lunes, 7 de octubre de 2013

¡Hola!

Han pasado... Buff... No quiero ni contar el tiempo desde la última vez que pasé por aquí. La razón es la de siempre, la falta de tiempo. Mi situación laboral ha cambiado y ahora tengo nuevas responsabilidades que se llevan aún más de mis horas de ocio.

No he escrito prácticamente nada desde hace meses, tan sólo inicios que, de momento, se han quedado en eso, en inicios de relatos que espero poder concluir en algún momento.

Lo único completo que ha salido de mis manos ha sido esta pequeña historia que guarda cierta relación con algo que escribí hace ya tiempo, en mis comienzos. Aquella historia se llamaba "Afortunado en el juego, ¿desafortunado en amores?" y esta otra, bien podría haber sido el antes de esa XD.

Repóker


                  –Llegas tarde –gruñó, desde la sombra que le proporcionaba la columna en la que se apoyaba.
                –No lo creo. –Camus se detuvo. Milo estaba oculto a sus ojos; tenía la vista fija en el lugar del que había llegado la voz, pero no lo veía–. Cuando me pediste que viniera no mencionaste hora alguna.    
                –Hace rato que te espero.
                –No lo sabía. –Ahora que Milo había salido de la oscuridad podía ver que la expresión de su cara reflejaba la misma molestia que su voz–. Lo siento.
                –Da igual –dijo y, tomándolo de la muñeca, tiró de él hacia el interior del templo–. Apúrate; tenemos poco tiempo.
                –¿Poco tiempo para qué?
                No entendía nada; ni el porqué del enfado de Milo, ni sus prisas. El escorpiano no dijo nada más mientras lo arrastraba con prisa por el pasillo hacia sus dependencias personales y la confusión de Camus creció aún más cuando, al entrar por la puerta del cuarto, le colocó en las manos una baraja de cartas que no supo de dónde sacó.
                –¿Qué es esto?
                –Una baraja.
                –Eso ya lo veo pero, ¿para qué me la das? ¿Qué quieres que haga con ella?
                –Quiero que te hagas su amigo –respondió con voz risueña–. Es francesa. –Le guiñó un ojo–. Supongo que podréis entenderos, ¿verdad?
                –¿Quieres… –Lo miró fijamente tras parpadear con rapidez varias veces seguidas–. ¿Quieres que hable con ella? –inquirió confuso.
                –¡Qué gracioso! –repuso burlón. Recobró los naipes de las manos titubeantes de Camus y fue a sentarse sobre la cama–. Ven aquí. –Palmeó sobre el colchón–. Tenemos una hora para que aprendas a jugar al póker.
                Seguía sin entender nada.
                –¿Al póker? ¿Para qué?
                –Shura, Aldebarán, Death, Aioria y yo jugamos cada semana –explicó–. Aioria no está y tú vas a sustituirlo.
                –Pero…
                –¡Chist! –Alzó el dedo índice; la protesta del acuariano les haría perder un tiempo que ya era de por sí escaso–. Presta atención.
                Durante los siguientes minutos Milo extendió los naipes sobre la cama, señalando e indicando el nombre y el valor de cada uno de ellos y cuál era el mejor modo  de combinarlos. Tréboles, picas, diamantes, corazones… Ases, Reyes, Reinas… Tríos, dobles parejas, escaleras de color… Hasta que decidió que la mejor forma de comprobar si Camus había entendido algo era con una partida de prueba.
                –Venga, ¿qué tienes?
                Había mostrado sus cartas y se desesperaba viendo como el francés miraba las suyas muy concentrado una y otra vez, pero sin hacer ningún movimiento.
                – ¡Por todos los dioses, Camus! –Se dejó caer de espaldas sobre el colchón en medio de un aparatoso aspaviento–. Nos van a dar una paliza…
                –No dramatices. –Tomó uno de los cojines que descansaban a su lado y se lo tiró al desesperado escorpiano–. Lo he entendido y creo que te gano –auguró, descubriendo su jugada.
