viernes, 27 de enero de 2012

Más de Efemérides :D

Reflexiones es el segundo capítulo de Efemérides y en él cuento un poco los orígenes de Camus.
Cuando lo publiqué en el Foro Saint Seiya Yaoi alguien me hizo notar que la historia parecía centrarse más en Camus que en Milo... Supongo que puede ser cierto... Camus de Acuario es mi total y absoluta debilidad así que, como la objetividad no existe, es muy posible que resulte tendenciosa :P
Sea como sea, aquí lo dejo:


Capítulo 2. Reflexiones


Valo, Caballero de Plata al servicio de la diosa Atenea. El finlandés era uno de los Caballeros de los Hielos. Dos siglos atrás, el portador de la que ahora era su armadura había compartido maestro con el último guardián del onceavo templo, Dégel, Santo Dorado de Acuario; francés, igual que el pequeño al que, en este momento, veía dormir. Desde ahora, su cometido sería hacer de ese chiquillo un digno sucesor de aquél.
Mientras lo miraba pensaba en cómo había llegado a él.
Unas semanas antes el Gran Patriarca requirió su presencia y le encargó la misión de encontrar e instruir al que sería el nuevo custodio de la undécima morada. Era el único que faltaba. Los demás aprendices hacía tiempo que habían iniciado su adiestramiento para ser los protectores de la Diosa pero la casa de Acuario seguía pendiente de la llegada de su legítimo ocupante. Le explicó que en uno de sus períodos de meditación, en el Templo de las Plegarias del Monte Estrellado, le había sido revelado que el momento de que el que sería futuro Caballero de Acuario arribara al Santuario era llegado. Deseándole la mejor de las suertes en su cometido le indicó el paradero de aquél con el que debía regresar. Bueno, más o menos. Lo mandó a Francia asegurándole que en cuanto diera con él, lo sabría.
Durante días, recorrió pueblos y ciudades buscando al pequeño en cuestión. Consideró varios niños e incluso alguna niña, pero ninguno le pareció el adecuado. Iba de sur a norte y, por consejo del Gran Maestro del Santuario, observaba el cielo todas las noches, esperando encontrar en él la respuesta. Desde su llegada a Francia, la constelación de Acuario se veía especialmente brillante; a su parecer, cada día más. Fenómeno llamativo, teniendo en cuenta que las cincuenta y seis estrellas que la componen brillan, habitualmente, de forma tenue.
Hacía dos días que había llegado a la región de Normandía. Fue un frio atardecer de diciembre el que le dio la bienvenida a Rouen*. “La Atenas del Gótico”*estaba engalanada con los adornos típicos de la ya cercana Navidad. Hombres y mujeres iban y venían por las iluminadas calles ocupados en sus quehaceres cotidianos y un grupo de chiquillos jugaban al fútbol, o al menos lo intentaban, en la plaza, delante de la imponente catedral*.
Unas horas atrás comenzara a nevar y la alfombra blanca que cubría el suelo impedía que los movimientos de esos niños que corrían tras el balón fuesen todo lo precisos que debieran. Un desalentado Caballero los miraba con expresión divertida. Se caían una y otra vez y se levantaban, raudos; sacudiéndose la nieve de sus ropas, para continuar la persecución de una pelota que no les obedecía en lo más mínimo. De repente, el juego cambió. Uno de los muchachos se agachó para coger un puñado de nieve y formar una bola que lanzó contra otro de los pequeños. Estalló la guerra. En un momento todos estaban lanzándose esos redondos proyectiles helados. Chillaban y reían, disfrutando el momento como los niños que eran. Algunas madres fueron a recoger a sus vástagos, considerando que ya había sido suficiente riesgo de catarro por un día y esa mini batalla campal terminó.
