En cualquier caso, mi única y real pretensión con este blog (que no sé si blog puede llamarse) es recopilar en un mismo lugar todas mis historias; aunque creo que no es este el mejor formato para hacerlo, pero bueno, si a alguien le puede servir para entretenerse un rato yo ya me doy por contenta.
Últimamente el trabajo ha sido una pesadilla, pero por fortuna, ahora dispongo de dos semanas de libertad y veré si logro poner en orden las ideas que he ido acumulando en los últimos meses y que no han querido salir.
Mientras, aquí dejo otro momentito del par... Un drabblecito tontorrón ♥♥
La espera
-… que eso sería lo más… -de
repente tuvo la sensación de estar hablando solo. ¿Milo? –giró la cabeza
buscando al que debía estar a su lado y lo vio parado unos pocos pasos por
detrás-. Gracias por dejarme hablando solo como un tarado –le reprochó.
-Ya
te dije que me quedaba aquí –se defendió-. Pero, por lo visto, sólo te escuchas
a ti mismo.
Decidió
ignorar el sarcástico comentario y centrarse en la primera parte de la
explicación.
-¿Cómo
que te quedas aquí? –cuestionó con sorna-. Te recuerdo que tu Templo, ese que
debes guardar, está un poco más abajo.
-Pues
muchas gracias por recordármelo –su voz denotaba fastidio. No quería explicarle
al otro sus motivos, sobre todo, porque los conocía bien-. Sé perfectamente cuál
es mi deber y mi Templo –se defendió-. Y creo que el tuyo ya debe estar
echándote de menos.
Aioria
se carcajeó. Qué poco era necesario para hacerlo saltar.
-Sólo
me preocupo por ti –explicó. Tendrías que dar muchas explicaciones si nos
atacasen y no estuvieses en tu puesto –argumentó.
-¿Es
que acaso crees que las fuerzas del mal escogerán precisamente el día de hoy
para asaltarnos? –preguntó molesto. En cualquier caso, confío en que el gran
Aioria de Leo será capaz de hacer frente al enemigo hasta que yo llegue para
salvar su dorado trasero –fanfarroneó.
-Descuida;
haré lo imposible para no estropearte la velada –prometió dando media vuelta y
retomando el camino en dirección a la Casa del León.
En
cuanto se quedó solo, Milo se adentró en el interior del Templo de Acuario,
hacia las dependencias privadas del mismo. Al llegar al dormitorio se dejó caer
sobre la cama. Estiró los brazos por encima de la cabeza y aspiró
profundamente. Pfff. Necesitaba una ducha. Había salido a correr con Aioria y
lo que se suponía que iba a ser un ligero ejercicio se había convertido en una
reñida competición por demostrar quién era el más rápido. Se levantó con
decisión y se encaminó al cuarto de baño.
El
sol ya se había puesto cuando regresó a la habitación envuelto en una pequeña
toalla y con el cabello húmedo refrescándole la espalda.
Se
tumbó sobre el colchón y miró el reloj sobre la mesilla. ¿Cuánto tardaría aún?
Las ansias y el deseo aumentaban con los segundos. Cerró los ojos e imaginó que
ya estaba a su lado, que sus labios se juntaban y se entregaban a la pasión. Su
mano derecha, que reposaba sobre su pecho descubierto, se animó a recorrer su
cuerpo semidesnudo; acariciándose; repasando el contorno de su torneada
musculatura. Sintió el cosquilleo de la excitación recorriéndolo desde la
cabeza a los pies y dejó escapar, poco a poco, el aire que había en sus
pulmones.
Abrió
los ojos; pero la luz que entraba por la ventana le obligó a cerrarlos de
nuevo. ¿Cómo es que ahora había más luz? Parpadeó un par de veces mientras
intentaba recuperar la consciencia. Sentía un peso sobre su cuerpo y un cálido
aliento cosquilleándole en la nuca. Se había dormido. Y él. Él. ¿Por qué no lo
había despertado? Se dio media vuelta sin soltarse del abrazo del francés y lo
contempló por un momento. Dormía. Eso suponía una gran novedad. Por primera vez
había despertado primero. Le acarició el cabello y tomó entre sus dedos un
pequeño mechón para pasárselo por la cara a modo de improvisada hierbecilla. Le
divirtió verlo arrugar la nariz y fruncir el entrecejo.
-Eres
idiota…
-¡¿Qué
yo soy idiota?! –preguntó en tono ofendido, pero sin borrar la sonrisa de su
cara. ¿Quién es el idiota? ¿Por qué no me despertaste anoche? Dime, idiota
–exigió del mismo modo.
-Es
que parecías dormir tan plácidamente que me dio lástima despertarte –se
excusó-. Además –explicó- me gusta verte dormir. Cada cuatro o cinco
respiraciones haces un ruidito que…
-¡¿Estás
diciendo que ronco?! –su voz, ahora, sonaba entre sorprendida y ofendida.
Camus
no pudo reprimir una sonora carcajada.
-¡No
he venido aquí a que me insulten! –dijo, muy ofendido, mientras retomaba su
posición original de espaldas al galo.
-Vale…
Lo siento… -se disculpó entre risas-. Y que conste que yo no he dicho que
roncases-. Apartó el pelo que cubría la cara del, aparentemente, ofendido
escorpión y besó su mejilla-. Y… ¿a qué
habías venido entonces? –preguntó con voz suave, con los labios sobre su oído.
-En
busca de una noche de sexo desenfrenado –respondió, muy sincero.
-Mmm…
Me temo que ya es tarde para eso –dijo mirando al exterior a través de las
entreabiertas cortinas de la ventana.
-Pues
algo tendrás que hacer para compensarme –advirtió- porque… -se calló cuando
sintió unos dulces mimos sobre su piel.
Unos
dedos suaves descendían por la parte trasera de sus muslos, siguiendo por las
pantorrillas hasta los tobillos; para luego entretenerse acariciándole las
plantas de los pies y besuquearle los dedos, uno por uno. Mientras sentía esas
manos desandar el sendero antes trazado disfrutó del tacto de unos labios
paseándose por el centro de su espalda y trepando hasta su nuca para besarla
con amor. A esas alturas ya lo había perdonado así que se dio la vuelta para
que sus bocas se juntasen en un apasionado primer beso.
Sus
cuerpos pegados les transmitían la mutua necesidad de sentirse, como si los
infinitos poros de sus pieles fuesen ventosas que no les permitiesen separarse.
Sus manos se reconocían palmo a palmo y en esas caricias se perdieron,
entregados a una placentera y deliciosa conjunción que los acerca, cada vez, a
lo que se imaginan debe ser la gloria.
Uno de mis intentos de dibujo
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