                Milo se incorporó y, tras devolverle el cojín a Camus, observó las cartas.
                –Vaya… Bien jugado –admitió–. Sabía que lo entenderías.
                –Sí, claro…
                El cojín voló de nuevo hacia el griego.
                –¡Hey…!
                Las agujas del reloj habían cubierto ya más de la mitad de su recorrido alrededor de la esfera blanca. La lección había ido bien hasta el momento, pero quedaba todavía un pequeño detalle.
                –Ahora que ya sabes jugar; falta que aprendas a apostar.
                –¿Apostar? ¿El qué?
                El de Acuario se palpó el cuerpo; no llevaba nada encima que pudiera jugarse.
                –Jugamos con fichas –explicó–. Pero por ahora podemos apañarnos con esto… –Deslizó las manos por debajo de su camiseta y se la quitó, arrojándola luego por encima de su cabeza–. ¿La ves?
                –La veo –respondió Camus, volviendo a mirar al griego después de haber seguido el vuelo de la prenda–. ¿Y ahora qué?
                –Ahora tú tienes que subir la apuesta.
                –¿Subirla? ¿Qué significa eso exactamente?
                –Pues que tienes que quitarte la camiseta… –Se arrodilló sobre el colchón y gateó hacia Camus para ayudarle a hacerlo–. Y ahora… –La ropa del francés fue a parar junto a la que él se había quitado antes–. Tienes que apostar algo más…
                –Vale… –susurró–. Los zapatos.
                –Veo tus zapatos. –Se deshizo de los suyos con rapidez–. Y subo unos vaqueros.
                Dejó su lugar en la cama; uno a uno, desabrochó con lentitud los botones de la bragueta. Miró a Camus y esperó un tentador momento antes de quitárselos por completo.
                –De acuerdo.
                Camus se levantó y, parado frente a él, repitió los movimientos del heleno–. Los veo y subo… ¿Unos calcetines? –preguntó. Aunque su tono divertido no encajaba con su intensa mirada.
                –Esos puedes dejártelos.
                Milo se aproximó y rozó la gruesa columna que se marcaba contra la tela de algodón, logrando un estremecimiento por parte de Camus. Luego deslizó un dedo por debajo de la goma de la cintura y tiró de ella.
                –¿Lo has entendido? –preguntó.
                –Creo que si…
                Camus se quitó los calzoncillos y esperó, exhibiendo su oscuro vello púbico, mientras se sujetaba el pene con el puño.
                Milo tardó unos segundos en reaccionar. No es que no hubiera antes lo que ahora el francés se empeñaba en ocultarle, pero la imagen resultaba demasiado cautivadora como para dejar de mirarla. Tragó saliva y habló en un ronco susurro:
                –Me parece que ya es hora de que te enseñe lo que son los comodines.
                Camus arqueó las cejas.
                –¿También hay comodines?
                –Por supuesto… –Le apartó la mano y acarició lo que había estado guardando–. Y si los empleas bien, puedes ganar la partida.
                –¿En serio? –preguntó en medio de un suspiro.
                –En serio –Sus labios dibujaron una sonrisa maliciosa y perfecta–. ¿Quieres saber cómo?
                Camus echó un rápido vistazo al reloj.
                –¿Nos queda tiempo? –preguntó. Aunque era ya demasiado tarde para ignorar lo que sus cuerpos pedían a gritos.
                –Tendremos que aplicarnos…
                Dejándose llevar por un impulso desmedido y agresivo cayeron abrazados sobre la cama; acariciándose de arriba abajo mientras sus respiraciones se iban haciendo más entrecortadas y aumentaban la velocidad y el deseo. Milo le hincó las uñas en las nalgas y Camus lo penetró con tanta implacabilidad que su excitación creció aún más.
                Estaban tan absortos en el estremecedor placer que los recorría que no fueron conscientes de las presencias que avanzaban por el Templo.
