus protestas fueron acalladas por un sonriente Aldebarán que regresaba de alguna otra estancia con una bandeja a rebosar de pasteles.
                -Tranquilo, fiera –lo calmó-. Hay suficientes para todos.
                 -¿Cómo dices que se llama esto? –preguntó Milo mientras daba el primer mordisco a una de esas apetecibles bolas de chocolate.
                -Brigadeiro* –respondió con orgullo el de Tauro.
                Mientras paladeaba uno de esos dulces, Camus tuvo que admitir que los famosos brigadeiros eran la cosa más deliciosa que había probado en su vida.
                Durante el tiempo que duraron los dulces compartieron anécdotas acerca de entrenamientos y misiones.
                -Por cierto, Camus… –DM  se dirigió al de Acuario con un tono de voz que, sin lugar a dudas, escondía alguna intención más allá de la simple curiosidad- … ¿sigues de una pieza?
                El rostro del francés compuso su más gesto serio para responder a su molesto compañero, esforzándose por no enrojecer al recordar el momento más vergonzoso de su corta existencia.
                -Sí. Muchas gracias por tu interés –dijo sin más. No le daría pie a que lo enredase en una conversación que de seguro no le traería nada bueno. En el fondo las cosas no habían cambiado tanto-. Muchas gracias, Aldebarán, por tu hospitalidad, pero creo que debo regresar ya. Ni siquiera he deshecho mi equipaje –explicó al tiempo que se levantaba-. Me he alegrado de veros a todos –la última palabra la pronunció en un tono algo más fuerte y con la mirada fija en el rostro del cuarto guardián.
                -Creo que todos deberíamos regresar –Shura apoyó la idea del de Acuario levantándose también.
                Las palabras del de Capricornio fueron algo así como una orden para los demás, quienes, de inmediato, se apuraron a abandonar sus sillas y tomar el camino hacia sus respectivas moradas. En la salida se despidieron de Aldebarán e iniciaron el penoso ascenso.
                Poco a poco, templo a templo, el grupo iba descendiendo en número. Cuando llegaron a Escorpio Milo se plantó delante de Camus.
                -Mañana, después del entrenamiento, en el claro del bosque –la expresión de extrañeza que le devolvió el rostro del acuariano le hizo darse cuenta de que debía explicarse mejor-. Quiero ver cuánto has mejorado. Si estos cinco años han valido la pena. Recuerdas que me lo debes, ¿verdad?
                Camus sonrió y asintió.
                -En cualquier caso…, estoy seguro de que te daré una paliza –afirmó con tono fanfarrón.
                -Por lo visto estás muy seguro de ti mismo, ¿no? –cuestionó Camus, ampliando la sonrisa en sus labios-. Quizás mañana a estas horas no estarás tan orgulloso –su tono era desafiante.
                -Lo veremos mañana –respondió sin rebajar ni un grado su seguridad.
                -Muy bien. Hasta mañana, entonces –se despidió.
                -Hasta mañana –contestó; y se quedó parado, viéndolo correr tras Shura y Afrodita quienes hacía ya un buen rato  que habían desaparecido de su vista.
                Camus dio alcance a los dos mayores y en silenciosa compañía llegaron a Capricornio donde se despidieron de su guardián. En Acuario deseó buenas noches al guardián de Piscis y se dirigió a su habitación. Sobre la cama lo esperaba una enorme maleta. Allí la había dejado esa misma mañana mientras daba vueltas y vueltas en busca del modo más adecuado para presentarse ante su compañero de tres templos más abajo. No importó cuanto lo hubiese pensado, al final ese encuentro había sido tan extraño como el de la primera vez que se habían encontrado. Miraba la maleta con intensidad; como esperando alguna reacción por parte del inanimado objeto. Por más que la miró no apreció ninguna reacción. Frunció el entrecejo. No se sentía ahora con ánimos para ponerse a ordenar, así que la agarró por el asa y la dejó en una esquina. Se tumbó sobre la cama mirando al techo. ¿Y ahora qué? Ya estaba de vuelta. Ocuparía el puesto que le correspondía como portador de la armadura de Acuario. Eso lo tenía claro. Pero…, ¿había algo más que eso para él? Puede que debiese avergonzarse por sus pensamientos; pero el servicio a una diosa que jamás había visto no era la razón por la que había regresado. Hubiese sido feliz en Siberia. El inhóspito lugar había calado hondo en él; pero no tanto como su principal motivo para estar ahí ahora.
                En Escorpio, Milo daba vueltas en su cuarto. Había vuelto. Estaría ahí a diario. Eso era algo que había estado esperando durante mucho tiempo. ¿Qué significaba eso? Sonrió. Tenía la sensación de que se había pasado toda la vida esperándolo. De hecho sí. La mayor parte de su vida, al menos. ¿Durante ese tiempo Camus también habría pensado en él? ¿Debería preguntárselo? Sentía una fuerte curiosidad pero no sabía si sería lo correcto. ¿Qué sentía Camus por él? ¿Qué sentía él por Camus? A lo largo de todos esos años había sido su pequeña obsesión. ¿Cómo serían las cosas ahora que se verían todos los días? A pesar del tiempo y la distancia estaba seguro de que eran importantes el uno para el otro; de que compartían un sentimiento común. ¿Amistad?

Continuará…


*Aclaraciones
-Brigadeiro: popular postre brasileño. Es una especia de bola de chocolate, parecida a las trufas de chocolate, hecha con chocolate, manteca y leche condensada.
               



 Más o menos así imagino que deben ser ahora

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