Como todas mis historias no es más que un pequeño momento íntimo de la relación de los dos; lo único peculiar es que esta vez no especifiqué claramente quién es quién. La "problemática" seme-uke, con respecto a la pareja se me dio en varias ocasiones; personalmente me da igual, no tengo problemas con los roles sexuales; yo prefiero intercambiarlos, pero me da igual siempre que un papel u otro no implique convertir a uno en una damisela indefensa y al otro en un quasi-violador... En fin... Con este ficsito no pretendía nada más que dejar claro lo poco que, a mi entender, importa la posición que ocupen...
Libertad total para imaginar =)
Bienvenido
Subía deprisa por las escaleras.
Dejó atrás su propio templo. No había nada que le interesase allí. Prefirió
cargar con la caja de su armadura hasta la onceava casa. No quería pasar ni un
minuto más lejos de él. Una ridícula misión en una isla del Índico lo había
entretenido más tiempo del necesario. Todo por culpa de ese imbécil de Death
Mask ¿Quién demonios lo había nombrado Caballero? Decidió alejar ese
pensamiento de su mente. Quizás, en otro momento, lo comentaría con Camus.
Siempre le gustaba escuchar lo que el francés pudiera opinar; aunque, sobre
este asunto, tenía una ligera idea de lo que diría.
Hacía
calor. Era otro bochornoso día de verano.
Atravesó
Capricornio a la carrera. Saludó a su guardián, sin detenerse, y el español le
devolvió una sonrisa divertida.
Ingresó
en el Templo de Acuario. La temperatura era fresca allí, y mitigó el calor de
su cuerpo, acrecentado por sus ansias y por sus prisas. El silencio reinaba en
la casa circular. Llegó a los aposentos de Camus. Lo observó por unos instantes.
Se
había quedado dormido sobre la cama con un libro en las manos. En su rostro
pudo leer una expresión tranquila y confiada. Milo se sentó a su lado y le apartó
unos mechones de pelo de la cara. Camus abrió los ojos, lentamente, y sonrió.
El Escorpión le devolvió el gesto; esperando, anhelante, lo que adivinó que
sucedería.
El
de Acuario le tomó la cara con las manos y cubrió con sus labios, cálidos y
húmedos, los de Milo. Después de ese beso se abrazaron y se quedaron inmóviles,
como si no supieran como seguir.
Por
la ventana, entreabierta, entró una suave brisa que refrescó, por un instante,
la estancia; y sus pieles, calientes, reaccionaron a esa agradable sensación.
Rodaron
por el colchón, abrazados, regalándose besos y caricias, exhalando agitados
sobre sus rostros, deshaciéndose de las ropas que vestían. Ese incesante
toqueteo sobre sus cuerpos hizo que su excitación creciera hasta hacerles
perder la cabeza.
Sus
bocas ardían de sed, así que las fundieron, sorbiendo sus lenguas y buscando en
sus encías, mojadas de saliva, cómo saciar esa necesidad. Mientras, las
diligentes manos, repasaban sus cuerpos; queriendo recordarse que se
pertenecen, completamente. Que cada
milímetro de sus pieles es tan suyo como del otro.
Se
miraron por unos momentos, escrutándose en silencio, conversando sin palabras,
respondiendo a la muda pregunta que ya no admitía más demora. Se habían
extrañado demasiado.
Unidos
en un abrazo fuerte de brazos y piernas, rodaron, de nuevo, por la mullida
cama, en busca de una confortable posición para dar comienzo a su rito de
pasión.
El
peso de un cuerpo, desnudo y sudoroso, deslizándose, lentamente, por otro en
las mismas condiciones. Uno bronceado y terrenal; otro marmóreo y divino. Deslumbrantes por el
contraste. Espléndidos. Infinitamente deseables. Dos cuerpos que ya se
encontraban inflamados de deseo; dispuestos para la confrontación.
Sus
manos recorrían, con minuciosidad, esa sublime composición masculina. Sus
labios lo besaban en la boca, en la cara; paseándose, lentos, por su cuello,
apresando el lóbulo de su oreja; dando comienzo a un parsimonioso descenso. Esa
boca ávida se detuvo en los endurecidos pezones para saborearlos largamente.
Poco a poco, trazó un camino de besos hacia el vientre, deteniéndose un poco
más en el ombligo, que su lengua delineó
con precisión cartográfica, para luego seguir bajando más; hasta terminar entre
sus piernas, que lo recibieron, gozosamente separadas, a la espera del tacto
delicioso de esa boca que siempre le proporcionaba un goce divino.
Arrodillado,
lamió la piel sedosa de sus muslos y aspiró el penetrante olor de su cuerpo,
mezcla del sudor y de las ansias de entrega. Sus dedos acariciaron las
proximidades del palpitante sexo que se mostraba erguido, entre las piernas, deseoso
de sus golosos labios. Su mano lo acogió, acariciando y apretando, suavemente;
elevándose y descendiendo, repitiéndolo varias veces; produciéndole un
extraordinario placer. Renunciando a la inigualable imagen de ese hermoso
rostro que reflejaba el placer que sentía, fue agachando la cabeza, poco a
poco, y su boca recibió el erecto y
vibrante miembro. Comenzó a chupar, besar, acariciar; con mínimos movimientos.
