Llevaba tiempo dándole vueltas a esta historia y, gracias a un evento del grupo "Acuario & Escorpio" en Facebook, para Halloween, encontré la excusa perfecta para ponerme a escribirla...
Alma
Será un pequeño multichapter de tres o cuatro capítulos, según mis cuentas actuales, en donde las vidas de los Acuario y Escorpio de dos épocas distintas se verán mezcladas con el alma de una bruja condenada que espera la llegada de alguien que no regresó.
Mi segundo multichapter y mi segundo intento con Dégel y Kardia... Los adoro, también, pero son dos personajes con los que no acabo de sentirme cómoda. He leído mucho sobre ellos y me encanta lo que algunas autoras hacen con la pareja; sin embargo, yo no estoy segura de haber logrado pillarles el punto... En fin, espero que no me queden demasiado raros.
La vida de la bruja de este fic está basada en la de Selene, la protagonsta de "Aunque seamos malditas", de Eugenia Rico. Su historia le pertenece a ella, no a mí. Yo sólo la he tomado prestada, acomodándola lo necesario para que encaje con lo que yo tenía en mente para este relato.
Aquí, el primer capítulo. Corto e introductorio.
La primera parte, en cursiva, cuenta la historia de Sélène y la estrofa en negrita es un encantamiento que aparecerá más veces y que será el causante de que pasado y presente se encuentren.
Alma
Había visto morir a otras en la
hoguera y sabía lo que le esperaba. Mientras la carreta traqueteaba por
el camino al paso lento de los caballos que tiraban de la misma, recordaba su
vida.
Recordó la primera
vez que vio la carreta de la bruja. Entonces estaba muy lejos de saber que también terminaría entre
las llamas. Aquel día había llorado por la bruja todas las lágrimas que no
lloraron sus enemigos, todas las lágrimas que no lloraron sus amigos… Aquel día, aunque aún no lo sabía, también
lloró por ella; por la bruja que llegaría a ser. Por la bruja que era.
Esa noche lo
harían; la quemaría viva.
Avanzaba entre los
insultos de la gente; de personas a las que conocía, a las que había curado…
Ahora eran un solo rostro confuso, un único grito acusador, pero ya no le
importaba. En la oscuridad de la celda habían quedado sus peores recuerdos: el
abandono de su madre, la violación del cazador de brujas, la envidia del médico
traidor, la larga prisión, la tortura, la espera y el miedo… Todo ello había
quedado enterrado para siempre en el suelo de tierra de aquel calabozo. Levantó los ojos y miró a la Luna; a ella
enviaría sus mejores recuerdos: lo que sintió al aprender a curar, al encontrar
al perro negro, al tener entre sus brazos a los niños que ayudaba a venir al
mundo… Lo que sintió al amarlo a él… Y, entonces, la luz blanca descendió sobre
ella, como un manto, para protegerla. Estaba débil y cansada, pero se sintió
mejor. Y lo supo; estaba condenada, pero no vencida.
Las llamas
florecieron como los campos en primavera y se la tragaron con un rugido de león
hambriento. Subieron por sus tobillos y envolvieron su cuerpo delgado, pero su
cara estaba serena. La multitud esperaba escuchar sus gritos, sin embargo, ella
no parecía sentir dolor alguno. Cuando el fuego se apoderó de sus cabellos
abrió la boca, pero no dejó escapar un grito:
«He muerto y he resucitado.
Has muerto y has resucitado.
Sabes que las palabras son poderosas. Sabes
que las palabras son mágicas.
No lo olvides.
Has muerto y has resucitado.»
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Llegaron
al pueblo una noche de tormenta, cuando la campana de la iglesia anunciaba las
vísperas. Avanzaban bajo el aguacero por la solitaria vía principal, expuestos
a la ira del cielo. Detrás de los cristales, decenas de ojos observaban sus
figuras iluminadas por un aquelarre de rayos.
–¡Qué
pueblo tan encantador…! –Kardia miraba de reojo hacia las casuchas irregulares
que se recortaban contra el cielo sombrío. A su paso, las miradas indiscretas
desaparecían detrás de las cortinas raídas.
–Es
un lugar apartado; no acostumbran a tener muchas visitas –explicó Dégel–.
Cualquier extranjero llama la atención –alargó el brazo y señaló una vivienda
destartalada al final de la calle–. Ya casi llegamos.
La
casa había estado cerrada durante muchísimos años y todos en el pueblo creían
que estaba embrujada. Era la casa de la bruja.
Dégel
de Acuario paseó sus ojos vidriosos en una oscuridad salpicada de relámpagos.
Permaneció un momento contemplando el movimiento de aquel ballet luminoso hasta
que una mano en su espalda lo empujó al interior.
–Ya
me he bañado suficiente por hoy –Kardia se sacudió y agitó la cabeza,
trasladando el aguacero al interior de la estancia.