                –¡Milo!
                Esa voz no pertenecía a ninguno de los dos.
                –Creo que tus invitados han llegado. –Camus jadeó contra el oído de Milo mientras seguía empujando con fuerza.
                –¡Mmmm… ¡¡Mierda! ¡Mmmm…! –gimió–. ¡Muévete, muévete! ¡Deprisa!
                –No grites. –Le puso una mano sobre los labios–. Van a oírte.
                Nunca habían hecho el amor en esas circunstancias. Ni siquiera durante las breves visitas de Milo a Siberia habían estado tan cerca de ser descubiertos. Pero era excitante. Cada movimiento, por pequeño que fuera, aportaba una sensación de placer prohibido. Comenzaron a restregarse con todas sus fuerzas, intentado acelerar las cosas. La cama, la habitación al completo, se sacudía.
                –¡Milo!
                Otra vez…
                –¡Deprisa, deprisa…! –pidió con voz inconstante debido a las acometidas–. Yo ya… Ya… Camus, córrete… ¡Córrete..!
                Y lo hicieron; como estrellas explotando, con salvaje y hormigueante placer. Se permitieron un instante para permanecer tumbados, jadeando, pero un nuevo grito acortó el momento.
                Milo se levantó, recogió su ropa del suelo, cerró los pantalones sobre su todavía hinchado miembro y salió corriendo al pasillo terminando de vestirse. No había razón para que sus visitantes se aventuraran más allá del salón en el que solían reunirse, pero no iba a arriesgarse.
                –¡¡Miilooo!!
                Qué pesado podía llegar a ser ese hombre…
                –Se agradece la puntualidad –saludó a sus compañeros que permanecían algo confusos en medio de la sala–. Ya puedes dejar de gritar Death. ¡No estoy sordo!
                –Disculpa, disculpa… Pero es que no sabíamos si estabas en casa –replicó, acercándose. Mientras hablaba, caminaba en círculos alrededor del escorpiano–. ¿Estás bien, Milo? Pareces azorado.
                –Estoy perfectamente, gracias. –En realidad estaba sudoroso y enrojecido y trataba, como podía, de calmar su fuerte respiración–. Tú siéntate y cállate. –Tiró de la arrugada camiseta tratando de tapar la zona que aún palpitaba entre sus piernas–. Ya es bastante con aguantar tus quejas cuando pierdes.
                –Esta noche no. Tengo una corazonada.
                –¿En serio, Death?
                Aldebarán cuestionó con una sonrisa la predicción del canceriano y Shura simplemente meneó la cabeza. Ese hombre jamás dejaba de fanfarronear.
                Mientras, Camus había entrado en el salón sin que nadie reparase en él. Saludó con calma:
                –Buenas noches.
                –¡Camus! –La sorpresa de DM fue exagerada–. ¿Ya estabas aquí?
                –Sí –respondió sin agregar nada más.
                –¿Nos acompañarás esta noche? –preguntó Shura.
                –Al parecer, así será.
                –Toma asiento –invitó Aldebarán–. DM va a demostrarnos sus dotes de vidente –bromeó.
                –Ríete ahora. Pronto dejarás de hacerlo –masculló el italiano.
                –Sí, sí…
                –Señores, por favor –intervino Shura.
                Camus se sentó frente a sus compañeros, entrelazó los dedos sobre la mesa y agachó la cabeza, ocultando el rostro de ojos curiosos. Apretó los labios con fuerza. A espaldas de sus invitados Milo se acercaba despacio a la mesa con las cartas y las fichas de juego mientras movía los ojos y la boca en una exagerada mueca de éxtasis.
                Pasase lo que pasase esa noche, él ya había ganado una partida.




FIN



Y ya que estoy, os dejo un par de dibujitos de los chicos en su versión manga. Siempre los preferiré con su aspecto en el anime, pero me apeteció dibujarlos tal cómo Kurumada los pensó.




Un gran saludo para quienes aún se pasen por aquí :3

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