Una idea de sábado por la mañana; un párrafo de otro fic de la pareja me inspiró el amanecer, lo demás llegó solo no sé ni cómo :P.
Leçon 1. Les nombres
Las primeras luces del día se
colaban en la estancia, jugando a iluminar cada rincón. Un tenue rayo de sol
luchaba por abrirse paso entre sus pestañas y sus ojos se abrieron,
repentinamente, como si el sueño lo hubiese abandonado de golpe.
Fuera
amanecía.
Sus
desveladas pupilas se despegaron del techo y danzaron por la habitación hasta
topar con el dueño de ese brazo que lo rodeaba con ternura. Estiró sus aún
adormecidos músculos y un atrevido airecillo le acarició la piel. Se incorporó
sobre la cama y reparó en el revoltijo que eran las sábanas y en lo poco
que hacían para cubrir sus cuerpos
desnudos.
Contempló
al que yacía a su lado. Parecía plácidamente dormido y, despacio, con sigilo,
se inclinó sobre su cuerpo. Pudo percibir su respiración, su cálido aliento y
el olor de sus cabellos que, desparramados sobre la almohada se empeñaban en
ocultarle su hermoso semblante. Acercó los labios y besó su cuello, sin tregua,
hasta que sintió cómo se encogía y se le entrecortaba la respiración.
-Bonjour, paresseux * –susurró junto a su
oído.
Una
leve protesta salió de sus sonrientes labios. A Milo siempre le llevaba un buen
tiempo sacudirse la pereza y no entendía cómo Camus era capaz de abrir los ojos
y estar ya listo para enfrentarse a lo que fuese. Había adquirido esa costumbre
desde sus primeros tiempos en Siberia. Si por ganas fuera jamás hubiese salido
de la cama. Como ahora. Cuánto le gustaría dejarse vencer por la lujuria y
permitir a sus manos recorrer esa deliciosa figura hasta oír sus gemidos
inundando la estancia. Pero tenía un deber que cumplir.
Al
menos se permitiría una despedida en condiciones.
-Milo
–llamó.
-Mmm
–rezongó el aludido, haciendo sonreír a su acompañante.
-Tengo
que irme –le informó, acercándose nuevamente a su oído.
Ninguna
respuesta.
-De
acuerdo. Contaré hasta cinco y me iré. Después no me protestes por haberme ido
sin despedirme –amenazó, sin mucha autoridad.
Milo
sonrió contra la almohada. Precisamente eso era lo que había estado esperando.
Camus
dejó un beso en su cintura, consiguiendo que se le erizase la piel, y contó.
-Un…
Otro
sobre su espalda.
-
Deux…
Un
tercero en su hombro.
-Trois…
Uno
más sobre su cuello.
-Quatre…
Había
empezado con ese jueguecito días atrás. Al llegar a cinco le daba un casto beso en la mejilla y se
despedía con un “te veo luego. Te quiero”. Milo pensó que hoy era un buen día
para cambiar las reglas. En un rápido y súbito movimiento se giro y atrapó los
labios del francés para besarlo larga y amorosamente.
-Cinq –susurró Milo sobre el rostro de
Camus cuando dio por terminado ese inesperado beso.
-Entonces…,
¿me escuchabas? –preguntó, mientras se veía reflejado en los perezosos ojos de
su compañero.
-Siempre
–aclaró-. ¿Acaso lo dudabas?
Camus
simplemente sonrió.
-Hombre
de poca fe… -murmuró, al tiempo que meneaba la cabeza. Sin esperar más
respuesta, sus labios buscaron el cuello del francés para retomar la diversión
donde la habían dejado. Ahora era su turno de juego. Deslizó, dulcemente, la
punta de la lengua por esa cálida piel hasta que lo sintió estremecerse.
-¿Cómo
sigue? –preguntó en un susurro.
-Six… –suspiró.
Entre
caricias y besos, de esos que mojan la piel, Milo inició el descenso hasta su
pecho.
-¿Qué
más? –insistió.
-Sept… -continuó con su particular conteo.
Un
beso más sobre el esternón.
-Huit…
Otro
en el ombligo.
-Neuf…
¡Milo!
-¿Pero
quién…? –el escorpión levantó la cabeza y miró a un descolocado Camus que sólo
atinó a encogerse de hombros.
¡Milo!
Otra
vez. Desde la entrada de su Templo alguien lo estaba llamando a gritos.
-¡¿Qué
demonios?! –bufó molesto.
-Será
mejor qué vayas a ver –apremió un azorado francés-. Antes de que medio
Santuario acuda a ver qué pasa.
Un
frustrado y airado Milo abandonó la cama llevándose consigo las sábanas, que
enrolló sobre su cuerpo a modo de improvisada túnica.
Camus
lo siguió con la mirada hasta que su figura se perdió entre las sombras. Soltó
aire y suspiró.
-Dix…
Al
rato Milo volvió, murmurando improperios, y lo encontró terminando de vestirse.
-¿Te
vas? –preguntó desilusionado.
Camus
asintió.
-Ya
debería estar en mi puesto. Y tú también…, Julio César –agregó con una
sonrisa-. ¿Quién era?
-Death
Mask –contestó-. Al no encontrarte en la Casa de Acuario supuso que estarías
aquí y le apeteció pasarse a fastidiar.
-Muy
en su estilo –corroboró Camus. El de Cáncer disfrutaba importunando a los
demás. Llevaba haciéndolo toda la vida y
no era de esperar que cambiase ahora.
Milo se acercó y comenzó a acariciarle el
estómago por encima del polo que vestía.
-¿En
serio te vas? –insistió, sonriéndole y mirándole a los ojos. Antes de que el
otro pudiera contestar le agarró la nuca con las manos y apresó sus labios en
un beso demandante.
Fue
un beso lento, apasionado, cargado de lujuria. Clara muestra del latente deseo
de sus cuerpos. Se
separaron por un momento, para mirarse con ternura y volver a besarse, una y
otra vez, con ansia. Besos que fueron anticipo de lo que sería la noche que
vendría.
Camus
se separó de los ardientes labios del escorpión antes de que el deseo lo derrotase.
-La
próxima vez empezaremos directamente en el diez –le propuso en un susurro.
Milo
aceptó con una sonrisa y tras sentir como el pulgar del galo acariciaba sus
húmedos labios se quedó quieto, en medio del cuarto, mirando cómo se alejaba.
Viéndolo caminar como si lo moviera el aire. Preguntándose hasta que número
serían capaces de llegar la próxima vez.
FIN
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