Se conformaba con escucharlo gemir y suspirar.
Al
mismo tiempo, el muchacho bajo él acariciaba su espalda. Con las yemas de sus
dedos dibujó pequeños círculos sobre la piel de su nuca, debajo del pelo. Mientras
su cuerpo temblaba de gozo, cerró los ojos y se dejó envolver por la ilusión de
que se encontraba en el paraíso. Esa boca deliciosa lo estaba haciendo
disfrutar como loco, provocándole intensas sensaciones que le arrancaban gritos
de placer. Le clavó las uñas en la espalda cuando su cuerpo se combó presa de
las convulsiones que pusieron fin a su delirio. Soltó un último gemido y su
cuerpo se desplomó sobre la cama. Las piernas le temblaban de placer. Abrió los
ojos y sus azules se encontraron. Se miraron con una tierna y satisfecha
sonrisa. Había sido placentero, para los dos.
Tiró
de sus brazos para hacerlo caer sobre su pecho. El terciopelo de sus pieles en
contacto provocó que corrientes eléctricas recorriesen sus anatomías. Iniciaron
una nueva tanda de abrazos y besos. Sus manos se recorrían y sus bocas se buscaban
locamente. El rozamiento de sus cuerpos pegados prendió fuego en su interior.
Una llama que sólo se apagaría cuando alcanzasen el sublime éxtasis que sólo
pueden obtener dos cuerpos que se gustan y se desean tanto como los de ellos, entonces,
ahora y siempre.
Sus
piernas se trabaron en una confusión de caricias y sus bocas se fundieron en un
ardoroso beso. Se separó un poco del muchacho que abrazaba y deslizó sus manos
por sus costados, colándose por debajo de su espalda. El cuerpo sobre la cama
se separó del colchón para facilitarle la labor y sus dedos serpentearon entre
sus nalgas, acariciando suavemente, adentrándose poco a poco. Acariciaba su
interior y a cambio recibía suspiros y gemidos.
Abrazó
con sus piernas la cintura del que buscaba ser uno con él y soltó aire mientras
sentía como se introducía, lentamente, en sus entrañas y, por un momento, el
tiempo se detuvo y el mundo se redujo al interior de esa habitación. El
silencio se instaló, de nuevo, en el undécimo templo, tan sólo roto por el casi
imperceptible murmullo que se atoraba en sus gargantas.
Ambos
soltaron un suspiro, como de alivio, cuando completaron su unión. Sus cuerpos
se conocían y ya habían aprendido cuál era el ritmo más placentero para los
dos; de modo que iniciaron el delicioso movimiento de caderas que, en pocos
minutos, los pondría al borde de la locura.
Sus
sentidos estaban llenos de la presencia del otro. Del olor que emanaba de sus
juveniles cuerpos; de sus gemidos, que inundaban la habitación; del tacto y el
sabor de sus pieles, perladas de saliva y sal y de la gloriosa estampa de sus
divinos cuerpos enfrentados.
En
perfecta sincronía, trabajaban, sin descanso, para satisfacerse cumplidamente.
El placer los inundaba. Temblaban de gozo, presas de un deleite indescriptible.
Sus cuerpos se tensaban y se pegaban;
pareciendo ser sólo uno. Gemían y gritaban con fuerza. La vista se les nubló y
se convulsionaron, presintiendo el orgasmo. Pero no estaban dispuestos todavía;
buscaban prolongar ese íntimo contacto, queriendo evitar lo inevitable.
Permanecieron inmóviles un instante, mirándose a los ojos; retrasando la
explosión de sus cuerpos cuanto pudiesen. Una tortura dulce y exquisita. Hasta
que sus enardecidos cuerpos sucumbieron, nuevamente, al deseo. Unas leves
sacudidas hicieron reaccionar a sus músculos y sus vientres se juntaron en un
movimiento salvaje. El placer les llegaba como en oleadas interminables.
Sentían sus cuerpos a punto de romperse. Gemían extasiados mientras placenteros
escalofríos los recorrían. Acallaron sus gritos con un beso, pero sus cuerpos
reflejaban lo que sentían. Sus movimientos se aplacaron y, al final, fueron
sólo sus bocas, que no se separaban ni un poco, lo único que se movía.
Con
lentitud y delicadeza deshicieron su unión y agotados, sudorosos y felices se
abrazaron sobre el colchón.
Camus
acarició la mejilla del griego y, con una sonrisa, le susurró:
-Bienvenido,
Milo.
FIN
He procurado escoger una imagen no demasiado explícita para no dar ideas con respecto al fic XD
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