Entre mis brazos
Me levanté de un salto. No sabía
que fueses a venir. Faltaban meses para tu próxima visita pero estaba seguro de
que lo que sentía era tu Cosmos, acercándose. Lo percibía débilmente, sin
fuerza, pero no lo pensé más y corrí hacia la entrada del Templo, tan sólo
deseando verte cruzar el umbral de mi puerta y tenerte entre mis brazos.
Estaba
a punto de dar gracias a los dioses pero entonces te vi…. Tus ojos llorosos, tu
aspecto abatido, tu lánguida figura envuelta de luz de luna…
Camus…
susurré. Tú avanzaste hacia mí y hundiste la cara en mi pecho.
Cuando
pude tragar el nudo que se me había formado en la garganta te pregunté qué
había pasado. Me miraste. Tus preciosos ojos parecían los de un niño dolido.
Isaak ha muerto, dijiste.
Yo
sólo pude mirarte, sin saber qué decir. Entre palabras entrecortadas me
contaste lo sucedido. Se me rompía el alma viendo tu mirada perdida y las
lágrimas que se escapaban, furtivas, de tus ojos para, rodando por tus
mejillas, ir a acumularse en las comisuras de tus labios y en la punta de tu perfilada
nariz. Mis manos se empeñaban en limpiarlas, una tras otra, pero era una
batalla perdida. Luego, lo inevitable. El dolor te venció y la voz se te ahogó
en la garganta. Agachaste la cabeza y pude notar todo tu cuerpo estremecerse
por el llanto. Aquello fue demasiado para mí. Era la primera vez que te veía
así y no podía soportarlo. Tampoco sabía qué hacer. Me dolía verte tan abatido.
Te abracé más fuerte y esperé a que el llanto aliviara tu sufrimiento. Apoyaste
la cabeza sobre mi hombro mientras tratabas de sofocar los sollozos que te
sacudían entero.
Esos
críos… Sé bien el cariño que les tienes…
Cuando
al fin te calmaste, sujeté con mi dedo índice tu barbilla para hacer que me
miraras a los ojos. Acaricié tu rostro con dulzura y en tus mejillas probé el
sabor salado de tus lágrimas. Me dejé llevar por el corazón. Besé tiernamente
tu frente y te atraje hacia mí, queriendo reconfortar tu alma.
Aquí
te tengo aún, dormido sobre mi pecho. Continúo velando tu sueño mientras acaricio
tu cabello y pienso qué pasara mañana, cuando despiertes; aunque, en realidad,
lo único que me importa es saber que te tengo conmigo, al abrigo de mis brazos,
donde nada malo podría pasarte si, por fin, decidieras quedarte.
FIN
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