Por el momento, dejo otra pequeña historia, compañera de la anterior que publiqué; nacida también para el mismo evento del Club de Camus y Milo, PoisonIce, en el antiguo foro Saint Seiya Yaoi.
Esta mini historia es mi forma de interpretar la imagen que adjunto al final y que otra de las integrantes del grupo hizo para el mencionado evento.
Pankrátion
Ambos rodaron por la arena y
Camus quedó debajo, tragándose un aullido de dolor. Milo sujetaba su brazo a la
espalda y, sirviéndose de su mayor envergadura física, lo mantenía inmóvil en
el suelo. Entre el dolor y la rabia trataba de calmarse y buscar una forma
inteligente de zafarse del agarre de su contendiente. Extendió la pierna en busca
del tobillo de Milo quien, tras el golpe, perdió las fuerzas que lo mantenían
sobre él. Camus se revolvió entre los brazos que aún lo aprisionaban y
aprovechando el desconcierto de su compañero se incorporó sobre él tumbándolo
de espaladas sobre la arena aún caliente de la Palestra.
Como
desde el día de su llegada a Olimpia, hacía ya casi un mes, la noche los había
alcanzado entrenando aún. Hacía ya un buen rato que el sol había desaparecido
tras la cima del monte Cronio. Los dos habían llegado desde Corinto. Compartían
maestro, disciplina y algo más que una profunda amistad. En la lucha todo valía
pero entre ellos había límites que ninguno se atrevía a rebasar.
Una
brisa, suave y cálida, revolvió sus cabellos y refrescó sus cuerpos ardientes y
sudorosos. La calma parecía haberse impuesto entre los dos. Se sostuvieron la
mirada mientras sus dedos dibujaban con parsimonia cada músculo, vena y tendón,
perfectamente tallados a base de ejercicio.
Sus
bocas sedientas se juntaron en un beso conciliador. Al separarse, Camus apartó
de la cara de Milo unos cuentos mechones de cabello húmedo. En ese momento los
dos fueron conscientes del roce entre sus manifiestas erecciones. Sólo tuvieron
que mirarse para comprenderse.
Tan
sólo lubricados por su sudor y su deseo Camus se alzó sobre sus rodillas y se
dejó caer sobre el sexo enhiesto de Milo. Apretaron los dientes. Dolía, pero
nada comparado con el dolor de los golpes recibidos en la lucha. Esperó y
cuando los dos se sintieron preparados comenzó a moverse. Primero despacio,
reconociendo cada centímetro del pedazo de carne en su interior, y más rápido
después, cuando la necesidad del placer comenzó a consumirlos a ambos.
Milo
parecía adormilado; con los ojos entreabiertos se mordía el labio inferior
mientras gruesas gotas de sudor resbalaban por su rostro.
Camus
subía y se dejaba caer una vez y otra vez más sobre el vientre de su contrincante;
sintiendo como se llenaban sus entrañas cada vez que el miembro en su interior
llegaba hasta el fondo. Jadeó cuando la mano de su compañero se cerró sobre su
sexo. Entre la cadencia de sus caderas y el ritmo de la mano de Milo enseguida
se derramó sobre el pecho de su amante. No podía parar aún. Le debía a Milo
terminar lo que habían comenzado. Continuó moviéndose. Subiendo y bajando.
Levantándose despacio y bajando hasta no poder más. El calor llenó su cuerpo y
sonrió al ver a Milo retorciéndose de placer en el suelo mientras gemía y se
vaciaba dentro de él. Camus se dejó caer hacia delante, sobre él, y lo besó de
nuevo en los labios.
Al
final de los Juegos sólo uno conocería la gloria reservada al vencedor pero, en
ese momento, la disfrutaban los dos.
FIN
A la autora la podéis encontrar aquí
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