Entonces reparó en él. Era un niño pequeño. Se había quedado tumbado boca arriba sobre la nieve, mirando al cielo, ensimismado. Abría y cerraba sus brazos y piernas dibujando una silueta a su alrededor. El frío elemento parecía no molestarlo en absoluto. Aparentaba encontrarse de lo más a gusto. ¿Sería él? ¿Podría ese chiquillo ser el qué buscaba? El Caballero de los Hielos alzó su vista al cielo; allí donde miraba el infante. Acuario lucía como nunca. Sadalsuud, la estrella más luminosa de la constelación del aguador refulgía con intensidad, respondiendo a la pregunta del servidor de Atenea.
Ese era.
Camus. Así se llamaba. El niño era huérfano. Sus padres murieran en un accidente tres años atrás. Una mujer, vecina de la familia, se había hecho cargo de él y lo criaba junto a sus tres hijos. Su futuro iba a ser normal y corriente, como el del común de los mortales. Pero no, los hados tenían planeado otro destino para él. Su vida sería especial y sus actos se recogerían en los anales de la Orden.
La maquinaria legal del Santuario se puso en funcionamiento y unos días después estaban rumbo a Grecia, donde comenzaría a forjarse su porvenir.
Camus. Camus de Acuario. Sonaba bien. Sólo esperaba ser capaz de cumplir con su encomienda y saber guiar a esa joven criatura por el camino correcto para ser lo que su sino había determinado para él.
El pequeño se removió entre las sábanas, sacando al finlandés de sus cavilaciones.
El Caballero meneó la cabeza, negando. No estaba seguro de ser el adecuado. No sabía si sería capaz. Supone un gran honor sí, pero… él era un Caballero de Plata. ¿Cómo enseñar a alguien destinado a ser más qué él? ¿Cuánto podría ofrecerle? Si todo marchaba como se esperaba ese crío pronto lo dejaría atrás. En breve se vería superado por un niño. Así debía ser. Él debía procurar que así fuera. El Gran Patriarca se lo había encomendado. Su deber era iniciar al pequeño en el conocimiento del Séptimo Sentido, el Cosmos Supremo. Y lo haría. No sabía cómo pero lo haría. Nunca sería un Caballero Dorado pero tendría la dicha de formar a uno. A uno de los que ocupan el más alto rango en la Orden de Caballeros de la Diosa Atenea. Un Santo Dorado. El Santo Dorado de Acuario.
Sintió remordimientos. De momento ya había comenzado fallándole. Lo había traído a un país extraño con un idioma que no conocía y que no se había molestado en enseñarle. Esta mañana, cuando salió de su reunión en el Templo Principal lo encontró rodeado de un grupo de aprendices que lo atosigaban a preguntas que no podía responder. Lo notó apabullado e incómodo y se sintió mal. Para su vergüenza, los mayores ya se habían preocupado de poner remedio a su dejadez. El aprendiz de Capricornio había prometido a su pequeño discípulo ayudarlo con el idioma. Seguramente entre ellos se entenderían mejor. No había tenido trato con niños antes y aún no sabía muy bien cómo manejarse con él. Se alegró por el muchachito. Parece que había entrado con buen pie. Esperaba que formara una buena relación con sus compañeros. Algún día tendrían que luchar mano a mano y si bien no tenían por qué ser amigos sí debían poder confiar los unos en los otros. Eso era algo que también debería enseñarle.
El crío le gustaba. Eso debía reconocerlo. En estos días le había hablado de lo que significaba ser un Caballero de Atenea, del entrenamiento al que debería someterse para lograrlo, de la hermosa armadura que portaría si lo conseguía, de su constelación guardiana que lo había guiado a él, del cosmos… El pequeño siempre lo miraba interesado. Escuchaba sus palabras con atención, y preguntaba, procurando comprender. Daba la impresión de haber asimilado perfectamente su nueva situación. Demasiado maduro, quizá, para su corta edad. Ojalá.