–Kardia…
–refunfuñó. Dégel colocó ambas manos ante su cara, a modo de escudo,
protegiéndose de las gotas que, provenientes de la melena y la ropa del escorpiano,
lo golpeaban con más fuerza de lo que lo hiciera el agua de la tormenta.
–Mis
disculpas, señor –se acercó al francés en un único y ágil movimiento y besó
fugazmente sus labios-. Esto apesta –apartándose un par de pasos, miró a su
alrededor y mostró su desagrado arrugando la nariz–. ¿Me explicas de nuevo qué
hemos venido a hacer al culo del mundo?
–¿Qué
esperabas? Este lugar ha estado abandonado desde hace mucho. Huele a humedad–.
Siguió el camino que la mirada de Kardia acababa de trazar–. Hay mucha
porquería y mucha soledad acumulada entre estas cuatro paredes –susurró.
Bañados
por la luz blanca de los relámpagos, los míseros objetos que adornaban el
escaso mobiliario parecían envueltos por un halo de misterio y belleza
decadente del que, seguro, la reveladora luz del día los despojaría. La mirada
de Dégel se detuvo en la chimenea; las cenizas de la última lumbre revoloteaban
mecidas por una invisible corriente de aire, alfombrando el suelo de madera con
su sucio color gris.
–Necesitamos
una luz –concluyó finalmente.
–Creo
que hay una lámpara allí –según lo decía y serpenteando entre los objetos
desperdigados por el suelo, Kardia llegó hasta una mesa de la que tomó un
pequeño farol–. ¿Contento? –sosteniéndolo en alto, se lo mostró al aguador.
La
sonrisa orgullosa del escorpiano lo hizo sonreír también.
–Mucho.
–¿Crees
que servirá? –Kardia miró con duda la vieja lamparita.
–Tendrá
que servir –Dégel la tomó de sus manos y pasó lo siguientes minutos tratando de
encenderla.
Cuando
la llama prendió, la luz inundó la estancia. El lugar presentaba un aspecto
desolador. Las desgarradas cortinas, de indefinido color, parecían unas
monstruosas telarañas, las maderas habían sido devoradas por la humedad, la
colcha roída por los ratones dejaba al descubierto un colchón de paja cuyo
contenido se esparcía por el suelo y los pobres muebles estaban cubiertos por
una gruesa capa de polvo.
–En
serio, Dégel. ¿Por qué nos han enviado aquí?
–Podría
ser peor…
–¿Peor?
¿Tú crees? Acabo de ver a una rata desaparecer entre esas dos piedras –dio un
paso en la dirección en la que se perdiera el roedor; una grieta en el muro–.
¡Mierda! –una de las tablas de madera del suelo, podrida por el agua procedente
de las goteras, se rompió bajo su talón.
Dégel
bajó la cabeza, ocultando una sonrisa.
–Tendrás
que compensarme por esto –exigió Kardia.
–¿Yo?
–cuestionó con sorpresa–. Esto no ha sido idea mía.
–Ya.
Pero si estamos aquí es por ti, señor francés.
Eso
no podía discutírselo. El Patriarca lo había escogido precisamente a él porque
esa misión los llevaría a tierras francesas.
–Ayúdame,
anda –se agachó y comenzó a recoger trastos del suelo.
–¿Ahora
somos doncellas? –bufó Kardia.
–Pasaremos
aquí unos días así que será mejor que…
–¿Que
qué? –Kardia se acercó a Dégel. El acuariano se había ensimismado con algo que
acababa de encontrar–. ¿Un libro? ¿En serio? –resopló al ver qué era lo que
había hecho que interrumpiera su frase –. ¿No te han dicho nunca que no se
recogen las cosas del suelo?
–Alguna
vez te he recogido del suelo a ti –retó a la mirada molesta del griego.
–Y
alguna que otra has acabado en el suelo conmigo –replicó, provocador.
–Eres
imposible… –negó repetidas veces, esbozando una sonrisa suave y, poniéndose en
pie, le mostró el libro al escorpiano–. Creo que es un diario –explicó–. Debió
de pertenecerle a ella.
–¿A
Ella? ¿A qué ella? –estaba empezando a estar más que harto de no saber nada
acerca de esa estúpida misión.
–A
Sélène. Ella debió escribirlo –dijo, quedo–. He muerto y he resucitado. Has
muerto y has resucitado. Sabes que las palabras son poderosas. Sabes que las
palabras son mágicas. No lo olvides. Has muerto y has resucitado –leyó.
CONTINUARÁ…
Nota: llevo una temporada teniendo problemas para mantener el formato; no sé por qué me deja pedazos del texto con fondo blanco... Siento la presentación, intentaré arreglarlo, pero admito que no tengo idea de cómo porque no sé a qué se debe u.u
No te preocupes por eso, sigues siendo buena en los fics
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