Fijó su vista en el pequeño. Había algo en sus profundos ojos azules que no lograba descifrar. Tenían un brillo especial. ¿Inteligencia? ¿Curiosidad? ¿Melancolía? Una cosa sí sabía. Esos radiantes luceros algún día le ahorrarían muchas palabras. Durante el viaje de regreso más de una mujer se había acercado al pequeño para hacerle carantoñas y alabar su linda carita de querubín. Sí que era un niño bonito. Recordó con una media sonrisa lo que siempre se comentaba de los Caballeros de los Hielos. Eran hermosos, fríos y letales. Como el elemento que dominaban. Irónico. Si eso debía ser así alguien se había equivocado otorgándole su armadura. Él, desde luego no era el mejor representante de dichos atributos. Unas facciones demasiado angulosas lo alejaban bastante del prototipo de hombre bello y, si bien, no era demasiado expresivo sus sentimientos tenían gran peso en todas las decisiones que tomaba. Por último, sí, su técnica podía ser letal, pero por fortuna para él, nunca había tenido que matar a nadie. No tenía la certidumbre de si su aprendiz podría decir lo mismo en unos años
El proyecto de Caballero rodó sobre la cama. Ahora estaba en paralelo al cabecero de la misma con las sábanas enredadas en sus piernas. Si seguía así, se caería. Aunque, fijándose bien, esa era una cama enorme. Grande incluso para un adulto. Aún podría darse unas cuantas vueltas más antes de acabar en el suelo. Sonrió para sí y salió de la habitación cerrando con cuidado.
El ligero de clic de la puerta al cerrarse despertó al francesito. Últimamente, no conseguía dormir profundamente a causa de la excitación que le había provocado todo lo acontecido en su vida en los últimos días. Dejar a su “familia” en Francia, el viaje hasta Grecia con su maestro, la llegada al Santuario, y… sus compañeros… Habían sido amables. Afrodita, Aioros, Aioria, Shura… ¡ufff! cuántas erres…eso sería un problema… ya había notado la gracia que les hacía su forma de pronunciarlas…, Saga le gustaba más y… Milo… Miró su mano. Aquella que el escorpión había estrechado y se sintió enrojecer. Shura le prometió ayudarle con el griego. Se aplicaría. Sí. Aprendería pronto y podría hablar con… todos.
En su cabecita se arremolinaban un montón de pensamientos confusos. Tenía dudas. Su maestro le había hablado de muchas cosas que no acababa de comprender acerca de los dioses, los caballeros y sus armaduras, constelaciones guardianas y cosmos… Le había preguntado acerca de todo ello. Quería saber. Comprenderlo. Tenía la clara impresión de que se esperaba mucho de él y quería estar a la altura. No quería decepcionarlo. Tendría que esforzarse, sus compañeros le sacaban ya mucha ventaja. Aún no había podido conocerlos a todos. Su maestro lo había arrastrado de un lado a otro durante todo el día.
Cuando ya creía que lo había abandonado a su suerte, volvió para “rescatarlo” de la curiosidad de sus pares y llevarlo ante el Patriarca. Ese hombre le había parecido impresionante. Casi temible. Se veía enorme y esa máscara le provocó una gran desazón. ¿Por qué la llevaba? ¿Sería muy feo? En contra de su primera impresión le pareció amable; su voz era dulce y sosegada. Al despedirlos había colocado una de sus manos sobre su cabeza haciéndolo sentir tan bien…
Después de eso se había pasado el día corriendo tras ese espigado hombre que parecía no darse cuenta de que sus piernas no alcanzaban a seguir sus zancadas. Fueron pasando de un recinto a otro hasta que el esbelto caballero decidió que su discípulo ya sabía todo lo que había que saber acerca del lugar en el que transcurrirían los primeros meses de su entrenamiento. Al atardecer, cuando ya regresaban dispuestos a retirarse hasta el siguiente día Saga los esperaba con el abnegado aspirante de Capricornio. El jovencito español prometió al pequeño francés echarle una mano con ese complicado idioma que era el griego, tan ajeno para ellos.
Sentía un cosquilleo en el estómago. Sabía que tenía una gran responsabilidad. Estaba nervioso y algo asustado también; pero al mismo tiempo era una sensación agradable. Echaría de menos a la única familia que recordaba, eso seguro; pero estaba contento de estar allí; en ese fabuloso lugar lleno de gente capaz de hacer cosas extraordinarias. Durante su recorrido por todo el perímetro del Santuario pudo ver como entrenaban algunos aprendices y se había quedado muy impresionado. Algún día él podría hacer cosas así; incluso más. Su maestro se lo había asegurado. Haría lo que fuera necesario. Sería lo que le habían dicho que debía ser. No vacilaría.
Se dio media vuelta y se arropó con las mantas. El sueño lo llamaba de nuevo. Cerró los ojos y se dispuso a dormir con un único pensamiento en la cabeza. Tal vez si se concentraba mucho conseguiría soñar con él, con lo que más le había impresionado de ese lugar. Colocó su mano derecha bajo su mejilla y se dejó envolver por la calidez del sueño que ya lo vencía.
En otra cama, otro pequeño aprendiz de Caballero tampoco podía conciliar el sueño. Miraba al techo con los ojos muy abiertos y apretaba algo en su puño derecho. Pensaba en su nuevo compañero. Había decidido que se ocuparía de él. No iba a dejar que los otros lo apabullasen, como esta mañana.
Shura iba a enseñarle griego. Él mismo se lo había contado esta tarde cuando él y Aioria se lo cruzaron de vuelta de su entrenamiento. Algo tendría que hacer. No iba a dejarlo sólo con el de Capricornio. Es tan serio. Aburrido. Quizás él y Aioria podrían ofrecerse voluntarios para ayudar. No. Aioria no. Si seguía tan pesadito como por la mañana acabaría atizándole y tendría problemas. ¿Qué le pasa a ese idiota? Él tiene “hermanitis” aguda y nadie le dice nada. ¿Qué pasa si yo quiero estar con Camus? Camus. Es un extraño nombre. Le queda bien. ¿Cómo podría llamarse si no?
No había vuelto a verlo en todo el día. Desde que su maestro apareció y se lo llevó no supo más de él. Durante todo el día había mantenido la esperanza de encontrárselo por algún lado. Pero nada. Ni rastro. Se había pasado el rato mirando a su alrededor, mientras entrenaba, y lo único que logró fue un par de dolorosos golpes y una reprimenda de su mentor por no prestar atención. Quizás mañana. Tendría que empezar a entrenar, y seguramente lo haría donde los demás, así que lo vería. Lo vería todos los días. Esa idea dibujó una sonrisa en su cara. Una de esas encantadoras sonrisas que encandilaban a cualquiera. Bien lo sabía. Y le sacaba partido. Nadie se resistía a esa preciosa carita adornada por ese bello gesto y una hechizante mirada de sus expresivos y radiantes ojos turquesas. De cuántas reprimendas se había librado y cuántos propósitos había alcanzado de ese modo. ¿Funcionaría también con el chiquillo que se había quedado con su ser? Le dedicaría una espléndida sonrisa, o dos, o tres; las que fueran necesarias. No sabía qué le pasaba pero necesitaba su atención. Le había calado hondo. Quería sus miradas y sus sonrisas sólo para él y que dijera su nombre de esa forma tan graciosa… Miló… De veras esperaba que Camus aprendiera pronto griego porque él no se veía capaz de aprender francés. Estaba seguro de que se ahogaría si tenía que pronunciar esas erres como gorgoritos.
Abrió su mano para mirar lo que encerraba. Esa canica azulada que tanto le recordaba a los ojos del acuariano. La rodó entre sus dedos y la guardó en su sitio. Se recostó en la cama y cerró los ojos esperando que la noche pasase rápido y el nuevo día le permitiera ver de nuevo a ése que lo había embrujado.

*Aclaraciones

-Rouen: capital de la región de Alta Normandía.
-“La Atenas del Gótico”: sobrenombre con el que Stendhal la bautizó. Víctor Hugo lo hizo con el de “La Ciudad de los Cien Campanarios”.
-La Catedral de Notre-Dame de Rouen: obra maestra del gótico flamígero, fuente de inspiración del pintor Claude Monet.

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